Transformación de México
Mireille Roccatti
El tiempo en su fugacidad indetenible nos tiene en las vísperas de la conclusión del primer año del gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, que significó el retorno del PRI en una segunda alternancia al poder ejecutivo de la república.
En la inacabada transición democrática de nuestro país, con todas sus imperfecciones y críticas, el voto mayoritario de la población se pronunció por el regreso del viejo partido “casi único” al poder, lo que aconteció pese a quienes instalados en la retórica escolástica antipriista se niegan aceptar que así funciona la democracia.
La coyuntura histórica-política en que se presentó fue sin duda el gran fracaso de los gobiernos derechistas que recibieron la novena economía del mundo y la regresaron en el lugar catorce, que escalaron la corrupción, que continuaron con el uso faccioso del poder y entregaron el gobierno inmerso en una especie de guerra civil que ocasionó un baño de sangre que costó la vida de miles de jóvenes mexicanos.
El sistema representativo presentaba signos inocultables de agotamiento, la partidocracia merecía el rechazo generalizado, resultaba urgente agilizar la adopción progresiva de esquemas de democracia participativa y sobre todo el modelo de desarrollo económico requería de trasformaciones inmediatas por que el crecimiento de la pobreza, solo podía terminar en polarización, encono y división de los mexicanos.
La propuesta del nuevo gobierno se alejó de las inveteradas prácticas de revanchas y venganzas contra los capitostes del régimen saliente o de persecuciones políticas en contra de las fuerzas políticas que por dos ocasiones consecutivas estuvieron a punto de ganar las elecciones presidenciales. El mecanismo empleado consistió en construir un espacio de diálogo con las tres principales fuerzas políticas, consensar una agenda y acordar una hoja de ruta y, así se construyó el Pacto por México.
El objetivo era demostrar que México puede realizar cambios y transformaciones en un clima de concordia, que al encono se le puede sustituir por el diálogo, que el entendimiento debe privar por encima del insulto, que la inteligencia está por encima de la sinrazón y que la propuesta supera la amargura de la negación.
El caminar del gobierno no ha sido fácil, dado que era necesario romper no solo ataduras ideológicas, significaba afectar intereses de todo tipo, recuperar en varios espacios, la fuerza del Estado, demostrar que era posible construir acuerdos primero con las fuerzas políticas y luego concretarlas con sus bancadas parlamentarias y enterrar el dogma de que en México, sí el presidente no cuenta con mayorías legislativas no puede gobernar.
Así el año que termina ha sido un año de reformas: educativa, telecomunicaciones, competencia económica, político-electoral, justicia penal y amparo, financiera-hacendaria, fiscal y energética. En todos los casos hubo desencuentros, diferencias y oposición a algunos aspectos de las reformas, por los maestros, los empresarios, los concesionarios, las formaciones políticas, académicos y en fin de todos aquellos que lastima los cambios de paradigma. En los casos de la energética y la educativa la resistencia aun persiste y habrán de escribirse nuevos episodios. Los grandes pendientes del régimen serán la seguridad pública y el crecimiento económico.
Para el próximo año, se requiere afinar y replantear aspectos de la estrategia de la política en materia de seguridad pública y seguramente desde los primeros días del año, a través del gasto público y otras medidas complementarias el gobierno federal pondrá el acento de su accionar en la reactivación económica para solidificar la expectativa de crecimiento de alrededor del 3.5%. Por otra parte, habremos de presenciar nuevas batallas legislativas- que enriquecen la democracia- para concretar en el aspecto normativo las reformas emprendidas. Y lo que sí podemos afirmar es que después de esta año de reformas, México, no será el mismo, tendremos un país diferente, tanto el país legal, como el país real.