Gonzalo Valdés Medellín

El 21 de enero de 2013 falleció en la Ciudad de México el crítico, actor, escritor y maestro Felipe de la Lama-Noriega, caballero de elegancia inglesa, hombre brillante, muy culto, sensible y sobre todo ejemplar amigo. Lo conocí a principios de los años ochenta, pues era amigo de otro gran amigo y maestro mío: Enrique Alonso Cachirulo; Felipe había participado con Cachirulo en no pocas empresas escénicas y sostenían una amistad de años que era entrañable. Al paso del tiempo, Felipe y yo nos hicimos también grandes amigos. Nos frecuentábamos e intercambiábamos ideas, remembranzas y pasiones literarias y teatrales. Hermano de la también notable periodista Martha de la Lama, Felipe era un hombre de teatro, de letras y del espectáculo que no hacía alarde de su sapiencia —pues la tenía— y que no gustaba de ufanarse de su grata personalidad, siendo un hombre de gran sentido del humor y de mucha sencillez.
Colaboró hasta su deceso en la revista Personae donde se dedicaba a recomendar y analizar el teatro en México, así como a difundir la memoria de la ciudad a través de sus recintos culturales. En esas notas, Felipe siempre ponía una ficha biográfica que seguramente había redactado él, en tercera persona, con ese humor tan hispano que lo caracterizaba: “El Licenciado Felipe de la Lama ha sido, desde finales de los cincuenta, Maestro de Teatro en la Universidad Nacional Autónoma de México. Bajo su estricta disciplina, airadas indicaciones e irónicos comentarios —como él sólo lo sabe hacer—, con lo cual cubre su sensibilidad y bonhomía, varias generaciones de jóvenes universitarios, principalmente de Preparatoria, se enamoraron del teatro, conmovidos, como dice él, por la palabra, el texto, el talento de los dramaturgos, autores de las más bellas piezas de teatro que él montó —incluyendo escenografía, coreografía, iluminación, audio y vestuario— en los teatros que la unam tiene en el Distrito Federal, amén de intensas actividades desarrolladas en varios estados de la República. Es pues, un genuino experto en el Arte Teatral. Él mismo ha sido importante actor dirigido por genialidades como el célebre y muy querido Maestro Enrique Alonso”, asentaba la ficha.
También recordaba a sus maestros, Salvador Novo, Francisco Monterde y Fernando Torre-Lapham: “Cuando estudié en Bellas Artes llevé clases con el Maestro Novo. Fueron las únicas en las que aprendí algo. Mis otros maestros fueron Don Francisco Monterde, cultísimo y sapientísimo, pero eminentemente soporífero, y Fernando Torre Laphan, del que no puedo decir si era culto y sabio, pues nunca se ocupó de mí, porque yo no reunía los requisitos para ser actor (según él), pues tenía criterio de ganadero y escogía a sus alumnos consentidos por el peso y la alzada. Pero también esto es otro tema…”. De Novo en específico evocaba: “Su agudeza, su chispa para enseñar y hasta para corregir, y su amenidad para contar anécdotas, lo hacían el profesor preferido de mi generación y supongo que de otras muchas”.
Felipe de la Lama-Noriega nació en Madrid, España, en 1927 y llegó a México en 1942, de lo que daría cuenta en sus libros autobiográficos Nosotros los refugiados, así como en Y los niños también van al exilio, de gratísima factura y ágil lectura. Perteneció a la Compañía Nacional de Teatro del INBA y a la Academia de Cinematografía de la ANDA; además, estudió psicología en la unam. Destacó como socio y directivo de la Asociación Mexicana de Críticos de Teatro y fue fundador de la Asociación Internacional de Teatro del iti-unesco. Con Enrique Alonso Cachirulo tuvo participación como actor en el emblemático Teatro fantástico de Telesistema Mexicano, hoy Televisa, así también en muchas puestas en escena como, Las leandras, El portal de Belén y La Llorona. El libro Teatros de mi ayer… y de más antes, recoge la inquietud de De la Lama por la preservación patrimonial de los edificios teatrales de la Ciudad de México, principalmente. Recibió varios reconocimientos, entre ellos, el Calendario Azteca de la Asociación Mexicana de Periodistas de Radio y Televisión (ampryt) en 1991, el Prix Jeunesse del Foro Hispanoamericano de Televisión para Niños (1995) y otros más, por parte del Ateneo Español de México, la Asociación Mexicana de Críticos de Teatro, el Club de Rotarios y la Medalla “Mi vida en el Teatro” del Centro Mexicano del Instituto Internacional de Teatro unesco (2010).
Conductor, guionista y productor de infinidad de programas de radio y televisión, fue asesor cultural del Ateneo Español de México, donde organizaba cotidianamente presentaciones de libros, conferencias difundiendo la literatura actual, y homenajes, entre los que recuerdo vivamente uno bellísimo y emotivo realizado al maestro Hugo Argüelles en 1995, donde tuve el privilegio de participar.
Al concluir sus notas, críticas, reportajes o ensayos, Felipe siempre se despedía diciendo: “Por favor, amigos lectores, vayan al buen teatro y apóyenlo y no se dejen multiapantallar”.
Meses después de su muerte, en mayo de 2013 precisamente, falleció su hermana Martha, entrevistadora de excelencia y periodista incansable (sus programas se siguen transmitiendo en el Canal Once). Tal vez Felipe se llevó a su hermana muy pronto, como me dijo alguna voz cercana, y vino por ella, pues eran inseparables y tal parece que hasta en la muerte lo fueron. Como quiera que sea, ambos dejaron una obra y un legado que son ejemplo para la juventud de teatristas, literatos y comunicadores de hoy.
A un año de su muerte, Felipe y Martha de la Lama, y su obra, siguen en la memoria de quienes gozamos de su saber, su humor y su vitalidad. Yo sigo extrañando a mi amigo Felipe.