ISAGOGE
Y lo peor: no hay certeza de su eficacia
Bernardo González Solano
Como una canción popular, en todo el mundo está de moda el verbo espiar, en el idioma que usted prefiera. Y, como desconcertado director de orquesta, de las 16 agencias —“oficiales”, off the record— de espionaje de la Unión Americana, con la batuta arriba, abajo, derecha e izquierda, Barack Hussein Obama, el primer mulato afroamericano en el papel del Tío Sam, el empistolado “gendarme mundial” encargado, por “designación divina”, de cuidar a propios y extraños en todo el planeta.
No son pocos los que se preguntan: ¿qué carajos le sucedió a Obama, el flamante Premio Nobel de La Paz? ¿Cómo fue que el elegante esposo de Michelle se enredó en este superescándalo de espías que ha dejado chico al big brother de la famosa novela 1984 del británico George Orwell, a cualquier personaje de John Le Carré o al invencible James Bond, el agente 007, “con permiso para matar”, del también inglés Ian Fleming.
El informe de The Washington Post
O será, como informó el histórico periódico recién vendido, The Washington Post, hace poco más de dos años, que “el espionaje de está fuera de control”. Aunque, por principio de cuentas, nadie cree que Obama no supiera, por ejemplo, que “no sabía” que la canciller alemana Angela Merkel era espiada por agencias estadounidenses. Si “no lo sabía”, malo, pero, si lo sabía y lo negó: peor. Esa postura no es la que le corresponde a un presidente de Estados Unidos. Lo pillaron con las manos —ambas— en la puerta.
Según The Washington Post, el “imperio” estableció y puso en funcionamiento después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 un intrincado y soberbio sistema de espionaje a base de operaciones clandestinas tan complejas y “secretas” que “en realidad nadie sabe si funciona”. Ya de por sí Estados Unidos contaba, antes del ataque a las Torres Gemelas, con un costoso y obeso sistema de “inteligencia”, pero después de 2001, el aparato creció tanto que nadie sabe, a ciencia cierta, cuánto cuesta, cuántas personas laboran, ni cuántas agencias están dedicadas a lo mismo y, sobre todo, si son “eficaces”.
The Washington Post dice que en Estados Unidos hay mil 271 organizaciones gubernamentales —y mil 931 compañías privadas— dedicadas a programas relacionados con el “contraterrorismo”, la seguridad nacional y los servicios de inteligencia en más de 10 mil puntos del país. La investigación, que necesitó dos años para completarse, calcula que el sector emplea a 854 mil personas. En la capital del país y área circunvecina, además, hay unos 33 edificios dedicados al servicio de seguridad e inteligencia —clasificados como de top secret (alto secreto)—, y las dependencias destinadas a este fin ocuparían el equivalente a tres Pentágonos o 22 veces los edificios del Capitolio.
Se dice que la Agencia de Inteligencia de Defensa del Pentágono pasó de tener 7 mil 500 empleados en 2002 a 16 mil 500 hace dos años. Asimismo, el presupuesto de la Agencia de Seguridad Nacional, encargada de las escuchas furtivas se dobló en el mismo periodo.
Y las 35 unidades de fuerza de tareas conjuntas para el terrorismo del FBI se convirtieron en 106. Y por ahí se podría seguir casi hasta el infinito.
En las últimas semanas, gracias a la entrega que ha hecho el exanalista de la Agencia Nacional de Seguridad, el estadounidense Edward Snowden, asilado en Rusia por disposición de Vladimir Putin, de material clasificado al periodista británico Gleen Greenwald, todo el mundo se ha escandalizado por el alcance del espionaje de Estados Unidos tanto en Europa —Alemania, Francia, España— como en el Nuevo Continente, específicamente en Brasil y en México. Lo peor del caso es que los países espiados son, todos, “amigos” del Tío Sam.
Snowden, piedra en el zapato
Snowden ha cimbrado los cimientos de la política exterior de la Casa Blanca. El exanalista volvió a poner en marcha su centrifugadora y obligó a la diplomacia de su país de origen a exhibir su “tono más conciliador” para tratar de aplacar la indignación de sus aliados ante una nueva tanda de revelaciones explosivas.
Las nuevas filtraciones ya habían sido “anunciadas”. El padre de Snowden, después de visitarlo en su escondite ruso lo advirtió: “A Edward le quedan muchos más secretos por compartir”, aunque al mismo tiempo dijo que su hijo no “era traidor a su patria”.
Días más tarde, la revista alemana Der Spiegel informaba que la inteligencia de Estados Unidos había intervenido las comunicaciones del expresidente mexicano Felipe Calderón Hinojosa y del actual mandatario Enrique Peña Nieto, desde la campaña electoral. Por su parte, el periódico vespertino parisiense Le Monde publicaba el espionaje masivo en los datos telefónicos de ciudadanos franceses.
Como consecuencia, Obama y el presidente François Hollande horas más tarde mantuvieron una complicada conversación telefónica que muchos analistas interpretaron más como un intento de calmar el descontento de la opinión pública francesa que como una seria y formal protesta del Elíseo.
Aparte de Francia, México, Brasil, el caso más espinoso de las denuncias de espionaje por parte de la Agencia Nacional de Seguridad que han circulado en las últimas semanas es el de los “celulares” de Merkel. Hasta julio de 2013, la marca favorita de la doctora en física era la finlandesa Nokia: todavía en 2009 usaba el modelo 6131 para luego pasar, a partir de octubre de aquel año a uno muy parecido al 6260, con un costo de 2 mil 618 euros, que incluía el software de la empresa de seguridad Secusmart que supuestamente encripta toda comunicación que pase por el equipo.
Ahora, a partir de octubre, la señora Merkel usa un nuevo “celular”: el Blackberry Z10 con el mismo sistema de seguridad implantado por la empresa de Dusseldorf. Según la propagada, el Z10-Secusmart cumple los estándares de seguridad más altos y separa además llamadas profesionales y privadas. Un smartphone con este tipo de seguridad cuesta unos 2 mil 500 euros.
Pero la tecnología de seguridad contra espionaje en teléfonos móviles a cargo de Secusmart desde 2009 —que no sólo usa la canciller sino casi todos sus ministros federales— está puesto en duda: primero, por un artículo de Der Spiegel que denunció que el celular de Merkel estaría intervenido por la Agencia Nacional de Seguridad, y luego de confirmarlo, por la propia cancillería alemana que condujo a la jefa de gobierno a llamar a Obama para exigirle una explicación.
Nuevas revelaciones señalan que el inquilino de la Casa Blanca conocía desde 2010 el espionaje al que estaba sometida Merkel. De acuerdo a lo que publicó el domingo 27 de octubre el periódico Bild am Sonntag, Obama encargó además un exhaustivo informe sobre la canciller a la Agencia de Seguridad Nacional. Según esta publicación germana, Keith Alexander, jefe de la agencia que vigila las comunicaciones mundiales para Washington, personalmente puso al corriente a Obama de la intervención que se hacía en el celular de la jefa de Gobierno alemán.
Otros medios alemanes publicaron que cuando Merkel protestó ante Obama por la supuesta intervención de su teléfono portátil, el afroamericano se disculpó y le aseguró que él no sabía nada. Pero, el Bild am Sonntag agregó que la información publicada la obtuvo “de trabajadores de los servicios secretos”, y que los espías que hacíana este “trabajo” no notificaban sus actividades a la central de la Agencia Nacional de Seguridad en Fort Meade, sino directamente a la residencia presidencial.
¿Quién miente o quién dice la verdad? En este cochinero que es el mundo del espionaje difícilmente podrá saberse. Siempre ha sido así, y no cambiará porque se trate de Merkel o de Obama.
No se trata de adoptar una posición cínica: “espío porque todos lo hacen”, ni tampoco quedarse callado porque “todos tienen cola que les pisen”, sino que gracias a Snowden y al otrora soldado Bradley Manning —que ahora se cambió el nombre y el sexo— se saben que de otra forma nunca se habrían conocido. Como el hecho de que la Agencia Nacional de Seguridad “supervisa” las conversaciones telefónicas de 35 “líderes del mundo”, números telefónicos proporcionados por algunos funcionarios de gobierno de Estados Unidos, de acuerdo con un documento proporcionado por Snowden que es la piedra en el zapato de Obama.
La pregunta obligada es: ¿qué sucederá? Aparte de algunas remociones de tipo cosmético, no sucederá nada, o casi nada. No, mientras Estados Unidos continúe siendo el último “imperio” de la Tierra. Con quejas, reclamaciones y pataleos. Esa es la verdad monda y lironda. Nada más, nada menos.