Jaime Septién
(Segunda y última parte)
Una agradable noticia contra el consumismo brutal que nos acecha en los fines de año en México es que hay esperanza y que el miedo a la desaparición de la especie, de la Tierra, del universo que nos rodea puede ser contenido. Creo que tenemos que enseñarnos a pensar en familia, desde la familia, con la familia, en el largo plazo.
El biólogo australiano Macfarlane Burnet escribió: “Siempre que utilicemos nuestros conocimientos para la satisfacción a corto plazo de nuestros deseos de confort, seguridad o poder, encontraremos, a plazo algo más largo, que estamos creando una nueva trampa de la que tendremos que librarnos antes o después”.
En el corto plazo, a la naturaleza se le maltrata y desvalija. Se le agota, lo mismo que a una relación con los demás, con el ser amado, con Dios mismo. Y, como dijo el Jefe Seattle en su carta al presidente de Estados Unidos en 1855, cuando el bosque espeso haya desaparecido, cuando el agua se haya agotado por la especulación y el medro, la vida habrá terminado para dar paso a la supervivencia.
La familia, que es la empresa más rentable de todas, da una lección al mundo del dinero: la verdadera rentabilidad es aquella que reconoce que la competencia no está en eliminar al rival, o en ser despiadadamente “ganadores”, sino en ser compañeros de viaje de los demás. Finalmente, todos vamos en el mismo tren. Si se descarrila, nos matamos todos.
El reto de la sociedad es el reto de una nueva concepción de pensar en los otros. Dejar de pensar en sí mismos; dejar de actuar como agentes del mercado y comenzar a pensar en el futuro del hombre.
Exigir y exigirse la propuesta que hizo Alain Hervé en el sentido de que si queremos conservar la vida tenemos que cambiarla. Los medios de comunicación tendrían una tarea específica (que rara vez cumplen de manera correcta): formar la “conciencia posible” de la gente. Quiere decir, ensanchar los límites de la conciencia de la persona con respecto a lo que le rodea, a su papel dentro del mundo y a su responsabilidad de entenderlo, conservarlo, preservarlo y donarlo más respirable a las generaciones por venir. En otras palabras: recuperar el espíritu de familia humana frente al consumo y a la dictadura del dios Mercado.
De nuevo el Jefe Seattle: “no es verdad que hayamos heredado la tierra de nuestros padres, la hemos tomado prestada de nuestros hijos”. Mejor, de nuestros nietos. Los medios necesitan crear ciudadanos responsables, capaces de mediar, a su vez, en procesos de solidaridad pública. Por influencia malsana, hemos llegado a proteger con mayor vehemencia los derechos del simio que los del no nacido; hemos llegado a dolernos hasta las lágrimas porque se derriba un árbol pero no porque se derribe un anciano, caiga sobre un charco de mugre y se desvanezca en el olvido. Abrazamos viejas especies de sequoias en California, pero dejamos morir de hambre a millones en Somalia, dejamos morir de soledad a miles en Guerrero.
La revolución de los medios y del consumo es la vieja fórmula de la familia: hacer saber a la persona que —como en el poema de John Donne— cuando doblen las campanas a muerto no pregunte por quién doblan; que sepa que doblan también por ella misma.


