Entrevista a Mario Torrico Terán/Profesor e investigador de la Flacso

Irma Ortiz

Se inició en el Senado de la República la discusión de la reforma político electoral donde los principales partidos no llegan a acuerdos sobre puntos fundamentales propuestos por la oposición, como es el caso de la segunda vuelta electoral, el establecimiento de una legislación electoral única, la reelección y la creación del Instituto Nacional Electoral.

Mario Torrico Terán, investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, especialista en instituciones políticas, economía política así como crisis y conflictos sociales, habla a Siempre! de las experiencias en materia de segunda vuelta electoral en América Latina, los peligros de la creación de un Instituto Nacional Electoral, así como de las  recientes marchas, cada vez más violentas, que ha vivido la capital de la república.

Sobre la segunda vuelta propuesta por partidos de oposición, ¿qué opina?

Al parecer es una iniciativa que puede prosperar, es un acuerdo del PAN, del PRD, incluso el PRI, pero habría que analizar pros y contras de ese tipo de medida de diseño institucional. En América Latina, la mayoría de los países durante la década de los noventa y sobre todo la década pasada han deformado la forma de elegir a sus presidentes pasando de una elección de una vuelta a otra de doble vuelta, en caso de que en la primera no se lograra una mayoría.

En casos como Costa Rica y Argentina se establece una diferencia porcentual, si llega a determinado umbral la diferencia entre el primero y el segundo, aunque no haya habido una diferencia absoluta, se declara ganador, parece que algo así plantean ahora. Señalan que con mayoría absoluta se declararía ganador, pero si algún candidato llega a 40 por ciento y la diferencia respecto al segundo es de 10 puntos porcentuales igual se declararía ganador.

Lo que busca con darle “legitimidad al ganador”, no resuelve posibles empantanamientos en la toma de decisiones y en las discusiones entre presidente y Congreso, porque este último básicamente se integra a partir de la primera vuelta electoral. Por mucho que haya una segunda vuelta y por definición en ésta, el candidato con más votos, que tenga mayoría absoluta, bien podría ser que ese candidato tenga un componente minoritario en el Congreso.

Está el caso de Perú con Ollanta Humala quien ganó la segunda vuelta, pero tiene solo un 30% de legisladores en el Congreso. Hay que revisar América Latina y es casi la regla general, más bien es extraordinario que el ganador tenga mayoría en el Congreso. Son casos extraordinarios que se pueden ver en Bolivia en virtud de que Evo Morales ganó con dos tercios de votos, y Venezuela, por ejemplo, que hay una mayoría congresal. En el sistema electoral que aplicaron les dieron mayor cantidad de representantes en distritos donde normalmente hay más votos por el chavismo.

Segunda vuelta: legitimidad pero no poder político

En México, no habría posibilidad de que algún candidato de los tres partidos principales en el corto o mediano plazo tuviera una mayoría en el Congreso. Si bien el presidente podría tener legitimidad, no necesariamente tendría el apoyo del Congreso mayoritariamente y eso genera, en muchos países de América Latina, situaciones de parálisis. Ya lo decía Juan José Linz —politólogo que murió la pasada semana— que señalaba que lo que se genera son presidentes que se sienten investidos por la voluntad popular y, al ver que no avanzan sus reformas en el Congreso, caen en tentaciones autoritarias. Fue el caso de Alberto Fujimori, en Perú, que en la segunda vuelta le ganó a Vargas Llosa, pero tenía minoría en el Congreso y no aprobó sus reformas. Fujimori terminó dando un autogolpe, cesó al Congreso, lo que es un gran retroceso democrático. Así, una segunda vuelta eventualmente le daría mayor legitimidad al ganador pero no poder político; y es muy importante porque, más allá de una elección, debe negociar todas las medidas, y eso no sería distinto en México.

Hay cosas que se ganan y se pierden en una segunda vuelta electoral, la situación política se polariza porque son los candidatos más votados; lo normal es que en la segunda vuelta sea un candidato de derecha y un candidato de izquierda y hay una gran polarización.

Se ha señalado que en caso de aprobarse la segunda vuelta, si el PRD gana habría un bloque PRI y PAN, y si gana el PRI habría un bloque anti PRI.

Es muy coyuntural, no hay nada que diga que necesariamente uno de los partidos que no llegue a la segunda vuelta apoye a algún candidato que va a la segunda vuelta. En algunas países se han formado coaliciones para la segunda vuelta, es el caso de Perú. Alejandro Toledo le dio su apoyo a Ollanta Humala, pero eso no necesariamente ocurre, muchas veces para entrar en un clima de confrontación, los partidos que no llegan a segunda vuelta, deciden no tener una posición política explícita y guardan su capital político.

En otros casos, cuando es muy atractivo entrar a una coalición del gobierno, hay una manifestación explícita de apoyo, pero aunque haya esa manifestación, eso no significa que quienes votaron por ese partido voten por el candidato a quien ese partido apoye. Hay un elemento de incertidumbre, el juego político se vuelve más complejo.

¿Qué opina sobre la creación de un Instituto Electoral Nacional?

Me parece muy interesante y hasta peligrosa la sustitución del IFE por un Instituto Nacional Electoral que manejaría todas las elecciones tanto federales como estatales y locales en México, donde corremos el riesgo de un conflicto muy focalizado de una elección municipal o estatal que desate conflictos nacionales. En este momento esto no ocurre porque hay instancias estatales que manejan eso; con la intención de hacer un Instituto Nacional Electoral, va a significar que, si es conflicto local, pueda tener alcances nacionales.

¿Hay alguna experiencia en América Latina en ese sentido?

Lo que sucede es que en América Latina tenemos pocos países federales: está Argentina, México, Brasil, Venezuela… Pero Brasil funciona muy descansadamente, igual que funciona para Argentina un poco menos, no hay una experiencia donde se dé un viraje tan fuerte de instituciones federalizadas e instituciones centralizadas, eso es como una apuesta un tanto riesgosa, según mi entender, porque además no sólo se centralizaría el Instituto Electoral sino también el Tribunal. Un problema serían las atribuciones y la capacidad técnica que tenga, pero otra serían las presiones que habría sobre él, y por ambos lados hay muchos riesgos.

Competencia pareja

¿Cuál sería la contribución a la democracia de estas iniciativas ?

Estas reformas obedecen a un ánimo favorable de los partidos de mejorar su funcionamiento, su relación y condiciones en las que compiten de cara a la gente. Se han dado cuenta de que su práctica política ha llegado, muchas veces, a niveles peligrosos en cuanto a que todos compran votos, que rebasan topes de campaña, que incurren en estrategias peligrosas. Esta reforma intentaría que las condiciones de competencia sean más parejas sobre todo a nivel estatal, donde se ve claramente que hay un involucramiento de gobiernos en procesos electorales y ello implica un sesgo a favor del PRI.

¿La parte negativa?

Se coquetea con cosas peligrosas: un Instituto Nacional Electoral y un Tribunal Nacional Electoral que manejen todas las elecciones del país, es riesgoso. Imagine el riesgo potencial de 32 elecciones… que un mismo Instituto, que un mismo Tribunal, tengan que decidir sobre 32 elecciones de gobernadores, es demasiado.

José Woldenberg ha señalado los peligros para el IFE.

En buena medida, el IFE tiene tantos problemas porque los legisladores lo metieron en estas cuestiones. El IFE no tenía originalmente en sus atribuciones perseguir a los partidos para ver su financiamiento, no tenía que ver la cobertura de medios. Era una institución que organizaba elecciones en la época de Woldenberg y ganó un gran prestigio, pero una vez que crecieron las atribuciones, no producto de sí mismo, sino de legisladores que les dieron esas funciones, el IFE empeñó buena parte del prestigio ganado. ¿Hasta qué punto es responsabilidad de legisladores y partidos? Es una pregunta interesante que habría que hacerse: si no estamos en un camino más peligroso que el que ahora se transita.

Por otro parte, usted señaló a Siempre! que el principal problema que tendría el presidente Enrique Peña Nieto sería la calle. ¿Qué análisis hace de los protestas continuas y cada vez más violentas que tenemos?

En alguna medida los partidos se han dado cuenta de eso y en buena parte esta reforma político electoral tiene esa motivación. No olvidemos que los partidos se pelean y entran en disputa, pero no van a dinamitar el sistema político.

En países de América Latina como Venezuela, Bolivia, Ecuador, los partidos dinamitaron el régimen político y llegaron a extremos donde la ciudadanía no vio otra salida que apoyar líderes novedosos con un discurso atractivo, que señalaban que todo tenía que terminarse, que había que cambiar todo, porque nada servía. Los partidos normalmente tienen la prudencia de no llegar a extremos de dinamitar el sistema; en esa medida, algunas de las reformas que se discuten hacen atractivo el sistema, que funcionen mejor las cosas, pero el conflicto social está ahí y va a seguir ahí, en buena medida porque muchas de las demandas que se empiezan a articular sobrepasan la capacidad que tienen las instituciones de dar respuesta, y en este momento no hay salida negociada posible.

No hay reforma educativa civilizada

Cuando las demandas exceden la capacidad de respuesta la salida es la violencia o un conflicto mayor. El gobierno de Peña Nieto lidia con eso y lo hace con las dificultades que implica. Una reforma educativa no hay forma de que se haga civilizadamente —digámoslo así—, dados los intereses que hay, el tipo de actores; una reforma petrolera, tampoco, no creo que en México se pueda dar una reforma petrolera civilizadamente, con actores que se sienten, que negocien, que vean pros y contras. Esos foros debate que se organizan en el Senado, al final de cuentas, todos van por la fuerza o por el músculo que tengan los actores políticos.

En México, el músculo no está sólo en los partidos, la CNTE es un ejemplo, está muy consciente de que el ciudadano está harto de sus movilizaciones, pero no le interesa ni busca ganar votos. Lo que le interesa es ganar una fuerza política y la ganó. Su causa no es aumentar su popularidad, sino imputarle mayores causas al gobierno ante la no resolución del conflicto y al final la ganó, porque se regresan a Oaxaca con beneficios muy grandes, se llevan mucho dinero. Simbólicamente dejan un grupo que va a estar rotándose. Ganaron la batalla con base en el músculo político.

¿Qué esperar si sigue el arribo de nuevos grupos?

Eso se genera cuando no se puede hacer frente a conflictos, cuando se intenta apagar incendios con grupos particulares, y en la medida en que el conflicto se disperse más, se va a tener que negociar con nuevos actores; es cuento de nunca acabar y al final de cuentas se resuelve en la calle. Cuando usted golpea —en lenguaje común y corriente— el avispero, le va ir mal; cuando se acaba con los capos del narcotráfico, el problema se atomiza y ya no puede controlarlo porque hay pequeños grupos en todas partes y el negocio no va a desaparecer, es una de las tragedias que vive hoy México, porque el gobierno no tiene con quién negociar, antes lo podía hacer pero ahora hay miles de grupos y células.

En el caso de la educación, algo similar pasaba con Elba Esther Gordillo: por mucho que sea un personaje indeseable, se podía negociar, y ella en lo interno se arreglaba con sus maestros; ya no está Gordillo, el gobierno tiene que negociar por separado con un montón de grupos.

Como especialista, ¿qué salidas le ve al asunto?

Lo que están intentado hacer en el gobierno es generar un liderazgo alternativo en el interior del sector educativo, como construir una nueva ruta sindical, para que aglutine apoyos y se negocie con ellos, pero es muy complicado, y en eso se les va ir el sexenio. Así nos va tocar durante todo el gobierno y a ver si la próxima administración logra articular estos grupos, pero este sexenio ya está marcado.

En Bolivia, en el momento en que se activó la calle fue un despeñadero hacia lo que hoy tenemos: está Evo Morales; no puedo decir que sea lo peor, pero significó la destrucción del sistema de partidos, nunca nada más volvió a ser igual. No creo que sea el caso de México, porque aquí las instituciones están bien asentadas, pero durante un buen tiempo vamos a tener conflictos sociales latentes, vamos a vivir con eso.