En un año horrible, el de 1994
Mireille Roccatti
El último día de este frío mes de diciembre se cumplen veinte años del levantamiento armado del autodenominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que al despertar el primero de enero del ya lejano 1994, ocupo San Cristóbal de las Casas y otras localidades chiapanecas y la noticia de la insurrección indígena le dio la vuelta al mundo.
La declaración de guerra al Estado mexicano causó extrañeza por el lenguaje que remitía a la guerra de guerrillas rural y urbana que sufrió México en los setentas y ochentas y efectivamente el origen de los integrantes del zapatismo provenía de uno de esos movimientos que inspirados por el triunfo de la revolución cubana, el ejemplo del Che Guevara y la línea política izquierdista de acudir a las armas para transformar la sociedad, crear el hombre nuevo y terminar con la injusticia social, que campeó no solo en nuestro país, sino también en Latinoamérica y África.
La reivindicación de los derechos indígenas, el llamado a terminar con el atraso, pobreza, y marginación que sufren, así como a recuperar sus tierras de las que fueron despojados desde la conquista, se convirtió en un hito que despertó la total simpatía social. La coyuntura en que sucedió al fin del régimen del presidente Salinas, devolvió a la realidad a quienes solo veían el ingreso de México al primer mundo, por las reformas que se habían hecho y sobre todo por que coincidía con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.
El país moderno prometido fue exhibido en una de las facetas que aun ahora dos décadas después sigue siendo un pendiente de la agenda nacional, la extrema pobreza de los integrantes de las etnias originarias. La reacción primaria desde el poder fue aplastar militarmente la rebelión y los enfrentamientos mostraron que la mayoría de los indígenas solo estaban armados con rifles de madera. Esta circunstancia y la empatia social que despertó la reivindicación indígena permitieron que el grupo conciliador del gobierno derrotara a los duros que pugnaban por la salida militar.
Una vez decretado unilateralmente el alto al fuego, el gobierno ofreció una amnistía a los rebeldes y envío al derrotado aspirante a presidente Manuel Camacho, a entablar un dialogo con los rebeldes, lo que este logro casi de inmediato y las platicas de paz, se dieron en lo que conocimos como los Diálogos de Catedral. Una vez acordada la agenda y los mecanismos para desahogarla, parecía que el conflicto se resolvía, solo que la vorágine del fin de sexenio y una serie de acontecimientos terribles que convulsionaron al país, postergo el acuerdo de paz y terminación del conflicto.
En ese anus horribile, la elección presidencial, quedó marcada por la muerte a balazos del candidato del PRI, Luis Donaldo Colosio, aunado al asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, líder de la bancada priista, y luego al inicio del gobierno de Ernesto Zedillo presenciamos el error de diciembre que detono la mayor crisis económica y cuyas consecuencias seguimos pagando al convertir en deuda publica los adeudos privados de los banqueros. La atención al conflicto zapatista se desplazo como prioridad nacional y el nuevo régimen, para atenderlo emitió una ley para el dialogo y la paz.
En el proceso de negociación para encontrar una salida negociada del conflicto el Comisionado para la Paz, Manuel Camacho fue relevado, sucediéndole una serie de comisionados fallidos que inclusive fueron recibidos a pedradas. Finalmente con la conducción del Embajador Iruegas, que había intervenido en procesos de paz con las guerrillas centroamericanas, se acordó establecer cuatro mesas de negociación que culminarían con la firma de la paz.
Ese proceso que se conoce como los Diálogos de San Andrés, tuvieron lugar en el patio central de la escuela de San Andrés Larrainzar y participaron las delegaciones zapatistas y la gubernamental, la Comisión Nacional de Intermediación y la Comisión de concordia y Pacificación, desafortunadamente solo se negocio la primera mesa de derechos indígenas se conocen genéricamente como los acuerdos de san Andrés, de los que todos hablan y pocos conocen.
Hoy veinte años después, la paz, formalmente no se ha firmado, y la deuda histórica con los pueblos originarios sigue sin atenderse. El 72% de los indígenas vive en pobreza, de ellos, el 42% sufre pobreza extrema, su expectativa de vida es menor al promedio y 27% es analfabeto. El Estado mexicano, debiera recuperar el proceso y firmar la paz con los zapatistas.