NUESTRO TIEMPO

La adivinación de nuestro futuro fiscal

José Elías Romero Apis

Estamos, como todos los años, discutiendo nuestros futuros ingresos fiscales. No se trata de un debate novedoso ni insólito. Es la historia recurrente anual de todos los países civilizados donde los impuestos se discuten.

Es cierto que el gobierno mexicano vive a la cuarta pregunta. Ello ni se cuestiona ni se duda. La historia financiera de México la profetizó López Velarde al referirse a la patria que vive al día, “de milagro, como la lotería”. Somos pobres pero decentes, diría el refranero. Debemos pero no lo negamos, añadiría.

Pero lo que sí se discute es el método de remediarnos. Hay días de tronar cohetes y hay días de recoger varas. El día de fiesta, todos disfrutamos del tronido, pero a la hora de la recogedera ya no nos gusta tanto. Por eso los mexicanos estamos enfrascados en un debate que no tiene que ver con la consideración unánime de que nuestro gobierno necesita más dinero, sino con algo que tiene que ver con maletería: con alforjas, con morrales, con carteras y con monederos: ¿de dónde van a salir los dineros adicionales?

Hay quienes dicen —y parece que tienen sobrada razón— que debieran salir de las alforjas de los ricos. Pero otros dicen que esto sería muy peligroso porque a los ricos, al igual que a los pobres y a los medianos, no les gusta pagar impuestos. Sin embargo, aquéllos tienen la posibilidad de montar sus oros en su jet o en su internet y buscarles un baúl lejano.

Hay quienes dicen —y su voz ha triunfado muchas veces— que hay que sacarlo del monedero de los más jodidos. Extender el imperio del IVA. Ampliar el reino de la gasolina. Recaudación fácil y anestésica. Contribuyentes que no discuten el tributo y que no alegan el presupuesto. Easy comes, easy goes.

Hay quienes dicen que debe extraerse de la billetera de las clases medias. Alegan que es el segmento menos lucidor en los discursos políticos, menos importante en los compromisos de intereses y menos redituable en las plataformas partidistas; no tienen ni los escandalosos defensores que tienen los pobres ni los poderosos protectores que tienen los ricos.

Por último hay algunos —muy sensatos pero muy ignorados— que dicen que no deben obtenerse de los ricos, medianos o pobres, como clase económica, sino de los morrales de los rateros, como especie moral.

Es decir, de las cuevas donde los evasores han escondido parte importante de la tributación. De la vigilancia del cumplimiento de las obligaciones. De la simplificación de normas y procedimientos. De la reordenación de la economía informal. De la lucha frontal contra el contrabando. De la honestidad en el servicio recaudatorio. Todo esto, además de una serie de medidas de ingresos fiscales no tributarios que van desde la recuperación de los caudales del Fobaproa hasta la recuperación de los espacios que, inexplicablemente la banca de desarrollo le ha regalado a la banca comercial privada.

 

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