Testimonio

Nora Rodríguez Aceves

Cuando uno es chavo y no tiene problemas de ninguna índole —familiares, económicos, escolares, incluso emocionales—, la vida se te hace muy fácil, ves la vida color de rosa, puedes conseguir todo con facilidad: dinero, amigos, fiestas, drogas, aventuras y mucha diversión, pero cuando todo esto lo combinas y no tienes un límite caes en la adicción, en donde “nada más hay tres caminos: te sales, estás en la cárcel o te mueres”, pero si corres con un poco de suerte, reflexionas en lo que estás haciendo, tocas fondo y tienes a alguien que te quiera mucho y se preocupe por ti, puedes llegar a un centro de rehabilitación para retomar tu vida, comenzar a corregir lo que hiciste o no hiciste, comenzar a escribir un capítulo más de tu vida, y ¿por qué no?  quizá ¡el mejor de tu historia!

 

La fiesta 8×8 y los porros

“Una fiesta es para muchas cosas: para conocer chavas, para drogarte y hacer cosas que a lo mejor en el momento son buenas, pero cuando volteas hacia atrás ves todo el daño que ya causaste…”, comentan los jóvenes encuestados para la Consulta Juvenil sobre Adicciones en el Distrito Federal, y efectivamente así fue como mi historia con las drogas comenzó, dice José Alberto, un joven que a los 17 años casi 18 se enganchó con las drogas, mediante fiestas que desde el primer semestre organizaban algunos de mis compañeros de bachillerato todos los viernes ¡no fallaba! todos los viernes estaba ahí, en esas fiestas en donde veía a todos “drogándose o tomando, en donde había de todo, mariguana, alcohol, cocaína, inhalables, en donde se te hace fácil drogarte, sobre todo si traes algún problema o algo que te moleste, ahí desemboca todo, te drogas con lo que este a tu alcance, no importa lo que sea, yo me metí de todo, lo que cayera en mis manos al fin todo iba al cuerpo”.

Pero no sólo fueron las fiesta lo que influyó para que el joven estudiante se relacionara con las drogas sino también el pertenecer “a un grupo de porros de una escuela y ahí fue donde todo detonó, donde cada ocho por ocho eran fiestas, eran droga y así poco a  poco me fui metiendo en ese círculo social y hasta que tocas fondo, en el mejor de los casos. Aunque la verdad, en ese momento de mi vida “me sentía el todo poderoso y pensaba: estás chavo, tienes juventud, tienes dinero, todo es fácil”.

Por diversión,  la razón

A diferencias de muchos jóvenes que consumen drogas por gusto, por curiosidad, por probar que se siente,  porque tienen problemas con sus padres, con su novia, con sus amigos, en la escuela, para ser aceptados en un grupo, porque se sienten deprimidos, enojados, incomprendidos, etc., “en mi caso fue más por diversión, porque realmente no tenía problemas de ningún índole ni siquiera familiares, pues me llevo bien con mis padres y con mi hermana, que es mayor que yo, por eso digo que ni por problemas ni por decepción o ese tipo de cosas, la verdad es que no fue por ahí, fue por diversión”.

Además, porque cuando las consumía “me sentía con un bienestar, sentía algo inexplicable, no sé como describirlo,  no hay una palabra con la cuál pueda  definir eso que yo sentía en el cuerpo o cómo me sentía en ese momento cuando consumía las drogas”.

Sin embargo, cuando pasaba “su efecto tomaba conciencia,  reflexionaba y decía: la estoy regando; esto no me va a llevar a nada bueno; aquí nada más hay tres caminos: uno, te sales, estás en la cárcel o te mueres. En la noche cuando llegaba a mi casa  después de la fiesta, entraba en mi cuarto y me acostaba en mi cama a dormir, mientras conciliaba el sueño meditaba todo esto, todo lo que había sucedido o había hecho durante el día: hoy hice tal cosa, hoy hice tal desastre y era cuando empezaba a meditar, pero me dormía y al otro día se me olvidaba todo, se me pasaba y entonces, llegaba el viernes y ¡a la fiesta otra vez! se quedaban atrás todos esos pensamientos, todas esas cosas que pláticas contigo  mismo se quedan muy pero muy adentro tanto que ni te acuerdas de ellas, todo se desvanece en tu memoria con el nuevo día”.

 

Tan cerca de la muerte

Y tan recuerda  Juan  Alberto todo lo que había hecho o no había hecho bajo el influjo de las sustancias que consumía que al recordarlas siente un poco de pena, pero con una leve sonrisa en su rostro y con cierta timidez afirma que hoy “no haría ninguna de las cosas que hice cuando me drogaba, porque las consumía en la fiesta para pasar el rato nada más,  pero cuando entre porros nos encontrábamos y había algún tipo de conflicto entre bandas, pues ya drogado te sentías Superman y al pobre que agarrabas casi lo matabas y ahí es cuando ya dices: sí la estás regando o te quedas pensando: cómo estará esa persona, si está bien, si afectaste a su familia o si está vivo ¡qué tal si no …!”.

Aunque, “siempre salí bien librado, porque sí había compañeros que los garraba la policía y se los llevaba detenidos, incluso, hay quienes todavía están cumpliendo su condena en algún  reclusorio, en esos momentos decía: pobres, si yo estuviera en su lugar mi mamá estuviera así… o ya me hubiera sacado, la verdad es que si me afligía y en ese momento volvía a reflexionaba, pero me entraba por un oído y me salía por el otro y bueno llegaba el viernes y venía otra vez la fiesta ¡ahí estaba otra vez!  Divirtiéndome y olvidándome de todo”.

Recuerdo, que también empecé a tener ciertos conflictos con mis papás que se dieron cuenta de mi adicción, ya que llegue al punto de drogarme en mi casa, en mi cuarto, cuando ellos no estaban, aprovechaba su ausencia para hacerlo, sin embargo, ellos se empiezan a dar cuenta de que algo pasa conmigo y empiezan a sospechar, empiezan a preguntar si estoy enfermo, si huelo a tal o cual cosa, y así empiezan a preguntarme de todo”, pero eso tampoco mi obligó a dejar la fiesta”.

Pero el destino le tenía reservada una experiencia muy dura y dolorosa que marcaría su historia para siempre y que, incluso, sería la que lo haría tambalearse y dudar sobre el camino que había decidido andar, por más de dos años, acompañado de porros, drogas, desmanes y fiestas, pues la vida le estaba dando una segunda oportunidad para enmendar su camino haciéndolo tocar fondo “para decir ¡basta! ¡hasta aquí llegue! que fue cuando levantaron, se llevaron, a uno de mis amigos y cuando lo encontramos, después de andar buscándolo por todos lados, estaba ya muerto y fue en ese momento que pensé: si no hubiera ido a la tienda, otra cosa hubiera sido, quizá me hubieran llevado con él, no estuviera aquí hoy ¡estoy de milagro! por eso, el tiempo que tenga aquí es para disfrutar al máximo y para corregir mi vida al 100 por ciento”.

No obstante, no fue la pérdida de su amigo la que lo hizo reaccionar y decidir tomar un tratamiento para su rehabilitación, no, tuvo que pasar algún tiempo para darse cuenta  del sufrimiento y dolor que le causaba su adicción a su mamá para que Juan Alberto decidiera tomar una rehabilitación en un Centro de Integración Juvenil, claro más a fuerza por su madre que por él, “fue ella la que buscó  ayuda porque un día se mete a mi cuarto a arreglarlo y a revisarlo, porque más que nada iba para ver qué encontraba en mi cuarto y lo que encontró fue tanta porquería de droga, era como un arsenal -al darse cuenta de lo que dijo sonríe y aclara:  bueno no, no  tanto, eran puras sustancias y es cuando mi mamá  decide acudir aquí, al Centro de Integración Juvenil, pero yo también decido venir, pues dije ¡ya basta de tanta fiesta! ¡ya basta de tanto desastre!”.

Al llegar al Centro de Integración Juvenil-Iztapalapa Poniente, “empiezo mi tratamiento con los psicólogos, con el terapeuta, me empiezan a hacer pruebas de antidoping cada mes, empiezo a participar en varios talleres, en actividades deportivas y me quedó en un grupo que inicia aquí y que ellos llaman Centro de Día, entro a las 8:00 de la mañana y salgo a las 4:00 de la tarde, por eso decido tomarlo.  Al mismo tiempo que empieza mi rehabilitación dejó la escuela, pierdo todo el año escolar y también sigo bajando a esos lugares, sigo yendo a esos lugares que frecuentaba, porque la verdad no estaba convencido del tratamiento, de querer estar aquí, así fue durante casi tres meses, pero también es en este tiempo cuando toque fondo se podría decir”.

 

Centro de Día

No fue fácil dejar el mundo en el que me movía, salir de ese ambiente de fiestas con los amigos, de drogas, de desmanes, pero al final del día piensas en tu futuro y eso te ayuda a salir de ahí, porque en un futuro puedes cambiar muchas cosas, estar con tu familia, en tu casa, realizado profesionalmente y no estar quizás en la cárcel o muerto o en el peor de los casos mal psicológicamente o metiéndote droga, pero la imagen que me mantenía aquí es la de mi mamá porque ya no la quería ver sufrir y también la  muerte de mi amigo.

Así llegue al Centro de Día, así cambie un poco, pero no al cien por ciento, ya que no deje todas las cosas donde yo andaba, pero si fui viendo otras cosas poco a poco, otras formas de pensar y ver la vida sanamente. Estando aquí y luego de haber dejado la escuela por más de un año y medio, retome mis estudios, regrese a terminar la preparatoria y hoy, estoy en la universidad, hoy ya no ve la vida color de rosa, “porque ya desmenuzo todo y ves a la sociedad cómo está y cómo actúa, al gobierno, las causas por las que lucha la gente, entonces ya como que no es tan color de rosa, pero si termino mi carrera a la mejor sí puede ser color de rosa”.