El más importante en su época

Julio A. Millán B.

Hace 20 años, entró el vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), quizás el más importante en su tiempo. En aquel entonces se buscaba alcanzar los resultados previstos por la teoría tradicional, pues el acuerdo permitía que cada economía firmante se especializara en los sectores con mayores ventajas comparativas. Sin embargo, para México los resultados no han sido contundentes en este sentido, debido a que el propio acuerdo fue considerado como un fin y no un medio, amén de que no se acompañó la apertura de una política industrial clara y orientadora, sino que dejó a su suerte a los sectores productivos.

Cabe recordar que a raíz de la crisis económica de principios de la década de los ochentas, México inicia un proceso de reestructuración económica en el que se replantea el modelo de crecimiento de sustitución de importaciones y se adoptan, en breve tiempo, medidas tales como la apertura comercial, la liberalización de los mercados. Una medida fue la firma del TLCAN.

La realidad, tras veinte años, ilustra que el TLCAN resolvió los problemas en el corto plazo y encajó a la perfección dentro de la visión antinflacionista la década de los ochenta, pero no ha contribuido a generar valor agregado a la industria mexicana, ya que careció de una política industrial, que detonara un proceso de articulación de las cadenas productivas. Por el contrario, a pesar de que las exportaciones han aportado al crecimiento, los números pueden ser una cortina de humo, toda vez que cerca de tres cuartes partes de lo que hoy México exporta es importado, porque el principal sector exportador es la industria maquiladora.

El impacto más directo que ha tenido el TLCAN en el aparato productivo es la desarticulación de las cadenas productivas internas; fenómeno que vino a la par de la apertura comercial. En efecto, a mediados de los ochenta nos abrimos al mundo, sin que nuestro sector productivo estuviera preparado, y fue fácilmente desplazado por las importaciones.

La ausencia de política industrial en nuestro país ha beneficiado la importación de insumos y bienes finales, a través de una política de desregulación y desprotección arancelaria indiscriminada, y el uso del tipo de cambio como ancla antinflacionaria y no como válvula reguladora de los desequilibrios externos.

El TLCAN ha cumplido sus primeros 20 años y no ha mostrado plenamente los impactos y beneficios. Pero sí nos ha creado una suerte de dependencia sistémica ya que hoy la relación comercial con el resto del mundo está ligada al TLCAN, China, por ejemplo, nos vende insumos para luego venderlos a Estados Unidos. Ahora, estamos por entrar a un nuevo reto que es el acuerdo transpacífico y, cabe preguntarnos si se han hecho los estudios y evaluaciones sobre los impactos sectoriales. También vale la pena preguntarnos si nuestro sector industrial está preparado para esta nueva aventura. La respuesta, sin un política industrial de largo plazo, es que no, y las consecuencias pueden ser desastrosas.