LA REPÚBLICA

 

Es la hora de cambiar

Humberto Musacchio

La Iglesia católica vive atada a sus prejuicios o, mejor dicho, a las prohibiciones que a lo largo de su historia han decretado sus pontífices, como ésa que impide a las mujeres convertirse en sacerdotisas, asunto que decretó un papa guiado por su misoginia y sin más razón que evitar la competencia femenina.

En sus dos mil años de historia, la institución romana ha experimentado escasísimos cambios. Fue Juan XXIII, el Papa Bueno, quien tuvo el valor de convocar el Concilio Vaticano II y decretar diversas medidas para acercar la Iglesia a sus fieles, como fue dejar el latín para oficiar en la lengua de cada lugar o que los sacerdotes dejaran de dar la espalda a su grey al decir misa.

Fue precisamente al calor de los debates conciliares que florecieron la teología de la liberación y las corrientes que buscaban por diversos caminos acercarse a su feligresía. Pero ido Juan XXIII, y extrañamente muerto —se dice que asesinado— su sucesor Juan Pablo I, vino el largo reinado de Juan Pablo II, con su búsqueda de popularidad pontificia y la persecución de los teólogos de la liberación para mantener la Iglesia dentro de su esclerosis.

Ahora, sin embargo, el papa Francisco al parecer ha entreabierto las puertas del Vaticano a los aires del cambio. Al menos eso parece indicar su disposición de recabar opiniones sobre el matrimonio gay, las familias homoparentales, la gestación en vientre prestado y los divorciados y unidos con otra pareja, que automáticamente quedan fuera de la Iglesia, a menos que sean ricachones o políticos influyentes que pueden pagar por la anulación de su matrimonio o unión anterior.

No es que Francisco se proponga introducir cambios en todos esos temas, sino que más bien le quiere medir el agua a los camotes, como suele decirse en México. Tampoco se trata de un papa revolucionario, pues es bien conocida su rotunda condena a todo movimiento que huela a comunismo, aunque no lo sea, o su apego casi religioso a la autoridad, como ocurrió en Argentina durante la dictadura, cuando permaneció impasible ante la detención, tortura y muerte de tantos sacerdotes y monjas.

La razón única de la encuesta es que Francisco, mejor que nadie, sabe que la rigidez tradicionalista está ocasionando la deserción masiva de antiguos fieles, la falta de interés en el sacerdocio y la incapacidad institucional para evitar y aun tapar los escándalos sexuales y financieros en que suelen meterse sus ministros. Es la hora de cambiar, pero la resistencia principal está dentro de la propia Iglesia católica. Será difícil removerla.