No existe desarrollo ni política de excepción
José Elías Romero Apis
Es muy importante la inteligencia con la que se está conduciendo el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo. Es un muy buen economista y un muy reconocido político. Ello vale mucho en este momento porque estamos interesados en el desarrollo nacional. Acudimos a foros, celebramos convenios, exponemos nuestros logros. Eso es bueno y eso debe hacerse. Pero es, también, muy importante tener en claro para qué queremos el desarrollo.
En México el desarrollo y el sistema político han estado en íntima relación, no sólo por el hecho de que hayamos pretendido buscar y resolver nuestros asuntos del desarrollo en nuestro sistema de gobierno, sino porque éste es un reflejo de nuestras intenciones y nuestros ideales respecto al desarrollo como proceso y como estadio por alcanzar.
Se ha pretendido, a través de la historia, que el sistema político sea justo y equitativo; redistribuidor de los beneficios del desarrollo regional y redistribuidor del ingreso nacional; protector y promotor; igualitario y reinvindicador; respetuoso de la comunidad internacional y celoso de su soberanía. En una palabra, custodio y vigilante de las mejores causas de la república.
Por ello no se concibe la política sin desarrollo ni el desarrollo sin política. En el verdadero desarrollo no pueden existir la justicia de la ley, la de la autoridad o la del postulado político si no existe la del empleo, la del ingreso, la de la salud y la de la escuela.
El desarrollo, como la política, no pueden existir para unos cuantos. O existen para todos o no existen para nadie. No existe el desarrollo de excepción como no existe la política de excepción. Los beneficiarios del desarrollo o de la justicia a título excepcional no pueden ufanarse de su suerte porque es precaria y perentoria.
El asunto del desarrollo trasciende de la mera cuenta económica de una polarización que, desde luego, debe atenuarse y llega a impactar en una cuenta de poder que ha sido planteamiento, incluso, de renovación política.
Es decir, el asunto del desarrollo como proceso integral ya no sólo concierne a lo económico sino también a lo social, a lo cultural, a lo tecnocientífico, a lo jurídico y sobre todo a lo político.
El México del futuro ya no sólo quiere resolverse en la reducción de la brecha existente entre mexicanos muy ricos y mexicanos muy pobres sino, también, en la cancelación de la distancia que existe entre unos mexicanos indebidamente poderosos y otros mexicanos inaceptablemente débiles. Mucho se ha hablado de la existencia de tres Méxicos.
Por una parte, un México moderno, industrializado, tecnificado, politizado y en franco ingreso al nuevo milenio. En el otro extremo, un México anacrónico, rural, marginado, caciquil y que no ha podido liberarse del siglo XIX. En medio de ellos, un tercer México suburbano, insalubre, pauperizado, confundido y difícil de ubicar en una clara referencia temporal.
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