Susana Hernández Espíndola

El miércoles 1 de enero se cumplieron 109 años del inicio de las obras de construcción del majestuoso Palacio de Bellas Artes, ubicado en el costado oriente de la Alameda Central de la Ciudad de México.

El proyecto para la edificación de este bello recinto cultural nació durante el régimen de Porfirio Díaz: la idea fue sustituir al Gran Teatro Nacional, de la Opera o de Santa Anna, que cerraba la actual avenida 5 de Mayo, a la altura de Bolívar, y que era la obra arquitectónica más importante del siglo XIX, a la vez que el mejor escenario de la capital.

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Obra de Boari

Al principio, el gobierno de Díaz ordenó sólo la remodelación del Teatro de Santa Anna, pero eventualmente se decidió su destrucción para prolongar 5 de Mayo hasta la vía que hoy lleva el nombre de Eje Central Lázaro Cárdenas. Fue en ese entonces cuando se pensó en la edificación de otro teatro que igualara a los mejores del mundo. Para ello, se escogió al arquitecto Adamo Boari Dandini.

Oriundo de Ferrara, Italia, Boari había participado en un concurso internacional para el diseño del Palacio Legislativo Federal (actualmente el Monumento a la Revolución), el cual ganó, pero cuya obra, por motivos no esclarecidos hasta la fecha, fue cedida al arquitecto francés Emile Bénard (quien levantó la estructura metálica entre 1903 y 1904). No obstante, el gobierno mexicano becó al artista italiano para que marchara a Europa y estudiara el funcionamiento de los teatros. A su regreso, Boari construyó el vecino edificio de Correos (el cual fue estrenado en 1907), e inició el proyecto para hacer el nuevo Teatro Nacional en terrenos del ex convento de Santa Isabel.

En marzo de 1904, Boari remitió su plan al Consejo Consultivo de Edificios de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, calculando un costo de cuatro millones 200 mil pesos. Sin embargo, el proyecto fue rechazado. A pesar de todo, la obra se inició formalmente el 1 de enero de 1905, año en que la cimentación quedó concluida.

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En 1906, se levantó la armazón de concreto, acero y hierro reforzado y, en 1909, comenzó el revestimiento de mármol blanco, con material proveniente del cerro Tenayo, de Buenavista, y de las canteras italianas de Carrara. Esto arrojó un peso de 84 mil toneladas que hicieron que el terreno se hundiera un metro 80 centímetros, y se prescindiera de las escalinatas de acero previstas en el proyecto original.

La cimentación fue calculada por el arquitecto neoyorquino Birkmire; la estructura metálica, para la cual se realizó un emparrillado de viguetas con relleno de concreto, en una superficie de 7,450 metros cuadrados, fue hecha por la. casa Milliken Brothers de Chicago, y la residencia de la obra estuvo a cargo del ingeniero Giacomo Piccone.

La inauguración del edificio se tenía prevista para septiembre de 1910, en la conmemoración del centenario del inicio de la Guerra de Independencia, pero la inestabilidad política del país interrumpió el proyecto en varias ocasiones. En 1916, las obras se detuvieron por completo ya que Boari se marchó por la falta de honorarios. A partir de ese momento, a la estructura comenzó a llamársele “el elefante blanco”. Tres años más tarde luego de una convocatoria a concurso hecha por el presidente Calles, el arquitecto Antonio Muñoz retomó los trabajos y, de nueva cuenta, se suspendieron en 1923, para ser continuados en 1928, a cargo de una comisión encabezada por Eduardo Hay. En 1932, Federico E. Mariscal fue designado para concluir el inmueble. El modificó el proyecto de Boari y adaptó amplios locales para museo, salas de conferencias y conciertos, convirtiendo así, lo que sólo iba a ser un teatro, en Palacio de Bellas Artes.

Pese a los-30 años invertidosen su construcción, el magnífico edificio conserva una original unidad en la que coinciden en forma armoniosa diferentes estilos y períodos. El exterior del Palacio, por ejemplo, es de un barroquismo ecléctico, sobre todo en la parte superior, que recuerda una iglesia bizantina; los grandes arcos y tímpanos casi circulares y en ejes de simetría, están influidos por Ia arquitectura del novecientos de la Exposición de París, “art noveau”, incorporada por Boari, en tanto que en los capiteles de las columnas de la fachada y en los ornamento de la misma, se nota un afán de originalidad y rechazo a los estilos tradicionales, “art deco”, insertados por Federico E. Mariscal, matizado todo con características tradicionales de la arquitectura mexicana.

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Artistas mexicanos

Fue precisamente Mariscal, quien en el interior dio a la obra elementos que contrastan con las líneas sinuosas y fluidas del exterior: desde que se traspasa el vestíbulo, los elementos decorativos se “geometrizan” en triángulos, líneas en zig-zag y grecas que proliferan, mezclando temas de la flora y la fauna del paisaje mexicano con mascarones de caballeros tigres, águilas y serpientes, que recuerdan los emblemas de la tradición prehispánica. Así, los impresionantes mascarones de Chac, el dios maya de la lluvia, “observan” desde el tercer piso al visitante. Todo ello está logrado de tal suerte que produce un magnífico conjunto de armonía.

El telón de vidrio del escenario es rígido y consta de un millón de piezas de metal y cristal opalescentes. Es obra de la casa Tiffany de Nueva York, la cual tardó más de año y medio en hacerlo, basándose en un diseño de Gerardo Murillo, el “Dr. Atl”, y que reproduce el panorama del Valle de México, con su vegetación, lagos y sus legendarios volcanes PopocatépetL e Iztaccihuatl. Esta obra de arte es una de las joyas del “art noveau” que engalanan el teatro y se considera única en su género.

En los muros del hermoso Palacio quedaron plasmadas visiones dramáticas y complejas de la historia y la idiosincrasia del pueblo mexicano, a cargo de los grandes muralistas del siglo XX: Rivera, Siqueiros, Orozco, Tamayo, y González Camarena, que convirtieron al recinto en un palpable testimonio de la grandeza del arte plástico nacional.

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Artistas extranjeros

Muchos fueron los extranjeros que participaron en la ornamentación y construcción de Bellas Artes. Entre las piezas artísticas más notables, destaca la del húngaro Geza Marotti, director de la Escuela de Artes Decorativas de Budapest, quien realizó el remate escultórico de la gran cúpula central, que consiste en un pedestal que soporta un águila en vuelo (este es en realidad un grupo escultórico de cuatro figuras: la Comedia, la Tragedia, el Drama, y el Drama lírico). También hizo el plafón de cristal policromado que está sobre la Sala de Espectáculos y que representa al Olimpo, con Apolo, rodeado de las nueve musas, patronas de las artes. De igual forma, es obra de Marotti el mosaico que enmarca el arco del proscenio, cuyo tema es el “desarrollo teatral a través del tiempo”. Leonardo Bistolfi; natural de Turín, Italia, fue autor de las esculturas de la fachada, en tanto que el catalán Agustín Querol hizo los cuatro pegasos instalados en las esquinas de lo que fue el estacionamiento al frente del edificio (originalmente se ubicaron en la Plaza de la Constitución y en el Bosque de Chapultepec).

Otro escultor italiano, Beno Gianetti Fiorenzo, fue el encargado de realizar las máscaras, guirnaldas y florones que ornamentan la fachada y los laterales. A la vez, las puertas de hierro del Palacio las hizo el también escultor y herrero italiano Alessandro Manozzucotelli, ayudado en el proceso de acabado por el forjador mexicano Luis Romero.

El escenario del Salón Principal, que tiene capacidad para 2,125 personas, repartidas en tres pisos, construido por las firmas alemanas Vereimigte Machinenfabrik y Machinenbaugesellschaft, es capaz de ejecutar complicados movimientos y efectos, debido a que dispone de sistemas giratorios, hidráulicos y electrónicos.

La iluminación del recinto está diseñada con gusto refinado, de manera indirecta, y cuenta con elementos arquitectónicos como columnas, molduras, etcétera, para crear una luminosidad difusa, y evitar el efecto sobrecargado que implicaría el uso de un gran número de lámparas y fuentes visibles de luz.

Bellas Artes tuvo algunas importantes adaptaciones y renovaciones, como la de 1993, cuando se construyó un estacionamiento subterráneo; la de 2000-2004, período del rescate de sus cúpulas, y la de 2008-2010, que consistió en una mayor intervención a su teatro y sala de espectáculos.

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Sede cultural y política

El Palacio cuenta con tres salas para espectáculos y conferencias y dos galerías de artes plásticas. Una de las galerías exhibe en forma permanente obras mexicanas de diferentes épocas, y la otra muestra cuadros de las escuelas europeas de los siglos XVIII y XIX. Desde 1941, funcionan en el recinto talleres de teatro, pintura, música y danza, tanto para niños como para adultos. Y desde 1946 existe en el lugar una biblioteca especializada en arte mexicano que se cuenta entre las más importantes del país.

A partir de 1947, el Palacio es sede del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), institución dependiente de la Secretaría de Educación Pública, cuya finalidad es el “cultivo, fomento, estímulo, creación e investigación de las Bellas Artes en las ramas de la música, las artes plásticas, las artes dramáticas y la danza, las bellas letras en todos sus géneros, y la arquitectura”.

Durante los años que lleva funcionando el edificio, entre sus paredes han tenido lugar un gran número de acontecimientos históricos de trascendencia no sólo cultural, sino política y social.

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Por su escenario, ha desfilado lo más selecto de la música y la canción, desde el cantautor catalán Joan Manuel Serrat, hasta el famoso flautista irlandés, James Galway, o el virtuoso sitarista indio, Ravi Shankar.

El también llamado “Templo de las musas” se ha constituido en varias ocasiones en recinto oficial del Congreso de la Unión. Lo fue para las tomas de posesión de los presidentes: Miguel Alemán Valdés (1946), Adolfo Ruiz Cortines (1952), Adolfo López Mateos (1958), y Gustavo Díaz Ordaz (1964). También lo ha sido para la lectura del tercero y cuarto Informes de Gobierno de José López Portillo (en 1979 y 1980), y para el primero de Carlos Salinas de Gortari (1989).

El Palacio de Bellas Artes fue terminado el 10 de marzo de 1934 e inaugurado el 29 de septiembre del mismo año por el presidente Abelardo L. Rodríguez. Ese día se efectuó la puesta en escena de la comedia “La Verdad Sospechosa”, de Juan Ruiz de Alarcón, interpretada por una compañía encabezada por María Teresa Montoya y Alfredo Gómez de la Vega, con escenografía del pintor Carlos González.

El costo total de la construcción del recinto fue de 30 millones de pesos, cifra que, en verdad, no parece tan alta para 109 años de historia.

Fotografias: Shutterstock/ Agencia El Universal