No es el camino

José Elías Romero Apis

Se ha empezado a debatir la legalización de marihuana en la capital del país. Dejando a un lado la imposibilidad constitucional de que una entidad legisle en materia federal, hay otros factores desde políticos hasta históricos que inciden sobre el tema.

Hace muchos años el problema mexicano se centraba en el hecho de que México era un productor de marihuana y de algunos opiáceos derivados de la amapola, principalmente heroína.

La goma de opio era transportada hacia Estados Unidos en cuyos laboratorios se producía domésticamente, en competencia con la heroína proveniente de Asia, tanto por las rutas europeas y por las de la costa californiana.

La marihuana era consumida preferentemente por sectores juveniles y populares, en cuanto al destino doméstico, y una importante proporción exportada hacia el mercado norteamericano. Así, hasta que la capacidad tecnológica y productiva de Estados Unidos logró instalarlos en la plena autosuficiencia, resolviéndose el problema de la exportación mexicana.

Más tarde, el consumo masivo de cocaína, combinado con el monopolio productivo sudamericano, impuesto por la naturaleza geográfica, instaló a México en una incómoda posición de lugar de paso en las narcorrutas que van del sur al norte del continente americano.

De allí que la mejor esperanza para el futuro mexicano, en este sentido, es que la tecnología agropecuaria logre instalar los países consumidores en su plena autosuficiencia y las rutas que pasan por México se conviertan en leyenda del pasado, tal y como sucedió con la marihuana.

No faltan, desde luego, los suspicaces que piensan que la tecnología ya ha triunfado sobre la naturaleza pero aún no sobre la ambición y que, aunque ya se pueda producir cocaína en regiones no sudamericanas, se sigue transportando porque es más lucrativo su acarreo que su simple suministro.

Así, prosiguen, cuando la distribución doméstica supere el lucro del tráfico internacional, la tecnología saldrá del closet para avisar que triunfó y México se habrá remediado.

Mientras tanto, el problema subsiste y la solución tecnológica se antoja lejana porque México ha dejado de ser solamente un país de tráfico para convertirse en un país de consumo. Las razones son muy diversas. Pero de nueva cuenta surge la vieja polémica entre si lo que más nos conviene es la proscripción o la permisión de los narcóticos. Por eso vale plantearlo con objetividad y, si se puede, con imparcialidad.

 

La lucha contra los narcóticos no ha sido fácil para ningún pueblo; muy particularmente ha sido difícil para México. Ha sido complicada por nuestra posición geográfica. Ha sido cara en presupuestos públicos. Ha sido costosa en vidas humanas. Ha sido incómoda en la relación con otros pueblos. Ha sido peligrosa para la seguridad pública. En fin, ha sido generatriz de sufrimiento y conflicto. Pero la legalización no es el camino de la verdadera solución.

 

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