Un paso adelante y dos atrás

 

Bernardo González Solano

Con un jubiloso y anticipado repicar de campanas, celebrando, de antemano, algo muy lejos de su finiquito, en un descuido este generalizado arrebato podría trocarse en lúgubres tañidos funerales —ojalá que nadie los escuche—, los miembros permanentes (Estados Unidos de América, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China, más Alemania: los 5 + 1) del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU), en la madrugada del domingo 24 de noviembre, reunidos desde el miércoles 20, en la sede del organismo: el Palacio de las Naciones de Ginebra, Suiza, después de un maratón diplomático de varios días, lograron un histórico acuerdo con el Irán de los ayatolas que prometieron congelar su programa nuclear durante medio año, a cambio de que parcialmente se le suspendan el embargo comercial, petrolero y financiero y otras sanciones que empezó a disponer el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan desde 1987, y después otros países, así como el propio organismo internacional en 2006.

 La diplomática británica Catherine Ashton, cabeza de las relaciones exteriores de la Unión Europea (UE), dio a conocer formalmente el acuerdo en una entusiasta ceremonia para los cancilleres coautores del agreement, especialmente el secretario de Estado de EUA, John Kerry, el ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov, y su contraparte iraní, Javad Zarif. El efusivo abrazo que dio Kerry a la flemática inglesa Ashton en esta ceremonia pasará a la historia. Inmediatamente después saltaron los pros y los contras. Después de los seis meses de congelamiento nuclear iraní, se buscaría llegar a un convenio global definitivo. Que usted y muchas personas más lo vean.

Después de años de crisis, de múltiples peripecias, de negociaciones inútiles y de numerosas promesas jamás cumplidas, pudo obtenerse este acuerdo logrado en un match diplomático inédito. El arreglo provisional tuvo lugar a orillas del lago Lemán,  donde los diplomáticos occidentales y la cancillería iraní sudaron la gota gorda para darse seis meses de plazo en tan espinoso problema.

A grandes trazos, el arreglo de Ginebra prevé la suspensión del enriquecimiento del uranio a 20%, el límite del umbral para fabricar una bomba atómica. Incluye terminar con la producción de combustible y del reactor de Arat, una instalación que utiliza plutonio, otro material para construir un arma atómica. Asimismo, Irán se comprometió a no seguir produciendo nuevas centrifugadoras durante medio año y permitir el acceso de los inspectores de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) a las instalaciones nucleares, principalmente en Natanz y Fordow. A cambio, el Grupo de los 5+1 prometió aligerar parcialmente las sanciones sobre Teherán.

Todos salen ganando

Oficialmente este compromiso tan laborioso únicamente tiene ganadores en ambos bandos, sólo que en esta primera etapa hacia la resolución de una crisis que envenena las relaciones internacionales desde hace una década, desemboca en un acuerdo provisional que está lejos de ser perfecto. Es cierto que dificulta el acceso para que los iraníes cuenten con la bomba atómica. Pero sus ambigüedades permiten interpretaciones divergentes según se trate de  Washington o Teherán, de París o de Israel. Excluido en los anteriores ciclos de negociaciones, el derecho al enriquecimiento del uranio de facto ha sido reconocido hasta el 5% en Irán. Respecto al desmantelamiento del programa nuclear iraní, también pasó en silencio en Ginebra.

“¿Cuál era el propósito en este renglón? ¿Realmente se pretendía un acuerdo que impusiera el fin del enriquecimiento de uranio? El problema es que esta pretensión no se logró. A cambio de desmantelar el programa, el compromiso ginebrino por lo menos lo congela seis meses. Es mejor que matar el acuerdo”, según refirió un diplomático estadounidense que tuvo acceso al expediente. La Casa Blanca necesita de Irán para estabilizar el Oriente Medio y Siria, y flexibilizó su política iraní después de la elección de un nuevo presidente de ese país, Hassan Rohaní, a quien Barack Obama tendió la mano. Desde el verano último, Washington desarrolló negociaciones paralelas, secretas y bilaterales con Teherán.

Lo sucedido en Ginebra, la antigua sede de la desaparecida Sociedad de Naciones, no es más que una pausa en el espinoso debate del programa nuclear iraní. El camino para arribar a un acuerdo definitivo será largo y tortuoso, lleno de obstáculos, especialmente por parte del gobierno de Israel, del Reino de Arabia Saudita, del escepticismo de los Estados del Golfo Pérsico, de la postura irreductible del bando republicano en el Congreso de EUA y, también, del dogmatismo de los guardianes iraníes de la revolución que hace 34 años expulsó de su país al sha Mohamed Reza Pahlevi. Lo sucedido en Ginebra, dicen varios analistas, es limitado en el tiempo y reversible. Expirará automáticamente si no hay acuerdo final. Seis meses duran lo que un suspiro. Por lo menos, Obama logró que el régimen de los ayatolas volviera a la mesa de negociaciones. De fondo o no, muy pronto se sabrá.

Mientras que el presidente Barack Obama aseguró que lo logrado en Ginebra es “un gran acuerdo… que hace el mundo más seguro” porque por primera vez en una década “hemos frenado el avance del programa nuclear iraní” y “en estas negociaciones nada será acordado hasta que todo esté acordado”, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, expresó su más enérgico rechazo al acuerdo, al que describió como un error histórico… porque “el régimen más peligroso del mundo ha dado un paso significativo para conseguir el arma más peligrosa del mundo” y que las potencias han aceptado el enriquecimiento de uranio (por Irán) desentendiéndose completamente de las resoluciones del Consejo de Seguridad que ellas mismas encabezan”.

Acuerdo exitoso, según Rohaní

A su vez, Hassan Rohaní calificó el acuerdo como un éxito, ya que el “derecho a enriquecer uranio fue reconocido por el mundo” y que ese enriquecimiento continuará como en “el pasado” no obstante el pacto de Ginebra. Rohaní afirmó: “El logro central es que los derechos a enriquecer en suelo iraní han sido reconocidos por las naciones. Esto ha sido explícitamente estipulado por este acuerdo”. Aunque el representante del Tío Sam  en la Casa Blanca aseguró que si Irán no cumple completamente sus compromisos, EUA “revocará las ayudas” que le han sido concedidas para paliar las consecuencias económicas de las sanciones que le han sido impuestas durante los últimos años.

Los analistas explican la peligrosa jugada, aunque calculada, de Barack Obama en este asunto. La apuesta tiene sus riesgos. Todo mundo tiene el amargo recuerdo del acuerdo de 2003, cuando la diplomacia de occidente festejó —como ahora—  un arreglo histórico sobre el mismo diferendo: el programa nuclear iraní, para descubrir años más tarde que Irán violaba todos sus compromisos. “Los desafíos que esperamos son gigantescos”, adelantó Obama. Alineados con la posición de desconfianza absoluta de Israel, los escépticos, numerosos en el Congreso de la Unión Americana, traen a colación el ejemplo del acuerdo promovido por George Bush con Corea del Norte, que muy pronto pasó al basurero de la historia. Hasta la fecha, el rejuego entre Washington y Piongyang todavía continúa.  El exnegociador estadounidense, Christopher Hill, escribió en The New Tork Times:La realidad es que con el tiempo todo es reversible”. Israel, los saudíes y muchos parlamentarios de Estados Unidos advierten contra el acuerdo provisional  que institucionalizaría el statu quo, preservando la capacidad de Irán para enriquecer suficiente uranio para construir potencialmente una bomba atómica en poco más de un mes. Para los escépticos de las bondades del cantado acuerdo ginebrino, el modelo a seguir debería ser el de Libia, que renunció absolutamente a su potencial atómico, y evitar lo que sucedió con Corea del Norte.

La verdad, resalta David E. Sanger, jefe de corresponsales de The New York Times en Washington, crítico de la administración de Obama, “el actual gobierno no cree que sea posible destruir completamente la capacidad nuclear militar de Irán”… “ni por las bombas, ni por los acuerdos”… “ya es muy tarde para ello”. Lo que la Casa Blanca espera “más modestamente”, dice el periodista, “es impedir que Teherán construya la bomba”. La apuesta calculada de Obama es aprovechar la nutrida lista de sanciones que impuso a Irán junto con sus aliados, las cuales permanecen casi intactas para contener la capacidad nuclear iraní en un umbral aceptable, por medio de un mecanismo de verificación sistemática, a la espera de que, un día, un cambio de régimen y una verdadera reconciliación persa-estadounidense puedan cambiar más radicalmente esta ecuación.

Este enfoque se opone radicalmente a la filosofía maximalista de sus aliados israelíes y saudíes. Para el primer presidente afroamericano en la historia de EUA éste es un riesgo que está listo a tomar, aunque en la región pudiera iniciarse una carrera por hacerse de la bomba atómica, empezando por Arabia Saudita, con ayuda de Pakistán, quien en su momento también fue apoyado por la monarquía saudí para desarrollar su propia bomba atómica. El otro país que podría subirse a esta carrera sería Egipto. De Israel, ni hablar, pues Netanyahu, como otros líderes israelíes, saben que lo único que no puede hacer el Estado judío es perder una guerra, “podría ser la última”. El recuerdo del Holocausto siempre ronda en Eretz Israel.