Patricia Gutiérrez-Otero
Conocer la historia ayuda a comprender el presente y lo que somos. Esto a nivel personal y familiar como de grupo social. México, es reiterativo decirlo, atraviesa un momento delicado en muchos niveles: en cuanto a su política externa; a su elección oligárquica de modelo socioeconómico; su estabilidad social en cuestión económica, política, de orden; su identidad como nación y como grupos.
El libro de Beatriz González-Stephan, Fundaciones: canon, historia y cultura nacional. La historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX, escrito a partir de una óptica de materialismo histórico, arroja luz sobre el fenómeno sucedido en la mayor parte de América Latina durante su independencia y la formación de los nuevos Estados Nación, situación que aún sigue marcando nuestra idiosincrasia y nuestra realidad.
América Latina fue conquistada por países que se encontraban “atrasados” en relación a la Europa renacentista y liberal. Sus sistemas eran feudales y no existía realmente una clase burguesa suficientemente fuerte. Durante su indepdencia, las élites que tenían el poder “preservaron en el plano económico y social formas tradicionales de producción”, sin embargo hacia el exterior se abrieron al “‘progreso’, al comercio, a las inversiones extranjeras y a la explotación de las nuevas metrópolis”. Grosso modo coexistió un conservadurismo al interior en las formas de producción y de gobierno, pero un liberalismo hacia el exterior: “se desarrolló una política económica liberal hacia los mercados europeos y se mantuvieron gobiernos conservadores, que, bajo los lemas de orden, paz y progreso, permitieron el fortalecimiento y modernización de las elites tradicionales”. Las élites de América Latina dirigieron los Nuevos Estados Nación hacia el progreso de Inglaterra y Francia dentro de los países europeos, y Estados Unidos en América. Los países que encontraron su independencia en el siglo XVIII e inicios del XIX, insertaron su economía en el mercado internacional, pero sin cambios en su interior. El cambio de mentalidad fue solamente superficial: “Así, los ensayos, los artículos, los estudios de carácter sociológico y las polémicas estuvieron sostenidos por una voluntad libertaria de interpretación americana, sin advertir, con suficiente agudeza que la modernización de las recientes naciones se hacía sobre una base aún feudal y esclavista que no permitía que salieran del marasmo” (las cursivas son mías). La realidad y el discurso, pues, no se correspondían.
Cuando en 1994, Salinas de Gortarti, a quien la historia ya juzga, lanzó el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y con Canadá, muchos ideólogos vestidos de escritores, periodistas, analistas, economistas, intelectuales, se dieron a la tarea de enaltecer este Acuerdo, tanto que gran parte de México y países extranjeros les compró el boleto; sin embargo en ese mismo momento un grupo de México se levantó y dijo: “no” a esa farsa: los olvidados indígenas de Chiapas. Lo que no sucedió en el momento de la Independencia cuando se creó el Estado Nación, cuando las plumas dieron rienda suelta a una falacia, cuando se obliteró la realidad feudal del país, se mostró bajo una máscara en 1994. Ahora, en crisis múltiples, es el momento de elegir si los escritores y otros seguimos jugando a la escisión o decidimos afrontar nuestra riquísima sombra.
Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se detengan las mineras, que se revisen a fondo y dialógicamente todas las reformas impuestas por el gobierno, que no se entreguen los hidrocarburos en manos privadas.
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