Matar al paciente

Humberto Musacchio

Durante treinta años, Pemex ha sido la principal fuente de ingresos fiscales y su aporte ronda, según diversas estimaciones, entre 33 y 37 por ciento de los dineros que recibe el Estado mexicano. Pero aun así nos dicen que la empresa está quebrada, que no tiene dinero para realizar las enormes inversiones que se requieren para extraerle el jugo a las profundidades terrestres.

Por supuesto que Pemex no tiene los fondos necesarios para meterse en aguas profundas, pero no por falta de ganancias, sino porque el fisco tiene a la empresa ahogada con el voto de los diputados de todos los partidos, que cada año aprueban alegremente el presupuesto de ingresos y egresos, sin detenerse a considerar los daños que se ocasionan al patrimonio nacional.

Para legitimar el proceso de privatización, se destaca la ineficiencia, el desperdicio, la corrupción y otros males de la empresa que fuera orgullo de varias generaciones y que hoy es vista con más desprecio que una musulmana violada.

De acuerdo con una nota aparecida en El Universal (16/XII/2013), de 2000 a 2012, precisamente durante la noche panista, creció la nómina de la paraestatal, pero no la producción, lo que hizo los procesos más costosos mientras que la extracción caía en 25 por ciento.

Pues sí, pero ese crecimiento enfermizo de la nómina ocurrió a ciencia y malevolencia de los gobiernos panistas, sí, y también de las administraciones priistas que los antecedieron. La razón es que el apoyo del sindicato petrolero se pagaba haciendo aumentar exponencialmente la riqueza de los líderes y propiciando irresponsablemente la baja productividad de los trabajadores.

El sindicato petrolero fue un muy importante sostén de los gobiernos priistas y un cómplice de la ineptitud panista. Pemex históricamente ha constituido una caja chica de los presidentes, de modo que  venir a hablar a estas alturas de baja productividad, de exceso de personal y otras lindezas es el resultado de jugar al aprendiz de brujo.

Intocable como es el sindicato, privilegiados como han sido sus líderes, se propició la corrupción de funcionarios de la paraestatal. Ahora no saben cómo combatir a esos monstruos y sólo se les ocurre condenar a la empresa a una muerte por inanición. Vendrán inversiones –dicen–, pero serán de las empresas privadas, principalmente de las trasnacionales y que los dirigentes del STPRM y los funcionarios corruptos y otros ladrones se peleen por las escamochas del banquete hasta darles fin. Para combatir las enfermedades de Pemex, han decidido matar al paciente.