Gonzalo Valdés Medellín
El rastro de Elena Garro fue presentada en la Gruta del Centro Cultural Helénico, bajo la dirección escénica de Arturo Adriano, dentro del Ciclo Ópera Prima. El teatro de Elena Garro en nuestros escenarios es toda vez inamovible; así lo demuestra el interés que —cada con vez mayor frecuencia— suscita en los jóvenes que lo escenifican. El árbol, Los perros, La mudanza o El rastro son títulos habituales en los grupos de repertorio y, sobre todo, en los creadores independientes. Obras cortas, con pocos personajes, dotadas de una luminosa y fecunda poética, las de Garro constituyen también un perfecto vitral de la psicología del mexicano contemporáneo y tal vez a ello se deba la inclinación de los jóvenes por rastrear y experimentar con estos textos de factura asombrosa por la fuerza de sus discursos y la diáfana fibra de su lirismo. En El rastro, Elena Garro toca uno de sus temas continuos: el despojo de la ilusión y la paz que sólo la muerte puede otorgar. Este montaje de El rastro conduce a recordar mucho de la obra de Garro, entre teatro, cuentos y novelas donde desmiembra a una sociedad corrupta en sus entronques axiológicos, generando monstruos que se niegan a sí mismos el derecho a vivir, caso de la historia que narra Adrián Barajas, asesino al que el pueblo linchará. La vigente y sobrecogedora destreza compositiva de El rastro (tragedia, en el más estricto sentido del género) vuelve a poner el acento en la grandeza dramatúrgica de Elena Garro y su punzante penetración psicosocial en el alma del pueblo mexicano. El joven director Arturo Adriano ha dedicado su puesta a la memoria de la extinta maestra Soledad Ruiz quien asentase: “Elena Garro ha podido penetrar en el alma del mexicano… Ella rescata el pensamiento mágico religioso de nuestros antepasados y lo enlaza con el presente…”. En el montaje de El rastro dirigido por Adriano actuaron Paola Pérez-Rea, Manuel Díaz, Yunuén Castillo y el propio Arturo Adriano; en breve retomará funciones.


