BALLESTA

 

Año de reformas transformadoras

Mireille Roccatti

El vertiginoso trascurrir de un año, que es sólo un instante en el tiempo de la historia, nos permite abordar y evaluar el tema del primer año de gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. Muy lejano parece el triunfo electoral del PRI y su retorno al poder a mediados de 2012, y más distante aún la alianza coyuntural de PAN y PRD, quienes impugnaban los resultados comiciales. Ante el embate opositor el actual presidente se mantuvo sereno y ajeno al triunfalismo, y con paciencia de Job se dedicó a construir un esquema de gobernabilidad que rompió el inmovilismo político sufrido por el país los últimos tres quinquenios.

En paralelo a la negociación con las principales fuerzas políticos partidistas, se estableció un dialogo con los factores reales de poder y se decidió un esquema de cooperación con el gobierno saliente para permitir una transición tersa por lo que implicaba la nueva alternancia. En un acto de política que privilegiaba el interés superior del país, se apoyó el régimen agonizante para que transitara la propuesta de reforma laboral que tanto importaba al gobierno panista de Calderón en tanto que por primera vez se usaba la iniciativa preferente como facultad del Ejecutivo federal y que requería del voto de la bancada priista.

La política dialogante que rompió la falta de acuerdos en el Congreso desde que en 1997 el pluralismo político dejo sin mayoría legislativa al ejecutivo es quizás el mayor logro del presidente Peña Nieto, demostró que es posible lograr acuerdos, construir consensos y conseguir avances y reformas cuando prevalece un ánimo conciliatorio dispuesto a escuchar al contrario; se privilegió el debate, la confrontación de argumentos, y, sobre todo, se privilegia la política con visión de futuro.

El esquema del Pacto por México, que tampoco es novedoso en nuestro país —recordemos 1977 o 1995— en tanto diálogo para la construcción de acuerdos entre el gobierno y la oposición, permitió a lo largo de este año: las reformas educativa, de telecomunicaciones, de competencia económica, la financiera, la fiscal, la enésima político electoral —en discusión cuando se escriben estas líneas—, y todo indica que saldrá la energética antes de que finalice este año. Por cierto que paradójicamente hoy, PAN y PRD son quienes más insisten en la persistencia del Pacto, a pesar de voces disidentes en ambas organizaciones político partidarias.

Las reforma enunciadas, más allá de su contenido o sus meritos, y que requieren legislación secundaria, permitirán al régimen de Peña Nieto reafirmar la ruta trazada y en el mediano plazo se reflejarán en crecimiento económico.

Es digno de destacar que quedó demostrado fehacientemente que la nueva alternancia no significó ni un retorno al autoritarismo y tampoco se construyó uno nuevo; por el contrario, se amplió el clima de libertades que se refleja en las opiniones que se vierten en prensa, radio y TV.

En el otro plato de la balanza es obligatorio señalar que debido a factores exógenos y otros de índole interna se produjo un desaceleramiento de la economía que implicó que las expectativas de crecimiento económico se fueran redimensionando a lo largo de los meses y terminaremos este año con un crecimiento del orden del 1 o 1.3%, lo que se traduce en que tampoco se generarán los empleos esperados. Tampoco debe soslayarse que, en materia de seguridad pública, se ha avanzado poco. La estrategia todavía no rinde frutos y debe ser replanteada.

En conclusión, un balance crítico positivo del primer año del presidente Enrique Peña Nieto debe, en nuestra óptica, ser positivo; se inscribe en la línea trazada desde la toma de posesión, de que se no se viene a administrar, se trata de transformar el país. Las reformas no son gatopardianas. Y, sobre todo, el presidente Peña Nieto está ejerciendo el poder, sin lastimar ni patrimonialmente.