Madrid.-Entre el puñado escaso de logros científicos resaltados por la revista Science como los más significativos del año que quedó atrás aparecen dos que podrían considerarse en realidad la cara y la cruz de una misma hazaña.

Después de una década de fracasos y decepciones, y diecisiete años después de que la oveja Dolly fuese obtenida por clonación, por fin se han logrado embriones humanos gracias al empleo de la misma técnica. En sí, cabría pensar que el paso adelante es más técnico que científico pero en realidad supera esa perspectiva reducida para convertirse en un asunto ético. Porque si la clonación humana fue en un principio caldo de cultivo para sinvergüenzas en busca de fama, lo que supone ahora es el poder tener células madre para ser utilizadas con fines experimentales —de momento— en busca de lo que es otro de los acontecimientos científicos del año: el desarrollo de órganos a la carta.
Cuando Dolly nació se hizo patente que, pronto o tarde, se obtendrían clones humanos.

La imaginación popular dio paso de inmediato a proyectos como el de  conseguir un nuevo Einstein —o un nuevo Hitler— poniendo de manifiesto dos cosas: que una empresa de ese estilo tiene muy poco que ver con los objetivos de uso científico de los procedimientos de clonación y que era preciso establecer fronteras éticas acerca de lo que cabe hacer y lo que no. En realidad ambas cuestiones están relacionadas y enmarcan muy bien de qué estamos hablando. Si jamás habrá una persona a la que pueda llamarse un clon de otra en los términos en los que la literatura de ciencia ficción entiende tal cosa —porque es imposible, sin más; una persona va mucho más allá de su material genético— lo cierto es que el uso responsable de los materiales clonados exige poner límites para que el desarrollo del embrión no llegue hasta el punto en que cabría considerarlo un feto.

Dejando de lado las implicaciones que ese hecho tiene para la polémica acerca de la nueva ley del aborto, las células madre obtenidas por clonación han permitido ya contar con “organoides”, los primeros pasos de unos órganos humanos diminutos, reducidos a poco más que un puñado de células, a los que se ha llamado mini-órganos con pocas pretensiones de rigor.
Esos mini-riñones, mini-hígados y, ¡oh, cielos!, mini-cerebros no son más que los estadios iniciales en los que las células madre comienzan a diferenciarse en tejidos diversos. A las pocas semanas, los que corresponden a un ojo en ciernes se han adentrado ya en el proceso de desarrollo de los mecanismos de ese órgano especializado. Y las neuronas clonadas han permitido comenzar a entender las claves de una anomalía terrible, la microcefalia, que impide que el cerebro alcance su tamaño normal.

En realidad tales logros parecen más interesantes que la quimera de tener de nuevo a Hitler entre nosotros. Y seguro que son mucho más cruciales.