Camilo José Cela Conde

Madrid.- Si Berlanga resucitase, tendría ya sobre la mesa los recortes necesarios para rodar una segunda parte de Bienvenido, míster Marshall en España. El espectáculo que se ha montado porque a Bill Gates le dio por comprar un paquete de acciones de una constructora española recuerda no poco a las euforias imaginarias aquellas de los años más duros del franquismo cuando, finalizada la Segunda Guerra Mundial, el plan de recuperación económica diseñado desde Washington pretendía —lográndolo, por cierto— sacar a Europa del marasmo y aquí en Epaña, en lo que se conocía como “reserva espiritual de occidente”, creíamos que nos iban a caer del cielo al menos unas migajas. Incluso sería bueno revivir también a Pepe Isbert, o clonarlo, para que hiciese de ministro al que se le cae la baba cuando le hablan del dueño de Microsoft.

Sería cosa de ajustarle la voz al clon para que no carraspease, como Isbert, con unas cuerdas vocales quemadas por al anís en ayunas pero se trata de detalles menores. Hasta la pinta general del genial actor acompaña a cualquier ministro de los del gobierno español de hoy sin más que ponerle una boina bien calada.

En la secuencia clave de una de las películas más tremendas y crueles de Berlanga la caravana de coches negros pasa a toda velocidad por delante de las autoridades de Villar del Río —un pueblo no tan imaginario como parece— sin hacer caso de himnos, saludos y pancartas. Pues en esas estamos. Puede que el inventor y dueño de Windows haya colocado los más de cien millones de euros en la empresa constructora española a guisa de billete de la lotería que compra por aquello de que a alguien le tiene que tocar. Recursos para hacerlo no le faltan.

Pero su interés por la compañía no termina de quedar claro. El ultramillonario —en dólares— Gates tiene ya nada menos que un 6% de Fomento de Construcciones y Contratas (FCC), convirtiéndose en el segundo accionista más importante de la empresa después de su dueña, y ni siquiera ha reclamado un asiento en el consejo de administración.

Cualquier magnate interesado en vigilar su inversión en la compañía habría hecho uso de ese derecho exigiendo casi el cargo de consejero delegado. ¿Por qué seguirá Gates en su limusina camino de otra parte sin mirar siquiera a la cara al ministro del ramo? Cualquiera sabe.

Pero el gesto deja bien a las claras lo que le preocupa la gestión de una empresa que, por otra parte, tiene de española muy poco. El negocio que fundamenta la prosperidad de FCC es la gran construcción civil —y militar— en cualquier parte del globo. Su proyecto más renombrado consiste en construir tres líneas de metro en Riad, la capital de Arabia Saudí. Si eso supone, como sostienen las autoridades del Villar del Río de hoy, más conocido como Madrid, que hay pasión extranjera por las inversiones en España, será por medio de un pase mágico como el de los que llevan a los conejos a escapar de la chistera. Camino del final del túnel de la crisis, digo yo.