Las que rescata mi memoria

 

 

 

Con su Plaza de Armas llena de

puestos de dulces.

Ignacio Manuel Altamirano

 

 

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

La iluminación navideña de la ciudad de México es, como en toda capital que se precie de serlo, un distintivo que expresa la vinculación del espacio urbano con un sentimiento solidario que lucha en contra del reflejo de una sociedad globalizada y consumista.

De mi memoria rescato la extraordinaria profusión y algarabía de luces de colores que engalanaron la Plaza de la Constitución, la Alameda Central, la Avenida Juárez y el Paseo de la Reforma, con la que se obsequió a los capitalinos en 1960 en ocasión de la nacionalización de la industria eléctrica consumada por el presidente Adolfo López Mateos.

A partir de ese año, la navidad capitalina integró a sus dulces y bulliciosas tradiciones el disfrute de los mosaicos luminosos ubicados en las principales glorietas de sus principales avenidas, acompañados de guirnaldas que cruzaban la anchura de las vialidades, propiciando con sus destellos una mágica transformación de una ciudad que pretendía desafiar al cielo con  los 44 pisos de la Torre Latinoamericana.

La iluminación navideña de la capital enriquecía la profusión de luces que enseñoreaban la penumbra de una ciudad que aún no se acostumbraba a la incandescencia de la luz mercurial en sus principales avenidas ni a la impronta publicitaria del neón, de la que mi memoria recupera el espectacular y descomunal anuncio de Petróleos Mexicanos que identificaba la gasolinera ubicada en la confluencia de la Avenida de los Insurgentes y el Paseo de la Reforma, con su Charrito Pemex, su torre de petróleos y un claro mensajes institucional que se fijaría en el imaginario colectivo como binomio entre nuestra riqueza energética y nuestra prosperidad educativa: “mejores escuelas harán de nuestros hijos mejores mexicanos”.

En contraste a ese mensaje patriótico y nacionalista, recuerdo con cierto terror y curiosidad la presencia de los barbados hombres vestidos de rojo, en particular la de aquel estrepitoso muñeco mecánico que Sears colocaba en su estratégico aparador de Insurgentes y San Luis Potosí de mi querida colonia Roma, el cual competía con el artificio mecánico de decenas de muñecos navideños con los que la empresa H. Steel y Compañía decoraba sus vidrieras en la avenida Juárez.

En esta búsqueda de aquel tiempo perdido, confronto una ciudad que vivía la Navidad apretujándose en taxis y vehículos particulares para “ver” la iluminación contra los intereses de los niños y los jóvenes de hoy que buscan otro tipo de atractivos para celebrar las mismas fiestas.

Si Altamirano añoraba los puestos de dulces en la Plaza de Armas, hoy los niños y los jóvenes de la ciudad se deleitan patinando en las pistas que coloca el Gobierno del Distrito Federal en esa misma plaza, disímbolo disfrute para generaciones que dudan de que un 10 de enero de 1969 la ciudad se cubrió de blanco,  bajo una discreta nevada que se abatió sobre el valle de México, según cuentan los abuelos a la menor provocación nostálgica.