Ricardo Muñoz Munguía
La infancia es el sitio del asombro. Y lo que nos asombra (misterio, miedo, fantasía…) no desaparece de nuestras vidas, se queda en algún lugar para volver en cualquier momento. Recuerdo el temor que nos transmitía mi madre cuando uno de mis hermanos o yo nos golpeábamos en la cabeza, decía: “cuando se golpeen en la cabeza, no se duerman o, si le sucede a uno de sus hermanos, no permitan que se duerma”. Ahora, cuando escuché a Cristina Pacheco, esposa de José Emilio, ese temor vuelve sobre mí; dijo en el programa de Carmen Aristegui que José Emilio le habló para avisarle que en su habitación se había caído y se golpeó la cabeza contra el escritorio pero no era algo delicado. Al encontrarse con él lo ve normal pero la habitación se ve destrozada y se entera que tardó como una hora en levantarse. Le propuso llevarlo al hospital pero él pidió que no, que al día siguiente decidirían si era necesario, pero a la mañana él ya no respondía y sus manos habían cambiado de color, aunque el semblante y la respiración eran normales. Lo consultó con su médico y éste le pidió que lo llevaran al hospital de Nutrición Salvador Zubirán, así lo hizo pero a la tarde-noche, a las 6:20, José Emilio decidió no despertar. Sus últimas palabras fueron: “Me siento cansado. Ya me voy a dormir”, y así lo hizo.
En mi adolescencia José Emilio Pacheco (1939-2014), como a miles de jóvenes, sobre todo, nos marcó con su literatura. Y lo ha seguido haciendo con las generaciones posteriores. Quizá su muerte cobra mayor impacto con las generaciones que sentimos su obra tan viva como a él mismo. Me siento afortunado de haber acercado hace un par de años a mis hijas mellizas, de diez años entonces, a una obra que todos sentimos nuestra, Las batallas en el desierto, novela breve que disfrutaron y comentaron ampliamente durante mucho tiempo y que ahora, cuando ellas se enteran del fallecimiento de José Emilio, también mostraron dolor por esta pérdida, y me agradecieron que lo hayan conocido físicamente.
Es, pues, José Emilio, un autor que puso varios dardos en los jóvenes, también parte de su poesía que es para niños, en sus estupendas traducciones y, por otro lado, la generosidad que era parte de su personalidad, además del humor y, sobre todo, la increíble memoria que lo caracterizaba.
En las redes sociales José Emilio Pacheco aparece repartido en diversos instantes que en cada uno de los que publican en su muro, lo hacen con el agradecimiento a su sencillez, a su bondad, a su literatura.
Ahora, la injusta muerte de José Emilio Pacheco (siempre hubiera sido injusta) me hace sentir que una parte de mi adolescencia ha quedado vacía.
Descanse en paz, José Emilio Pacheco.
