Susana Hernández Espíndola

La ineficiencia de los cuerpos de policías y de investigación para esclarecer crímenes, no es privativa de México. Este 22 de noviembre, por ejemplo, se cumplen 50 años del asesinato del presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy, y, para vergüenza del gobierno de Washington, ni su CIA, ni su FBI, ni sus demás corporaciones de seguridad han podido resolver el ignominioso magnicidio.

Con todas sus exigencias y pedimentos al exterior sobre los derechos del hombre, y sus fanfarrias y sus programas y películas de investigadores que descubren intrincados crímenes, el de Kennedy lleva medio siglo sin justicia.

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La “Crisis de los misiles”

El demócrata John F. Kennedy tomó las riendas del imperio del Norte el 20 de enero de 1961, sucediendo a Dwight David Eisenhower y luego de ganar las elecciones de noviembre anterior al republicano Richard Milhous Nixon.

Kennedy fue el trigésimo quinto presidente de Estados Unidos y el primer católico que ocupó el cargo. Durante su gestión, en el interior del país trató de resolver, mediante la integración racial, un problema negro cada vez más agudo y, en lo exterior, se comprometió en la guerra de Vietnam y enfrentó la llamada “Crisis de Berlín” de 1961, que concluyó con el levantamiento del odiado muro que dividió a las dos alemanias.

Quizás el triunfo mayor en la carrera política del estadista, fue superar la “Crisis de los misiles”, con la que el mundo tembló realmente, por primera vez, ante el peligro de un enfrentamiento nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

A principios de octubre de 1962, aviones estadounidenses U-2 de reconocimiento fotografiaron en Sagua la Grande, Cuba, una base lanzamisiles soviética y la llegada de bombarderos Ilyushin-28 del Ejército Rojo. Aunque en realidad aún no estaba seguro si en el lugar existían cohetes con cargas atómicas, el 22 del mismo mes Kennedy se dirigió por radio y televisión a sus conciudadanos para informar que había ordenado a las fuerzas armadas un bloqueo aéreo y naval sobre la isla, para, impedir que continuara recibiendo “armamento ofensivo” de parte del gobierno de Moscú.

En tono de extraordinaria gravedad, el presidente anunció que había girado instrucciones de persuadir, atacar o destruir cualquier buque o aeroplano que intentara romper el cerco.

La exigencia directa de Kennedy al Kremlin, fue la suspensión del envío de armas y el desmantelamiento de las bases instaladas en territorio cubano, so pena de adoptar medidas más enérgicas que incluían un embargo petrolero al país caribeño.

El diario The New York Times, aseguró, en su edición del 23 de octubre, que “luego de que se evitó durante casi una generación que la guerra fría llegara al enfrentamiento directo entre Estados Unidos y el poder soviético, se tomó la decisión de forzar la salida de las bases de misiles del hemisferio, aún a costa de provocar un choque bélico”.

Los buques soviéticos siguieron atracando en Cuba hasta el 24 de octubre, cuando el bloqueo naval se inició en forma oficial. Luego, el presidente cubano Fidel Castro envió un telegrama al entonces premier soviético, Nikita. S. Kruschev, exhortándolo a que la URSS usara sus cohetes contra Estados Unidos para frustrar una presunta invasión a la isla.

Este hecho se basaba en el antecedente de la intervención estadounidense en Bahía de Cochinos, en 1961, y los cubanos, determinados ahora a pelear hasta la muerte, tenían 270 mil hombres listos, entrenados, prevenidos y armados. Según sus cálculos, provocarían unas cien mil bajas a los invasores.

Moscú, que también estaba convencido de que Washington preparaba un golpe contra Cuba, tenía en ese momento 42 mil soldados en la isla (cuatro veces más de lo calculado por la inteligencia norteamericana) y, en efecto, 20 cohetes atómicos (el tercio de los que disponía), aunque las cabezas nucleares nunca llegarían a ser montadas en los lanzamisiles. Además, otros 20 artefactos se hallaban en camino hacia el Caribe, a bordo de una nave que cayó en el bloqueo naval, en tanto que 20 misiles más apuntaban adicionalmente a los Estados Unidos, desde territorio siberiano.

El 27 de octubre, incluso, en el momento más álgido del conflicto -al día siguiente del derribo de un avión U-2 norteamericano sobre Cuba-, el alto mando soviético había decidido evacuar de Moscú a los miembros del Buró Político, por temor a un ataque con bombas atómicas.

Aunque en el fondo la crisis fue por la indisposición de Washington de reconocer la existencia de una Revolución Socialista en Cuba, y la tal invasión ni siquiera figuraba entre las ideas de Kennedy, el Pentágono, a la sazón bajo el mando del ministro de Defensa, Robert McNamara, estableció planes de “contingencia” y concentró tropas y equipo en la península de la Florida. Las medidas incluyeron la preparación de planes de vuelo y bombardeo sobre Cuba, para los días 27, 28 y 29 de octubre.

Mientras tanto, las fuerzas estadounidenses en Alemania Occidental y en el resto del mundo fueron puestas en estado de máxima alerta, junto con el Comando Aéreo Estratégico, que contaba con armamento nuclear.

Las aguas volvieron a su cauce normal hacia finales del mismo octubre, cuando Nikita Kruschev aceptó abandonar la construcción de bases en el archipiélago y el desmantelamiento de sus cohetes, bajo la supervisión de las Naciones Unidas. A cambio, Estados Unidos se comprometió a no invadir Cuba y a retirar un puesto de misiles nucleares “Júpiter”, de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, asentado en Turquía. kennedy 2

México, atrapado en el conflicto

Sobre ese episodio, muy poco se sabe que México corrió el riesgo de verse involucrado en el conflicto nuclear entre las dos superpotencias.

En una conferencia que se llevó a cabo en Moscú, en enero de 1989, Sergei Kruschev, el hijo de Nikita, reveló que como en aquel momento la Unión Soviética carecía de proyectiles balísticos para responder a un ataque atómico de Estados Unidos, estaba considerando una represalia nuclear contra el territorio estadunidense mediante el uso de bombarderos intercontinentales.

Sin embargo, estos aviones hubieran tenido que aterrizar en México después de atacar objetivos, porque su limitado radio de acción no les hubiera permitido regresar a la Unión Soviética.

La Unión Soviética se encontraba en una “posición sin esperanzas” frente al armamento nuclear estadounidense, sostuvo Kruschev, quien indicó que ese territorio estaba cercado por bases norteamericanas desde las cuales se podían lanzar ataques devastadores contra los centros vitales. El gobierno de Moscú, en cambio, carecía de los medios necesarios para llevar a cabo un contraataque contra el agresor.

“Cuando surgió el problema de cómo responder a Estados Unidos en momentos en que no existían los cohetes balísticos, se planteó a los diseñadores de aviones el reto de crear un aparato capaz de llegar a ese país y poner en práctica una represalia nuclear”, afirmó Kruschev.

Andrei Tupoley, ingeniero eminente en la historia de la aeronáutica soviética, añadió en la misma conferencia que “no podía diseñar un avión capaz de burlar las defensas de Estados Unidos”.

Kruschev apuntó que se podía crear un aparato capaz de penetrar a través de la defensa antiaérea y lanzar sus bombas, pero incapaz de regresar a su base en la URSS, por lo que tendría que aterrizar en México.

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El asesinato de Kennedy

Trece meses después, a un año de la nueva elección presidencial, Kennedy preparaba la batalla para permanecer en la Casa Blanca y decidió viajar a una de las regiones de Estados Unidos más peligrosas para él: Texas. Ahí, la mayoría demócrata había ganado los anteriores comicios, por un margen reducido, y estaba amenazada por el divisionismo entre conservadores y liberales. Además, en la zona reinaba un clima de violencia y hostilidad, propiciado por la más áspera oposición política.

A principios de octubre de 1963, antes de que Kennedy se reuniera con el gobernador de Texas, John Connaly, para organizar esa visita, el senador liberal William Fullbright le insistió en que no fuera a ese estado. Sin embargo, el presidente desdeñó la preocupación del funcionario y, el 21 de noviembre, inició el recorrido, pasando por San Antonio, Houston y Fort Worth.

La mañana del 22 de noviembre, aún en Fort Worth, al comentar con su esposa Jacqueline un incidente del día anterior, en el que grupos hostiles rechazaron su visita con pancartas, durante su estancia en un centro médico, Kennedy dijo: “Si alguien quiere dispararme desde una ventana, no habría forma de detenerlo”.

A eso de las 11:30 horas, la pareja llegó al Aeropuerto de Love Field, en la ciudad de Dallas, donde el mandatario debía presidir un desayuno y pronunciar un discurso en el Trade Mart, un salón de exposiciones comerciales. Entusiasmado por la cálida recepción que le fue conferida al recorrer la ciudad, Kennedy ordenó que al Lincoln azul en el que viajaba con Jacqueline, Connaly y su esposa, y dos policías, se le quitara la capota de plástico transparente.

Para garantizar la seguridad del presidente, se estableció un operativo que incluía a 150 agentes del Servicio Secreto, del FBI y de la policía, más 18 motociclistas.

A las 12:30 horas, cuando la comitiva pasaba de la avenida Houston a la Elm Street, repentinamente se escucharon varias detonaciones provenientes de lo alto del Texas School Book Depositary, un almacén de libros escolares.

La primera bala alcanzó a Kennedy en el cuello y la tercera le deshizo el cráneo. En tanto, la segunda había herido a Connaly en la espalda.

Treinta minutos después del atentado, y luego de que 19 médicos y enfermeras del hospital Parkland hicieron lo posible por salvarlo, Kennedy exhaló el último aliento.

Transcurridos 99 minutos del fallecimiento del estadista, Lyndon Blaine Johnson rindió protesta como nuevo Presidente de los Estados Unidos.

Casi al mismo tiempo, en el distrito de Oak Cliff, la policía detuvo en un cine a Lee Harvey Oswald -ex integrante de la Marina y trabajador del mismo almacén desde donde le dispararon a Kennedy-, por haber herido momentos antes, con un arma de fuego, al oficial J.D. Tippit. En las primeras investigaciones, tanto el jefe de la policía de Dallas, Jesse Curry, como el encargado del departamento de Homicidios, Will Fritz, señalaron a Lee Harvey Oswald como el verdugo del presidente. La acusación se basó en que algunas personas lo habían visto en lo alto del Texas School Book Depositary minutos antes y después del fatal atentado. A tal conclusión se sumaron después el director del FBI, J. Edgar Hoover, y la Comisión Warren (investigadora del delito), bajo el mandato del presidente de la Corte de Justicia, Earl Warren, pero controlada por el director de la CIA, Allen Duelles.

El presunto francotirador asesino, nació el 18 de octubre de 1939 en Nueva Orleáns, Luisiana. Luego de haberse enlistado en la Marina tuvo que abandonarla, tras ser inculpado de portación de un arma no reglamentaria.

Entre octubre de 1959 y junio de 1962, Lee Harvey vivió en la Unión Soviética, dónde se casó con Mariana Nikolaevna Pruskova. A pesar de que en alguna ocasión se declaró comunista, Lee Harvey Oswald dijo en un programa radiofónico de Nueva Orleáns, el 21 de agosto de 1963: “Fui comunista, ahora ya no lo soy… Pero seguiré siendo marxista”. El 29 de septiembre de ese mismo año viajó a México, con una tarjeta de turista autorizada por el cónsul mexicano en Nueva Orleáns, y con el objetivo de tramitar una visa para volver Moscú, vía La Habana, pero no lo logró. A su regreso de este viaje, el 4 de octubre, se instaló en Texas, donde el día 15 fue contratado como empleado del edificio desde donde le dispararon a Kennedy.

El atentado causó consternación en el mundo. En la URSS, Nikita Kruschev condenó el asesinato que, según la prensa moscovita, fue instigado por derechistas.

En México, el presidente Adolfo López Mateos lamentó el artero crimen y decretó tres días de luto nacional. Setenta estaciones de radio mexicanas transmitieron la dramatización de la vida de Kennedy, con el título de “El día negro”.

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Muere L.H. Oswald

Aunque Lee Harvey Oswald clamaba a gritos su inocencia, la verdad sobre el asesinato de Kennedy se la llevó a la tumba antes de que pudiera ser sometido a juicio: el 24 de noviembre, mientras en la Casa Blanca los restos del ex presidente eran objeto de honores antes de su entierro al día siguiente, el presunto asesino fue abatido de un balazo en la comisaría de la policía de Dallas. El agresor, León Jacob Rubinstein, conocido como Jack Ruby, propietario del cabaret “El Carrusel” y ex informante de la policía, en un pretendido arranque de ira vengativa, propiciada por su “admiración” hacia la familia Kennedy, cobró justicia por su propia mano.

La bala disparada por Ruby atravesó el estómago y el bazo y seccionó la aorta de Oswald, quien murió a la misma hora y en el mismo hospital al que llevaron el cuerpo de Kennedy.

El proceso contra Jack Ruby se abrió en Dallas, el 17 de febrero de 1964, y el principal argumento que esgrimió para silenciar al supuesto ejecutor de Kennedy, fue el de evitar a su viuda “el dolor de tener que enfrentarse con el asesino en un tribunal”.

El 14 de marzo, Ruby fue declarado culpable y sentenciado a muerte. Sin embargo, el juicio fue anulado tras la apelación de sus abogados, quienes consiguieron la apertura de un nuevo proceso por homicidio simple, en lugar de homicidio premeditado.

El 3 de enero de 1967, Ruby murió de una misteriosa embolia y nunca se supo por qué realmente liquidó al asesino del mandatario. Sin quererlo, Lee Harvey Oswald estableció una marca mundial, ya que su asesinato fue televisado en directo por las emisoras NBC y CBS, siendo esta la primera vez que un crimen real era cometido ante millones de personas en los 15 años de existencia de ese medio electrónico de comunicación. El antecedente más cercano de tal hecho, había sido en octubre de 1960, cuando un individuo hirió a puñaladas al líder político japonés Inejiro Asanuma, delante de cámaras de televisión.

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Conclusiones dudosas

El 27 de septiembre de 1964, la Comisión Warren concluyó en un informe que Lee Harvey Oswald había sido el autor de las muertes de Kennedy y del patrullero J.D. Tippit, y de un atentado contra el militar Edwin A. Walker, cometido el 10 de abril de 1963. También aseguró que el 9 de agosto de 1963 fue detenido en Nueva Orleáns, luego de una trifulca callejera con exiliados cubanos, cuando distribuía pasquines del “Comité Juego Limpio para Cuba”.

Según el informe, basado principalmente en interrogatorios hechos por el FBI -en 1962, a su regreso de la URSS, y en 1963- Lee Harvey Oswald intentó suicidarse cuando residía en la Unión Soviética y era muy dado a la violencia. Además, se estableció que el arma homicida, una carabina Mannlicher Carcano, le pertenecía.

A pesar de esto, la prueba de la parafina realizada a sus manos y rostro resultó negativa y quedaron sin establecerse los móviles del atentado.

Por otra parte, dos de los amigos íntimos de Kennedy, que viajaban en su comitiva cuando fue asesinado, David Powers y Ken O’Donnell, afirmaron años después que los disparos fueron hechos también de frente al mandatario y no sólo desde atrás, como aseguró la Comisión.

En 1978, surgió una nueva versión que indicaba que el día de la tragedia, un guardia tenía por casualidad su radio abierto y los disparos hechos contra Kennedy fueron grabados en la estación central de la policía de Dallas. En la cinta -se aseguró- se percibe una cuarta detonación más débil que las tres primeras y proveniente de un punto diferente al Texas School Book Depositary. Ese cuarto disparo, que fue demostrado en una reconstrucción acústica en el mismo lugar de los hechos, reforzó la tesis de una conspiración para matar al presidente.

Tiempo después, un diario y un oficial de la CIA, aseguraron que E. Howard Hunt, uno de los implicados en el caso Watergate (quien vivió en México y murió el 23 de enero de 2007) y la propia Central de Inteligencia de Estados Unidos, tuvieron que ver en el delito.

Tal tesis la comparte el escritor de Baltimore, Harrison Edward Livingstone, quien asegura que las fotografías de la autopsia y rayos equis fueron falsificados y no muestran las heridas de Kennedy tal como las vieron y recordaban los médicos que lo atendieron.

En el libro que escribió con el experto en foto-óptica, Robert J. Groden, Alta Traición, Livingstone asegura que hizo un estudio exhaustivo a los 26 volúmenes del informe Warren y encontró contradicciones. “Todas las pruebas del caso que implicaban a Oswald –dice Livinstone- fueron maquinadas. Fue preparado como un chivo expiatorio con mucha anticipación; el camino estaba trazado y obviamente él estaba involucrado con agentes de Inteligencia.

“La clave es la falsificación de la evidencia médica. Los conjurados claramente ocupaban altos puestos en el gobierno. Poco después del homicidio gran parte de la política exterior de Estados Unidos cambió de rumbo”, concluye el escritor.

El 25 de octubre de 1988, en un documental de la televisión privada británica producido por Nigel Turner, se expuso la teoría, actualmente más aceptada, de que Kennedy fue asesinado por un equipo exterminador integrado por tres franceses (Lucien Sarti, Roger Bocagnani y Sauveur Pironti) contratados por la mafia estadounidense. El programa de dos horas, “Los hombres que mataron a Kennedy”, presentó la tesis de que los pistoleros, del puerto de Marsella, recibieron un contrato del crimen organizado para impedir una campaña en su contra, ordenada por Kennedy y llevada a la práctica por su hermano, el entonces secretario de Justicia, Robert Kennedy, asesinado, a su vez, en 1968. Sobre el tema, el propio Robert había escrito un libro titulado: Mi lucha contra la corrupción (Y aquí cabe hacer notar que Robert había inscrito en su programa contra el hampa un castigo a Jimmy Hoffa, presidente del todopoderoso “sindicato” de camioneros de Chicago, que había desviado 25 millones de dólares de las cajas que administraba, y a cuya pandilla pertenecía ¡Jack Ruby!, el asesino de Lee Harvey Oswald).

Según el programa de Central Television, uno de los pistoleros, Lucien Sarti (quien murió en México el 27 de abril de 1972), se hizo pasar por policía y, desde unos 45 metros del automóvil en el que viajaba Kennedy, habría sido el autor de un cuarto disparo, que le pegó al mandatario abajo del ojo derecho, del lado contrario a los balazos que provenían del Texas School Book Depositary.

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Extrañas premoniciones

Como anécdotas singulares de los asesinatos de John y Robert Kennedy, existen dos historias sorprendentes: la primera asegura que, en 1952, la célebre profetisa estadounidense, Jeane Dixon (fallecida el 25 de enero de 1997), fue asaltada por una visión cuando se encontraba en la catedral católica romana de St. Matthew, en Washington.

Los periódicos de la época consignaron que la señora Dixon “vio a un demócrata de ojos azules entrando en la Casa Blanca”, y percibió, además, que ese presidente era asesinado.

A principios de 1963, la dama volvió tener tales presentimientos y trató de advertírselo a Kennedy, quien, naturalmente, ni siquiera la recibió. Sin embargo, la catedral donde Jeane Dixon “vio” la muerte del político, es la misma donde el cadáver del mandatario fue velado.

En cuanto a Robert Kennedv, al inicio de su campaña electoral, su cuñada viuda, Jacqueline, en una ocasión aseguró: “Sé que le dispararán y lo matarán, igual que ocurrió con mi marido”.

El 5 de junio de 1968, el joven senador fue herido de muerte a balazos en un hotel de Los Angeles, por el inmigrante árabe Shirkam Bishara. En la madrugada del día siguiente falleció.