NUESTRO TIEMPO
Esperanza de restauración panamericana
José Elías Romero Apis
En varias ocasiones, ya hemos saludado la aplicación del presidente Enrique Peña Nieto y del canciller José Antonio Meade para la recuperación del liderazgo regional que México perdió con los recientes gobiernos. Ello se inserta en el posible renacimiento de un panamericanismo que parece factible.
Todos los esfuerzos por un franco y sano reencuentro panamericano son muy encomiables y muy necesarios sobre todo en estos tiempos donde la unidad europea y la formación de otros bloques regionales aconsejan que el siglo XXI sea una centuria de esfuerzos y voluntades panamericanistas.
Desde luego debemos desechar, no sólo por inútil sino además porque a estas alturas sería peligroso, cualquier escenario de simulación o de engaño donde el discurso de la cooperación y del respeto sea un simple medio comisivo de la defraudación política.
Hay signos alentadores que dan esperanza en este sentido. En primer lugar, aparece una percepción de necesaria re-unión entre los dos subcontinentes americanos y esta sensación la hay en Washington y en las capitales políticas latinas.
En segundo lugar, el ingreso, hace apenas poco más de dos décadas, de Canadá a la comunidad continental es indicativo de una nación que empieza a reconocerse como americana y que ha empezado a dejar de sentirse europea.
En tercer lugar, el discurso norteamericano apunta a la revaloración del papel que puede desempeñar en el futuro una América unida donde no queda claro todavía el futuro de la relación cubana, aunque parece que hay buenos presagios.
En cuarto lugar, la interacción del comercio puede ser el magnífico catalizador de una buena relación multinacional, a veces más eficiente o por lo menos más rápida que el de la política y el de la cultura.
En quinto lugar, parece existir un espíritu más proclive a la remisión de viejas lastimaduras y de innecesarios agravios e inculpaciones con vista a una relación futura más armónica y menos ríspida.
Éstos son algunos de los signos que se advierten fundamentalmente en el sentir de los pueblos americanos y en la óptica de algunos de sus dirigentes de mirada profunda, amplia y larga. Sería muy conveniente, para evitar su esterilización, estar alerta y mantener bajo recaudo la acción inconsciente o irresponsable en la que a veces incurren las estructuras de la política y de la burocracia.
Con esto me refiero a aquellas inercias que nos impulsan al conflicto muchas veces irresoluble entre pueblos y naciones: a la política de la recriminación, a la estrategia del engaño, al abuso del poder, a la complacencia del atropello, al uso del despojo y a la práctica de la sin razón.
Por ello es importante que se tenga conciencia clara de que la soberanía tiene que vigilarse todo el día y todos los días con buena voluntad, con buena postura y con buen método.
Los gobiernos mexicanos deben ser celosos guardianes de la soberanía nacional y, seguramente, el actual lo será.
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