Entrevista a Pablo Javier Becerra/Profesor-investigador de la UAM Iztapalapa

Irma Ortiz

En el reciente Congreso Nacional en el PRD, no se logró la unión de sus corrientes sobre el método de elección de su dirigencia; se aprobaron reformas a los estatutos que permiten la reelección de sus dirigentes, con la esperanza de que su fundador Cuauhtémoc Cárdenas se decida a contender, ya que es el único que puede garantizar unidad.

Sin embargo, el exdirigente perredista dijo que no busca ser dirigente del partido, y que aunque hubo cambios, éstos son insuficientes, ya que se mantienen las cuotas de las diferentes corrientes.

Sobre el tema opina el analista Pablo Javier Becerra, profesor-investigador de la UAM Iztapalapa.

Resultados

El problema con el PRD es que es un partido muy dividido porque es una combinación de corrientes y grupos con ideologías políticas tan disímbolas que sólo pudieron unirse en torno a un caudillo como fue Cuauhtémoc Cárdenas en 1988-89; antes de eso, jamás hubiéramos imaginado ver a expriistas, excomunistas pro soviéticos, extroskistas, exguerrilleros, exmaoístas y toda una gama de ex, unidos en un solo partido.

Por eso, en el pasado Congreso, muchos visualizaban la posibilidad de remontar la crisis en la que está el PRD y la posibilidad de que Cuauhtémoc Cárdenas aceptara de nuevo ser dirigente. Había que reformar los estatutos, que de entrada es una práctica poco recomendable en una institución; modificar las reglas con una dedicatoria personal, pero el propio Cárdenas dijo que eso parecería una dedicatoria personal y prefería pasar y que esa regla beneficiara a otros y no a él.

Las corrientes visualizaban que sólo Cárdenas puede garantizar la unidad en torno a la permanencia del proyecto PRD y ahí está el problema. Un partido que ya tiene 24 años de vida, que ya cumplió más que su mayoría de edad, todavía necesita que su caudillo fundador, de nuevo, se pusiera al frente para garantizar unidad.

Esto habla de un partido muy dividido, cimbrado por la salida de López Obrador, aunque los propios perredistas lo tratan de minimizar, pero fue una verdadera bomba atómica. Han tratado de decir que, sea como sea, es parte de la izquierda, pero en el fondo saben que en 2015 Morena le va a competir al PRD los votos del electorado de izquierda. Eso de que forma parte de la diversificación no se lo creen, pero tienen que decirlo porque sienten que la salida del segundo gran caudillo, expriista para variar —el primero fue Cárdenas, luego López Obrador—, los dejó como perritos sin dueño. Necesitan un caudillo que los unifique y voltean de nuevo a Cárdenas.

Por eso les ha caído que ni pintada la coyuntura de la iniciativa de reforma energética de Peña Nieto, porque hoy lo único que los une es la negativa a la reforma constitucional en materia energética, y por eso el PRD coloca a Cárdenas como su estandarte en la materia.

Esto habla de un partido que difícilmente se ha institucionalizado, que crea internamente los liderazgos necesarios para sobrevivir, frente a un cambio generacional. Es muy curioso que le hayan propuesto a un hombre que está a punto de cumplir 80 años que regrese a la dirección del partido, es una edad en la que la mayoría de los políticos ya se retiraron de la política activa.

 

Dirigencia PRD y los caudillos

Cárdenas dejó muy claro que sólo podría aceptar si no tiene que competir, es decir si el partido le pide a gritos que sea el dirigente, pero nadie más se postula, y así Cárdenas podría pensarlo, porque como buen expriista, su definición fue ambigua, por el momento no le entro, pero no me descarto.

El problema es que Ebrard, que en el Congreso hizo un gran berrinche, que en varios temas fue el gran perdedor, no está dispuesto a retirar su idea de ser dirigente del partido, y es una idea legítima en cualquier institución política moderna en un sistema democrático.

Nadie ve mal que alguien quiera ser dirigente porque saben que las reglas del juego son claras y democráticas y no hay mayor problema. En Francia, hay que recordar que Ségolène Royal, la candidata socialista a la presidencia estuvo a unos puntos de poder ganar, quiso ser dirigente del partido, pero perdió. Aceptó su derrota y se reincorporó como una militante más de ese partido altamente institucionalizado, que tiene más de un siglo de vida. Ségolène Royal aguantó vara y a pesar de que no ganó en la elección presidencial y perdió la presidencia del partido, se mantuvo y de hecho, el año pasado, compitió para diputada y perdió, pero sigue siendo un activo de su partido.

En el caso del PRD mexicano, la problemática es que no han logrado institucionalizarse, ni darle permanencia y estabilidad a la organización del partido y a las reglas que la regulan, por el peso de los caudillos, aunque repitan el planteamiento de que todo se debe a las famosas tribus.

 

Cárdenas alimentó modelo de las tribus

Pero no, el problema es que hay tribus precisamente por los orígenes del partido, porque en la primera etapa del partido se dependió enteramente de un caudillo, y por lo menos hasta el año 2000, el PRD vivía al pendiente de Cárdenas, quien repartía cuotas de poder. Fue Cuauhtémoc quien alimentó ese modelo de las tribus y corrientes, pero luego del año 2000, al fracasar con su tercera postulación como candidato, se convirtió en un águila que cae.

Por eso los perredistas buscaron otro caudillo y lo encontraron en de Andrés Manuel López Obrador, que como jefe del gobierno capitalino logró lo que Cárdenas no había logrado. Hay que decir que el gran activo de Cárdenas es su apellido, ser hijo del general Cárdenas, el presidente mexicano del siglo XX más popular, y que sigue siéndolo.

El problema es que Cárdenas como gobernante ha sido muy malo y por eso López Obrador pudo convertirse en el caudillo sucesor, que construyó una política social que le permitió crear una base social impresionante, un modelo de política social asistencialista que le permitió lo que Cárdenas no había logrado en el Distrito Federal, y eso a Cuauhtémoc le dolió mucho.

 

Lucha PRD-Morena contra la reforma energética

Tiene que ver más con la religión que con la política; en sentido estricto, tanto AMLO como Cárdenas se disputan la titularidad de la religión del  nacionalismo revolucionario, heredado de la Revolución Mexicana.

Se disputan una vieja pieza ideológica que en la mayoría de los países está en los museos, en Brasil, por ejemplo, el papel de Petrobras como motor del desarrollo corrió parejo a la apertura, a la inversión privada en el petróleo. Petrobras no es como Pemex, no es una empresa cien por ciento brasileña, tiene convenios con empresas privadas y extranjeras, sobre todo que tienen el capital y la tecnología para esa rama de la economía. El modelo noruego, del que se habla mucho, es el modelo de una empresa pública que, sin embargo, puede hacer asociaciones con capital privado.

El propio López Obrador en su libro Proyecto alternativo de nación, que fue como su ideario para la elección de 2006, habla en la parte respectiva al petróleo de la necesidad de que Pemex tuviera cierto tipo de asociaciones con capital privado para el desarrollo de algunas áreas que la paraestatal no ha logrado hacer, por ejemplo, lo que se refiere a aguas profundas.

El problema central es que un gobierno priista de nuevo, el de Peña Nieto, propone una reforma en materia petrolera incluso para regresar supuestamente a la redacción que los artículos 27 y 38 constitucionales tenían con Lázaro Cárdenas, porque luego hubo reformas a éstos y de eso se habla menos. La propuesta de Peña Nieto supuestamente también hace uso de la carta nacionalista revolucionaria: ¡vean, estamos proponiendo lo que propuso el Tata hace 70 años!, como buenos priistas son víctimas del pasado. El problema es que López Obrador y el PRD se disputan la vertiente más primitiva de ese nacionalismo petrolero, lo han dicho muy claramente los dos, no están dispuestos a aceptar ninguna reforma constitucional.

Por eso digo que tiene que ver más con un tema religioso que con un tema de política concreta. Por eso AMLO y PRD coinciden en decir: si avanza esta reforma petrolera, o bien ¡incendiaremos el país!, ¡tomaremos calles! como AMLO sabe hacerlo, o el PRD ya dijo: si insisten en esa reforma, nos salimos del Pacto.

Se niegan a debatir porque saben bien que los números no los favorecen, saben bien que una reforma constitucional podría avanzar hoy con PRI, PAN, Verde y Panal; por el otro lado, MC y PT irían por el lado de rechazar la iniciativa, pero saben que los números no los favorecen y podrían lograr la reforma constitucional.

Por definición, la política tiene que ser pragmática, debe tomar en cuenta las posibilidades reales. Si vamos a discutir modelos de desarrollo para el sector petrolero debemos estar abiertos a la discusión y no decir: ¡ah, no!, si se quiere tomar otro modelo, no estamos dispuestos a discutir. Es el problema de la izquierda, que en lugar de seguir el camino de los socialistas de América del Sur —que gobiernan algunos socialistas como en Brasil o Chile, o que ya han gobernado en España o Francia—, lamentablemente nuestra izquierda se quedó anclada en el cardenismo de la primera mitad del siglo XX mexicano.