Gerardo Yong
Hablar de Nelson Mandela significa referirse a uno de los principales líderes mundiales cuyo ideal ha sido la lucha contra la discriminación. Esto no se entendería bien, si no hacemos un recordatorio de cómo estaba la Sudáfrica de antes de su llegada al poder en 1994, cuando ganó las elecciones presidenciales, con el firme propósito de lograr la reconciliación nacional, después de décadas de gobiernos autoritarios blancos.
En 1948, Sudáfrica comenzó a vivir bajo un régimen separatista conocido como Apartheid, promovido por el Partido de los Nacionalistas, creado por la minoría blanca boer. Este sistema estipulaba que no sólo la población negra, sino los individuos de otras razas ajenas a la blanca, esto es, mulatos, indios y orientales, fueran marginados en la mayor parte de las actividades diarias. Entre otros aspectos sociales, no podían acudir a los mismos lugares, les estaba prohibido ocupar cargos públicos, instruirse en las mismas escuelas e incluso acceder a los parques y lugares públicos como playas, restaurantes, zonas urbanas y hospitales, exclusivos de la población blanca. Por cierto, tampoco podrían utilizar el mismo transporte que usaban los blancos. Lo preocupante fue que este sistema llegó a tener una dimensión institucional, es decir, se crearon leyes que tenían sustento en este modelo separatista. Esto desarrolló una cultura discriminatoria que llegó a convertirse en una realidad para ambas razas y a concientizar que las cosas deberían ser así.
Combatiendo al mundo del odio
Cansado de esta situación y sobre todo, de la falta de acciones internacionales contra el gobierno separatista, este abogado decidió coordinar una campaña de campaña de desobediencia civil en 1952. Este fue el momento que le sirvió para elaborar un documento político contra el apartheid al que denominó “Carta de Libertad”. En él estableció su posición antisegregacionista y las estrategias para combatirlo sin armas. Gandhi y sus métodos de no violencia le sirvieron de inspiración. Las autoridades, cansadas de este movimiento que cada vez era más conocido en el mundo y en consecuencia, evidenciaba los excesos raciales en ese país, lo detuvieron junto a otros 150 colaboradores, a los que encarcelaron durante cinco años.
Mandela no tardó en reanudar su trabajo antisegregacionista y un año después fue arrestado por segunda ocasión, esta vez, acusado de sabotaje y otros cargos que le valieron la cadena perpetua en la prisión de Robben Island. Después de 27 años de encarcelamiento, Madiba, como también se le conocía por el título otorgado por los ancianos de su clan fue liberado el 11 de febrero de 1990.
La presea de la paz
Para entonces, su decisión inquebrantable y las constantes presiones internacionales sobre el gobierno separatista, le permitieron redoblar esfuerzos por buscar una situación más justa y democrática en Sudáfrica. Incluso, el presidente Frederil de Klerk, reconoció que el apartheid no tenía más fuerzas y decidió apoyar las causas mandelistas. Esto les valió haber recibido el Premio Nobel de la Paz en 1993.