IFE: triste herencia
Humberto Musacchio
Hay cadáveres que nadie llora. El del Instituto Federal Electoral (IFE) es de ésos, un cuerpo pestilente repudiado por sus víctimas y despreciado por sus beneficiarios. Deja algunas viudas y no pocos huérfanos, pero es un muerto que se dirige sin cortejo hacia el cementerio.
Por supuesto, los defensores de la triste situación del país seguirán cantando loas y quemando incienso a los procesos electorales que tan malamente organizó el IFE, como los de 2006 y 2012, pero hoy empieza a divulgarse información que deja malparado al IFE y a quienes lo dirigieron en las últimas tres elecciones federales.
Por ejemplo, un documento interno del IFE, intitulado Análisis del llenado de actas de escrutinio y cómputo de casilla para las elecciones de 2012 dice, como si fuera un orgullo, que de los comicios de 2012 “una de cada dos actas está libre de error”, lo que en buen romance significa que una de cada dos actas tiene algún error, lo que es ciertamente grave, pues se trata de la mitad de todas las actas, lo que abre una interrogación sobre la real voluntad popular expresada en esa ocasión.
La cosa fue peor en la maloliente elección de 2006, pues sólo una de cada tres actas fue llenada correctamente, lo que términos absolutos significa que alrededor de 86 mil actas del total de 130 mil fue llenadas incorrectamente y aun así el IFE las dio por buenas y el Tribunal Electoral mostró oídos sordos ante toda reclamación.
En esas condiciones es por lo menos discutible decir que alguien ganó y que otros candidatos perdieron la elección, pero en la duda lo razonable hubiera sido revisar no sólo las actas, sino el contenido de los paquetes de votos, pues el margen de error fue infinitamente superior a la escasa diferencia con la que se otorgó el triunfo a Felipe de Jesús Calderón Hinojosa.
Luego de la desastrosa actuación del IFE en 2006, se procedió a mejorar —dicen—la capacitación de funcionarios de casilla, pero nada se informa de funcionarios de más arriba, quienes debieron advertir el cochinero de las actas, pues no eran dos o tres las que contenían errores, tachaduras y enmendaduras, sino decenas de miles que pasaron ante sus ojitos sin que les brincara el desmadre.
En fin, que se trata de una herencia negra que el IFE deja al naciente y ya cojitranco Instituto Nacional de Elecciones junto con una multitud de funcionarios ineptos o tramposos en quienes no debe depositarse la responsabilidad de unas elecciones ni mucho menos la confianza de los ciudadanos. Es un cambio de siglas, no de mañas.