Gonzalo Valdés Medellín
Actor dotado de una amplia gama de posibilidades interpretativas, Fernando López Hernández presentó en el Teatro Julio Jiménez Rueda Inagar a la vida, monólogo de Alejandro Licona, obra que, apunta la nota al programa de mano “trata sobre el paradero final de Habacuc, anciano de setenta años, escritor de teatro, que al parecer tiene principios de alzheimer y se niega a aceptarlo. Habacuc, tras la muerte de su esposa queda en el olvido de la sociedad y de su propia familia, la cual pretende enviarlo a un manicomio para quedarse con sus bienes…”. Fernando López Hernández dirige la propuesta, y a sí mismo —en tanto actor— se conduce de manera unipersonal con buen diseño escénico, trazando una atmósfera intimista y agobiante que, sin embargo, resulta trastocada, deliberadamente, hacia el tono de comedia o como define el artista “melodrama tragicómico”. El argumento de Licona esgrime un drama humano que López visualiza a través de un vitral irónico. La risa surge entre secuencia y secuencia del monólogo. El actor se apodera del personaje y lo conduce hacia una verosimilitud tonal que, si bien descarta el drama humano, deja un cúmulo de reflexiones en torno al oficio de escribir, la soledad, el abandono, la decadencia de la vejez (que no siempre la vejez tiene por qué ser decadente), la enfermedad y en suma, la muerte. Licona no va muy a fondo de su argumento, hace su monólogo simpáticamente, pero no arriesga en el devenir discursivo y psicológico de su dramaturgia. No importa; funciona mientras el público quiera divertirse. Y se divierte, sobre todo por la pasión impresa por el actor. Y es que Fernando López es un actor hecho y derecho; desde muy joven, a principios de los años ochenta, ya había plasmado y hecho patente su talento histriónico en no pocos trabajos de relevancia y bajo la batuta de experimentados directores como Carlos Bracho y el maestro Jorge Galván, con quien López participó en un innumerable listado de puestas con los Teatristas de Aguascalientes. Con Inagar a la vida, Fernando López Hernández vuelve por sus fueros. Hace un encanto escénico de un texto de interés social, dirigiéndolo con argucia y destreza, y dejando en el espectador un buen sabor: el del teatro bien resuelto y honestamente generado.