Jaime Septién

Desde que leí su Filosofía Náhuatl soy un fiel seguidor del trabajo, el pensamiento y la obra de don Miguel León-Portilla. En un par de ocasiones he tenido el gusto de entrevistarlo. Me parece uno de los investigadores y divulgadores de nuestro pasado indígena más acuciosos del último siglo y lo que va de éste.
Lo anterior viene a cuento porque el gobierno del Estado de Hidalgo que encabeza José Francisco Olvera —en una acción que lo ennoblece— reconoció el pasado jueves la trayectoria de don Miguel con la medalla “Fray Bernardino de Sahagún”, a propuesta del Consejo Hidalguense de la Crónica, en el marco de las actividades conmemorativas por el 145 aniversario de creación del Estado de Hidalgo, desmembrado del Estado de México.
Don Miguel, por cierto, acaba también de recibir el premio Leyenda Viva, que otorga la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, es experto en pensamiento y literatura náhuatl. Y muchos otros premios que acreditan su dedicación al pasado prehispánico; una dedicación gozosamente exenta de romanticismo barato. El indigenismo de don Miguel no es el de buenos y malos, sino el del verdadero indagador del pasado, que recoge luces y sombras, que no especula desde la ideología sino que exprime las fuentes directas, dando por resultado una obra monumental y asombrosa, exacta, minuciosa y siempre escrita con una prosa elegante.
Justamente este “indigenismo” no romántico le ha hecho revivir, reivindicar, revalorar y divulgar la obra de quien, para un servidor, podría ser fácilmente nombrado como padre de la Patria: fray Bernardino de Sahagún, ese enorme misionero franciscano, venido a la Nueva España en una de las primeras “barcadas”; fundador del colegio de Tlatelolco, maestro, entre otros, del (posible) autor del Nican Mopohua, Antonio Valeriano, de Martin Jacobita… Pero sobre todas las cosas, el genial etnohistoriador, que reunió y preservó en la Historia General de las Cosas de la Nueva España la religión, costumbres, lenguaje, mitología, gastronomía y un largo etcétera de los pobladores del Valle de Anáhuac.
Justamente, su investigación la comenzó en lo que es ahora el Estado de Hidalgo, que es, hasta donde yo sé, el único que le ha dedicado una ciudad a su memoria (Ciudad Sahagún). Lo demás, como casi todo en nuestra historia oficial, es silencio. Roto por grandes como el padre Garibay o don Miguel León-Portilla.