Jovita Millán

El 2 de enero de 1932 en el Puerto de Veracruz nació Hugo Argüelles Cano, quien desde que era niño acusó una inteligencia y un ingenio extraordinarios que habrían de ser fundamentales para el desarrollo de su obra artística.

Hace muchos años, allá por 1994, en largas charlas sostenidas ya en su casa o en un café, casi siempre al lado de José Antonio Alcaraz, el maestro Argüelles se solazaba recordando su feliz infancia llena de travesuras solapadas por su mamá, pero también en constante contacto con la literatura.

Resultado de éstas últimas fueron sus adaptaciones teatrales, a los nueve años de edad, de los cuentos de Hans Christian Andersen, Perrault y los hermano Grimm y una que otra obra de su autoría. “ya desde chico inventaba cosas” me dijo. Pero estas adaptaciones y primeras obras dramáticas no se quedaban en el papel, había que llevarlas a la escena, para eso había construido su propio teatro de títeres. Estaba ahí en su casa y no lo hacía gratis, cobraba a su público cautivo que eran sus parientes y vecinos.

Su encuentro con Gabriela Mistral lo marcó de por vida, con ella entabló una amistad sui géneris, pues siendo un adolescente de 12 años no podía evitar verla con admiración, mientras ella le platicaba sobre su vida y su poesía.

Cuando en 1950 terminó la secundaria en Veracruz se trasladó a la ciudad de México para estudiar la preparatoria en el Centro Universitario México y dos años después se inscribió en la Facultad de Medicina con el objetivo de ser el “mejor médico cirujano de México”. Pero no todo fue estudiar y estudiar, también, en calidad de director de Actividades Culturales de la Sociedad de Alumnos, se dio tiempo para formar un grupo de teatro con el que montó, entre otras obras, Las cosas simples de Héctor Mendoza, que impresionó a Salvador Novo de tal manera, que le otorgó una beca para que estudiara en la Escuela de Arte Teatral del INBA. Ahí tuvo como mentores a Fernando Wagner, André Moreau, Seki Sano, Sergio Magaña y Emilio Carballido, reconociendo a estos dos últimos como su ejemplo en el ejercicio de la escritura dramática.

Las enseñanzas tuvieron fruto inmediato, pues el mismo año que ingresó a la escuela, 1957, obtuvo el primer premio del certamen de obras en un acto convocado por el INBA con Velorio en turno, cuyo título cambiaría poco después por Los cuervos están de luto.

Estaba claro que no se trataba de buena suerte, se trataba de talento, pues de otra forma no se explica que también obtuviera el primer lugar en el concurso convocado por la revista Estaciones con Los prodigiosos.

Fascinado por el éxito, un año después abandonó la carrera de medicina para dedicarse de tiempo completo a estudiar teatro. En 1958 tuvo la oportunidad de ver por primera vez en el escenario una de sus obras. Lola Bravo había montado Los cuervos… con su grupo de teatro experimental en Monterrey, Nuevo León, que le valió, a Argüelles, el premio Nacional de Teatro. De este año data también su monólogo El camino en la caja, publicado en la revista Estaciones.

En 1959 ingresa a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM donde tiene como profesora a Luisa Josefina Hernández y conoce a José Antonio Alcaraz, quien sería su amigo de toda la vida.

A partir de entonces, se registra una intensa actividad en la producción del dramaturgo. Compañías profesionales como la de Enrique Rambal montan sus obras (Los prodigiosos, 1961) que le valió el premio Juan Ruiz de Alarcón a la mejor obra.

También incursiona en el cine, cuando en 1961 Francisco del Villar produce y dirige El tejedor de milagros con Pedro Armendáriz y Columba Domínguez en los papeles estelares. Caso curioso el de una obra de teatro que primero se lleva al cine.

La producción dramática de Hugo Argüelles fue prolífica y afortunada, pues logró que la mayoría de sus obras llegara al escenario bajo la batuta de directores destacados como Juan José Gurrola (La ronda de la hechizada, 1967), Miguel Sabido (La dama de la luna roja, 1970), Francisco Peredo (Concierto para guillotina y 40 cabezas y Valerio Rostro, traficante en sombras,  1979 y 1981), Martha Luna (El ritual de la salamandra, 1981), Julio Castillo (El cocodrilo solitario del panteón rococó, 1982) y Enrique Pineda (La boda negra de las alacranas, 1992), sólo por citar a algunos.

Todas estas obras tienen un sello que las caracteriza: la crítica social con humor negro que lo consagraría como el primer autor de este género en México y lo integrarían al panorama teatral como uno de los dramaturgo más destacados en la segunda mitad del siglo XX.

Los premios otorgados por la crítica especializada dan constancia de ello: el Juan Ruiz de Alarcón 1961 a la mejor obra de teatro por Los prodigiosos, y el Sor Juana Inés de la Cruz 1981, en la misma categoría por El ritual de la Salamandra, en 1983 por Los amores criminales de las vampiras Morales y Los caracoles amorosos en 1988 son sólo un ejemplo.

Sus obras se han representado con gran éxito en México y en el extranjero, destacando entre estas últimas Los prodigiosos, en la Habana, Cuba  (1963), El tejedor de milagros en Rostok, Alemania (1964), Los cuervos están de luto en Brno, Checolovaquia (1964) y Nueva York, Estados Unidos (1973) y La ronda de la hechizada en la Universidad de Bloomington, en Estados Unidos y en Brasil por Terezinha Alvez en 1973 y 1974 respectivamente.

La docencia fue otra faceta que desarrolló intensamente desde 1963 cuando fuera maestro-fundador de la Escuela de Bellas Artes en Puebla. Ese mismo año y hasta 1973 impartió clases en la Escuela de Arte Teatral del INBA y en el Centro Universitario de Teatro (1970-1973). El tecnológico de Monterrey, el Foro Eón y el Instituto Mexicano del Seguro Social fueron otras instituciones en las que, con la generosidad que le caracterizaba, compartió sus conocimientos y experiencias con sus alumnos.

Sin embargo, fue hasta 1982 cuando se consolidó como formador de dramaturgos, cuando presentara el primer ciclo de lecturas escenificadas con obras de sus alumnos pertenecientes al taller que impartía en su casa, ubicada en Cacahuamilpa Num. 6 en la Colonia Condesa que se convirtiera en sitio de una efervescente actividad creadora y de donde surgirían para la escena figuras como Víctor Hugo Rascón Banda, Sabina Berman, Tomás Urtusástegui, Gabriela Inclán, Leonor Azcárate, Carmina Narro y Jesús González Dávila.

Cada triunfo de ellos significaba un triunfo para Argüelles, pues se sentía muy orgulloso al ver cómo se iban posicionando en el campo teatral y obtenían reconocimientos a sus obras. Siempre que le era posible los acompañaba a recibir los galardones y les “indicaba” cómo comportarse. “Tenían que darse su lugar, no llegar puntuales sino hacerse esperar, pues sin ellos la ceremonia no tendría lugar”.

La gran capacidad creativa de Argüelles no conocía límites, de ahí que una parte importante de su trayectoria la haya realizado en el cine y la televisión.

Es innegable que el cine fue su segunda pasión, después del teatro por supuesto, cerca de 20 guiones de su autoría llegaron a la gran pantalla. El punto de arranque fue en 1961 con El tejedor de milagros, producida y dirigida por Francisco del Villar (Premio PECIME), quien haría lo propio con Los cuervos están de luto en 1963 y con Las pirañas aman en cuaresma en 1969. Ese mismo año, Roberto Gavaldón le dirigió Las figuras de arena.

La primavera de los escorpiones (1970), Doña Macabra (1971), Los amantes fríos (1977) son otros de los guiones de su autoría.

También con éxito, Argüelles incursionó en la televisión, su primer trabajo para este medio fue Doña Macabra, producida y dirigida por Ernesto Alonso con Amparo Rivelles, Ofelia Guilmain, Carmen Montejo, Enrique Rambal y Julissa como protagonistas y que en 1963 obtuviera el premio a la mejor serie de televisión.

También llevó a la pantalla chica las adaptaciones de sus obras El gran inquisidor con Ignacio López Tarso en 1973, mismo año en que presentó El tejedor de milagros con Silvia Derbez, María Rojo y Gonzale Vega. En 1985 se estrenó su adaptación a Los amores criminales de las vampira Morales.

Entre sus trabajos para este medio está su adaptación de El periquillo sarniento (1980) y la serie épica Nezahualcóyotl (1985).

Hacer una reseña detallada de la vida y obra de Hugo Argüelles requiere muchas más páginas que éstas. Está claro que queda pendiente una biografía extensa que registre y analice toda su producción.

Sin embargo, es importante señalar que la mayoría de su obra está publicada por diversas editoriales como las de el gobierno de Veracruz, el Fondo de Cultura Económica y Escenología, aunque es deseable que se monten con más frecuencia.

Han pasado diez años de su fallecimiento (24 de diciembre de 2003), sin embargo pervive en la memoria del teatro mexicano como un dramaturgo con estilo propio que impuso una nueva forma de hacer crítica frente a la ignorancia y prejuicios de los diferentes sectores sociales.

Cierro estas línea citando a Salvador Novo, quien dijo sobre Hugo Argüelles lo siguiente: “dejó la medicina y eligió el teatro, no sin antes hacerse de un ojo clínico y un afilado bisturí, para sanar a los espíritus, con la alegre medicina de su humor negro en el teatro”.

Relación de fotografías:

1-   Hugo Argüelles

2-   Hugo Argüelles

18.- Enrique Rambal y Magda Guzmán en Los prodigiosos. Dir. Enrique Rambal, 1961

20.- Ofelia Guilmain en La ronda de la hechizada. Dir. Juan José Gurrola, 1967

24.- Actores del grupo La cueva en Concierto para guillotina y 40 cabezas. Dir. Francisco Peredo, 1979

28.- Mario García González y Miguel Córcega, entre otros en El cocodrilo solitario del panteón rococó. Dir. Julio Castillo, 1982

Archivo: Hugo Argüelles