Se consideraba fundamentalmente poeta

Carmen Galindo

José Emilio Pacheco (1939-2014) se quejaba de que no había lectores de poesía. En efecto, más son (somos) los que frecuentan la narrativa. Él, que se consideraba fundamentalmente poeta, alcanzó la popularidad con una novela corta: Las batallas en el desierto. Este relato lo conocí como cuento, “El parque hondo”, publicado en alguna revista literaria de la época. Y aquí aparece un primer rasgo de Pacheco, los incesantes borradores. Por citar un caso, que no es único, puedo mencionar que cada vez que aparece una nueva edición de esta novela breve, el autor pone al día la edad de Carlitos y el de Mariana, la madre del compañerito de escuela de quien se enamora. No es el único ejemplo, este reescribir sus textos lo acompañó siempre. Intermitentemente publicaba su traducción de La tierra baldía, de T. S. Eliot, corregida. Su última versión apareció en su columna de Proceso hace unas semanas.

Su labor de traductor, la más humilde de las tareas literarias, dice Borges, era de sus favoritas. Recuerdo la de Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, pero sobre todo la de Óscar Wilde. De este autor tradujo la carta que el escritor envió a su amante Lord Alfred Douglas, “Bosie”, y que (por tratarse de una carta personal y por las normas de la moral victoriana), durante años se conoció mutilada como De profundis. En la traducción de José Emilio se llama Epístola in cárcere et vinculis (Carta desde la cárcel y con cadenas) y se dijo siempre que era la primera versión completa al español. (A mi entender existe otra versión española, también completa, de Ricardo Baeza, en la editorial Ateneo).

Admirador de Alfonso Reyes, sus columnas periodísticas, firmadas siempre sólo por sus iniciales JEP, se identificaban por los nombres de libros del regiomontano. Recuerdo algunas como “Calendario” o “Reloj de sol”, “La más reciente”, (aunque muy antigua) fue Inventario. Nunca intentó recopilarlas. Ahí, con frecuencia, apoyándose en las bibliotecas y archivos de las universidades estadounidenses, escribía sobre historia. Uno de los textos más citados en esta vertiente, es su reconstrucción con documentos del asesinato de Serrano en Huitzilac. Este texto formó parte de un pequeño libro editado por Federico Campbell bajo el nombre de La sombra de Serrano. Más tarde, este mismo texto, apareció en la edición de Archivos en La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán en la magnífica edición de Rafael Olea Franco.

Y ya que mencioné las universidades norteamericanas,hay que recordar que José Emilio pasó buena parte de su vida como maestro en ellas, además de en otrasa las que había que añadir las británicas, como la de Essex, y al menos, que yo recuerde, una de Canadá, donde nació su segunda hija, Cecilia, llamada así por la hija de Carlos Fuentes y la hermosa actriz Rita Macedo.

También fue guionista de cine, colaboró con Arturo Ripstein en El castillo de la pureza, en El santo oficio (inspirado en El libro rojo, de Payno y Riva Palacio) y finalmente en Fox Trot, estelarizada por Peter O’Toole.

He observado en los diarios cierto titubeo para colocar a José Emilio en algún grupo cultural. Creo que esto proviene de que sus enemigos bautizaron a este grupo de intelectuales con el nombre de La Mafia, alusión a los que se reunían en México en la Cultura, del periódico Novedades, y luego aquí en La Cultura en México (cuando los recibió la revista Siempre!), porque monopolizaban los espacios culturales desde su cuartel general de Difusión Cultural de la UNAM, cuando su director era Jaime García Terrés, yerno, por estar casado con su hija Celia, del rector de entonces Ignacio Chávez.

En honor a la verdad, Fernando Benítez, que capitaneaba el grupo, nos daba la bienvenida a todos, mientras Pacheco, Monsiváis y García Ponce, una vez que entraron cerraron la puerta.

Por ser nombre puesto por los enemigos del grupo, ellos han optado por bautizarse como Generación del Medio Siglo, que no les queda por edad, (en 1950, Carlos y José Emilio tenían 12 y 13 años) o Generación de la Casa del Lago que se refiere a la época en que Juan Vicente Melo era su director.

Más recientemente, creo que ellos mismos han tratado de formar un nuevo grupo para sólo admitir a José Emilio, Carlos, Sergio Pitol y, no con mucho beneplácito por sus posiciones políticas más radicales, a Elena Poniatowska.

La verdad es que Monsiváis y José Emilio comienzan a escribir en Estaciones, la revista de Elías Nandino, uno de los Contemporáneos y alguna vez se les llamó así como la generación de Estaciones con sólo dos cabezas.

Carlos me contó que cuando eran jovencísimos se iban a las librerías del centro a “conocer escritores”, pues cuando veían a alguno lo abordaban y le demostraban en la plática lo leídos que eran. Los unía no sólo que eran lectores voraces y el gusto por la poesía, sino que no aceptaban otro tipo de trabajo que no fuera escribir. Sus preferencias por la poesía los lleva a publicar conjuntamente sus antologías de la poesía mexicana, José Emilio, más cauto y tradicional en gustos, la del siglo XIX; Carlos, más audaz y beligerante, la del XX.

Más tarde, Pacheco colabora con Octavio Paz en otra antología Poesía en movimiento y él solo en su famosa antología del modernismo. Los dos, Carlos y José Emilio, trabajan, investigando y escribiendo, en el Instituto de Investigaciones Históricas, en el Castillo de Chapultepec, como colaboradores de Enrique Florescano.

Mientras tanto (y por décadas), Sergio Pitol vivió en la URSS, China, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Bristol o París. Salvo José Emilio, los otros tres, Carlos, Sergio y Elena, son, además de escritores, activistas políticos.

Por alguna razón que he olvidado, creo que porque la mamá de José Emilio era de ¿Campeche?y se conocían las familias, Juan Vicente Melo viene a México y creo que vive en casa de los papás de José Emilio. Y de ahí surge, creo, la relación con los veracruzanos, como Emilio Carballido.

Ahora, seguramente por voluntad de José Emilio, sus cenizas, leo en un diario, se van a esparcir en Veracruz. (He olvidado el nombre de la mamá de José Emilio, porque el temible Monsiváis, como la señora tenía la costumbre de decir al hablarnos “oye, chulita” le colocó el mote de Doña Chulita. De su familia, recuerdo con afecto a la hermana del escritor Carmen Sofía. Los padrinos de Laura Emilia de bautizo fueron Rosario Castellanos y Rubén Bonifaz Nuño.

Y ya que estoy en las referencias personales aprovecho para contar que José Emilio y Cristina se casaron en la iglesia de Narvarte que apodan Nuestra señora del Concreto y cuando terminó la ceremonia fuimos a casa de Azucena, la hermana de Cristina, ya casada con el doctor Miguel Romero, donde sirvieron algo de comer y luego “los novios” se fueron de luna de miel con una traducción urgente que tenía que entregar él a su regreso. Cuando supe eso, me pareció normal, hoy que lo recuerdo me resulta inverosímil, pero así han sido ellos. Criticaban a Monsiváis y a mí, porque no entregábamos a tiempo nuestras colaboraciones y padecemos una impuntualidad crónica, porque los Pacheco no fallan nunca y son puntuales a morir.

A Cristina la conocí desde la secundaria, pero hace años que no me habla (sin que mediara ninguna discusión de por medio) como lo comprobé la última vez que los vi, hace como un año, cuando se cumplió el centenario de Fernando Benítez y José Emilio formó parte de la mesa del homenaje y yo escribí, para la exposición, un texto sobre Fernando. Sobra decir que a pesar del distanciamiento, sentí mucho la muerte de José Emilio y la tristeza que están viviendo Cristina y sus hijas.

José Emilio gustaba mucho de imitar deliberadamente a otros poetas, no sólo haciéndose eco de ellos, sino como tratando de mostrar que era casual que uno de ellos fuera el autor. Sus temas son los de la poesía: la fugacidad del tiempo, la destrucción de la naturaleza, el horror a las guerras, la maldad y la torpeza de los hombres y los malos tiempos (entiéndase por eso la historia) en que a todos nos corresponde vivir. Su poema más famoso es “Alta traición”, donde dice:

 

No amo mi patria.

Su fulgor abstracto

es inasible.

Pero (aunque suene mal)

daría la vida

por diez lugares suyos,

cierta gente,

puertos, bosques de pinos,

fortalezas,

una ciudad deshecha,

gris, monstruosa,

varias figuras de su historia,

montañas

—y tres o cuatro ríos.