Michoacán
Mireille Roccatti
A los graves y violentos sucesos que desde hace muchos años han cimbrado la tierra purépecha, los acaecidos en los últimos días precipitan hacia el vacío al gobierno estatal y colocan en difícil situación al gobierno federal.
Hace solo unos meses, testimoniamos una crisis —a finales de octubre— con el ataque planificado contra 18 subestaciones generadoras de electricidad y 6 gasolineras en 12 municipios de la entidad. Ahora, los más recientes sucesos con motivo de la intensa actividad de las autodenominadas policías comunitarias o autodefensas que, armadas, conquistan territorio, desarman policías y se autoerigen en guardianes del orden, deslizan a la entidad al tobogán de la ingobernabilidad.
¿Qué pasa en Michoacán? Habrá que tener presente que en los primeros días diciembre del año 2006, al comenzar el gobierno de Felipe Calderón, éste escogió su tierra natal para comenzar su “guerra” contra el narco, misma que después de años de violencia indiscriminada únicamente logró bañar de sangre la entidad y a todo el país. Cómo olvidar, por ejemplo, aquel sangriento 15 de septiembre en Morelia. Por lo sucedido, debe descartarse la manera como se enfrentó en el pasado reciente el crimen organizado.
El crecimiento y fortalecimiento de las policías comunitarias en tanto fuerzas paramilitares es un fenómeno que el Estado mexicano debe detener no solo en Michoacán o en Guerrero, sino en cualquier parte de la republica, es inadmisible tolerar fuerzas armadas al margen de las instituciones del Estado. La permisibilidad de algunos gobernadores solo genera vacíos de poder. El principio de que nadie puede hacerse justicia por propia mano no es renunciable.
Las características y particularidades del crimen organizado en Michoacán son distintas a las que se presentan en el resto del país, y un análisis profundo sería materia de un serio estudio sociológico. Es sintomático que las regiones donde se presenta la violencia más álgida coincide con las de mayor atraso social. El problema no es solo de inseguridad, tiene raíces más profundas de descomposición socioeconómica. La denominada Familia Michoacana y después los Caballeros Templarios obedecen a una forma organizativa de cofradías medievales, que funciona en base a una pretendida misión “cuasi religiosa”.
Por otra parte, resulta innegable que tanto los grupos delictivos como las policías comunitarias disponen de una amplia base social que implica que las recientes confrontaciones armadas podrían caracterizarse como una especie de guerra civil.
Es cierto también que la generación de la situación viene de décadas. En Michoacán se siembra mariguana y en algunas zonas amapola desde el primer tercio del siglo XX, su territorio también sirvió como ruta para el trasiego de cocaína. Adicionalmente debe estimarse que por su geografía presenta problemáticas sociales diferentes en diversas zonas; lo que aunado a cacicazgos regionales políticos y económicos históricos, ha desbocado en lo que hoy presenciamos.
En todo ese caldo de cultivo es como debe contextualizarse el difícil momento que está viviendo la entidad michoacana. Es urgente definir y modificar la estrategia seguida el último año. A todos debe resultar alentadora la decidida respuesta del gobierno federal de replegar, desarmar y desarticular los grupos armados de autodefensa. La nefasta experiencia colombiana con los grupos paramilitares debe tomarse como parámetro de lo que no puede por ningún motivo permitirse.
Es necesario reiterar e insistir en la necesaria coordinación entre las fuerzas federales estatales y municipales, privilegiar el uso de la inteligencia, buscar la cercanía con las comunidades y construir juntos sociedad y gobierno una vía de reconstrucción del tejido social que legitime la acción del Estado frente a los huecos y vacíos de autoridad que sería necio negar que existen, y que generan en Michoacán la percepción de un “Estado fallido”. A todos los mexicanos, nos duele lo que pasa en Michoacán y estamos ciertos que el gobierno de la república está haciendo lo necesario para rescatarlo de la inseguridad y la ingobernabilidad.