D. F. por Siempre!

 

No permitir las afrentas a la vida cultural

 

Historia sin dirección y biografía sin proyecto.

Zygmunt Bauman

 

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

El pasado viernes 11 de octubre, un importante grupo de intelectuales y lectores rompieron el cerco policial que desde el 13 de septiembre se instaló en torno al Zócalo capitalino.

La simbólica “toma de plaza” —impulsada por el escritor Fabrizio Mejía— se gestó desde las redes sociales ante la decisión de postergar la Feria Internacional del Libro del Zócalo, bajo el argumento de sostener el centro nacional de acopio colocado en ese espacio como estrategia militar de ocupación del espacio recuperado el aciago 13 de septiembre por la fuerza policial y del Estado Mayor Presidencial.

Como consecuencia de la expulsión de la disidencia magisterial, el Zócalo fue cercado y, con ello, aislado de la vida cotidiana de los capitalinos. A pesar de los exhortos televisivos y la presencia de la pareja presidencial para incentivar el altruismo a favor de los damnificados por los huracanes de septiembre, la hostil actitud de los policías federales encargados de facilitar el acceso a la Plaza de la Constitución desmotivaron e inhibieron la solidaridad de muchos capitalinos.

Por ello, cuando las autoridades informaron la decisión de postergar la Feria Internacional del Libro por “la emergencia nacional”, un importante grupo de cibernautas inició una batalla en contra de una decisión a todas luces absurda, puesto que el binomio lectura-solidaridad nunca se opone, todo lo contrario, se nutre y se sinergetiza.

Tan insostenible excusa oficial evidenció los inconfesables pavores de los pequeños burócratas que ven en cada lector y en cada autor un riesgo inminente para su sobrevivencia presupuestal, aquéllos que ante cualquier actividad cultural susurran anatemas acordes con su primitivismo ideológico.

A este ya de por sí lamentable asunto, se sumó el de los daños infligidos a uno de los tesoros urbanos de esta ciudad: la estatua ecuestre de Carlos IV, más conocida como El Caballito, obra del ingeniero y escultor Manuel Tolsá, la cual fue sometida a un proceso de restauración que destruyó su secular pátina exhibiendo su cobriza factura, además de dañar la extraordinaria escultura por el uso desmedido de abrasivos químicos y mecánicos.

Ese deplorable hecho desnudó la ausencia de una política de protección patrimonial y una descoordinación entre las entidades responsables de ello, a lo que, además, se advierte una politización que pervierte el patrimonio cultural en detrimento de las piezas mismas y de los derechos a su preservación y disfrute colectivo.

No pueden permitirse tales afrentas a la vida cultural de una ciudad a la que sus habitantes apuestan por consolidarla como capital de las libertades, de la diversidad cultural y de la solidaridad; lo contrario significa abonarla a una historia sin dirección y a una biografía sin proyecto, componentes de la modernidad líquida sobre la que nos alerta el filósofo contemporáneo Zygmunt Bauman.