México y el mundo

José Elías Romero Apis

Es de saludar la manera como el presidente Enrique Peña Nieto y el canciller José Antonio Meade están reposicionando México en la escena internacional. Ello no sólo se logra con una inteligente diplomacia sino, ante todo, con una visión profunda de nuestra esencia y de nuestra realidad. Así lo están haciendo y así será para bien de México.

 

Como simple ejemplo de lo que significa la carencia de esa visión propia y ajena, he recordado que, hace algunos años, un conferencista-estrella latinoamericano canceló, de última hora, su participación en un importante coloquio político europeo, programado con mucha anticipación. Ante ello, los organizadores me cursaron una invitación apresurada para cubrir la vacante. No me dijeron, en ese momento, el nombre del cancelante pero, en mi interior, supuse que se trataba de Rodrigo Borja o de César Gaviria.

 

Confieso que no me gusta ser un suplente pero reconozco que más me disgusta ser un mal amigo. Así que medio traté de salvar mi modesto amor propio, rechacé cualquier estipendio, que desde luego hubiera sido mucho menor que el de los mencionados si hubieran asistido, pagué mi boleto de avión con mis propios medios y acudí a servir a mis amigos, en su incómodo trance.

 

De algo serviría mi presencia porque a muchos europeos siempre les produce una seducción exótica escuchar a un disertador latinoamericano. Algunas veces se sorprenden de vernos “tan atrasados” y otras se asombran de lo que consideran como “nuestra admirable evolución”.

 

Es triste reconocer que, en muchas regiones del planeta, cuando piensan en América Latina piensan en nuestro café, piensan en nuestro tabaco o piensan en nuestro ron. Pero casi nunca piensan en nuestro presidencialismo, en nuestro federalismo o en nuestro liberalismo.

 

Tenemos que ser sinceros en reconocer que también a ello han contribuido muchos de nuestros paisanos que viven hipnotizados con la idea de que, por ejemplo, la palabra “gobernabilidad” se escucha mejor y tiene mayor sentido en inglés, en alemán, en francés o en italiano, que como se oye o se entiende en español. Que los países se gobiernan mejor o peor, dependiendo del idioma de sus discursos.

 

Esa manera de vernos no es tan sólo el pensamiento del público ignorante. También, aunque en menor medida, el auditorio científico se olvida, por momentos, de los liberales mexicanos del siglo XIX, de los constituyentes mexicanos del siglo XX, de los ideólogos mexicanos de vanguardia y de los constructores de las instituciones mexicanas que, en muchas ocasiones, han alumbrado a los países que más presumen de politizados. Por el hecho de que no tenemos tanto dinero ni tantas armas ni tantas fábricas, se olvidan de que muchas de las ideas, muchas de las hazañas y muchas de las virtudes de la humanidad las han tenido que conocer en español.

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