Galería de personajes entrañables

María Eugenia Merino

Sin detenernos en definiciones que a fin de cuentas sólo sirven para etiquetar ¾a veces aquello que no entendemos¾, la literatura está poblada de seres dañados de una u otra manera. Y el daño debe siempre servir para algún fin en la historia ¾como detonante, para crear una atmósfera, para hacer avanzar la acción, como símbolo, bla bla bla…¾, y siempre debe desatar una respuesta en el lector, bien sea una empatía o un rechazo, si no, por qué otra razón habríamos de dañar un cuento. En fin, juegos de palabras que intentan ser reflexiones, o reflexiones que llevan a un juego de palabras.

En lo personal, tengo mi galería de personajes dañados; dañados y entrañables, mis preferidos, los que hacen que una historia sea inolvidable; y en este sentido me atrevería a asegurar que son los que constituyen en gran parte la buena literatura, porque una novela o cuento con sólo personajes planos, sin recovecos ni torceduras ni sordideces, terriblemente normales ¾y aburridos¾ no despiertan ninguna emoción y poco logran comunicar. Además, en esta realidad tan real que habitamos, ¿no estamos todos un poco dañados?, entonces, por qué la realidad literaria tendría que ser diferente.

Así es que hablemos por un rato largo, en éste y otros textos por venir, de algunos de los dañados que han logrado conmoverme.

Uno de los libros más polémicos y cuestionados del siglo XXI, según la American Library Association, y a pesar de que desde hace bastantes años forma parte de los textos obligatorios en muchas escuelas norteamericanas, ha sido Of Mice and Men (De ratones y hombres), publicado por primera vez en 1937. Su autor, John Steinbeck, quien también escribiera otras grandes obras como Tortilla Flat, La perla, La viñas de la ira y la muy famosa Al este del paraíso ¾estas tres últimas llevadas al cine¾, recibió el premio Nobel de Literatura en 1962.

Acusan al libro, entre otras cosas, de promover la eutanasia, de tolerar insultos raciales, de contener un lenguaje profano e irreverente y, sobre todo, “ofensivo y vulgar”; bueno, como dice la cuarta de forros de mi edición de Bantam Books —el texto original completo, sin censura— acerca de Steinbeck: “He knows the bunkhouse language ¾the real talking of the men who made their fifty a month, and spent it in the nearest place where they were girls and bad whiskey.”*

 

El sueño de Lenny

En Of Mice and Men, Lenny Small es un hombrote ¾adviértase el contraste con su apellido¾ en toda la extensión de la palabra y en toda la extensión de su enorme fuerza física, pero muy limitado en sus facultades mentales; es en realidad como un niño pequeño e inocente que ni siquiera tiene conciencia de su propia fuerza. Es de una ternura e ingenuidad que conmueven.

Nos conmueve su afición por tocar cosas pequeñas y suaves, como los ratoncillos del campo y los esponjosos y peluditos conejos, por los que siente una peculiar atracción, aun cuando en este afán por abrazarlos los animalitos terminan por morir, sin que Lenny llegue a darse cuenta de que es él quien los ha matado.

La novela comienza cuando él y George andan huyendo: Lenny se sintió atraído hacia el brillante color rojo del vestido de una muchacha y se acercó a tocar la suave tela. Ante los histéricos gritos de la joven, y antes de que puedan acusar a Lenny de un posible intento de violación, huyen y buscan trabajo como peones en alguno de los cercanos ranchos californianos.

Lenny, a pesar de sus pocas luces pero con el corazón y el alma tan grandes como su cuerpo, tiene un sueño y ha terminado por contagiárselo, primero, a George, y más tarde al viejo Candy, en el rancho: tener su propia granja con sus propios animales, donde pueda acariciar a gusto y sin temor sus propios conejos. Y al pasar los días, mientras sueña con ello, logra que tras mucho rogarle a George le confíen un cachorrito, aunque acabará por asfixiarlo con su abrazo.

George sólo tiene a su amigo Lenny, a quien protege como si se tratara de un hermano, en especial para que no se meta en problemas debido a su incontrolable fuerza.

Candy, por su parte, sólo tiene un viejo perro ovejero, ciego, reumático y un poco cojo, desdentado y que “ huele muy mal”; Carlson, el capataz del rancho, le ha dicho que el animal ya no es bueno para él ni para sí mismo, que es completamente inútil: “¿Por qué no le disparas, Candy?”

Lo único que Lenny, George y Candy tienen en común es el sueño de su granja, de cuáles serán las tierras que van a adquirir y el pequeño molino, y la cabaña, la cocina, la huerta; Candy incluso llega a ofrecer el poco dinero que tiene guardado.

Todas las noches hablan de lo que para Lenny es ya casi una realidad. Y una y otra vez pide a George que le cuente cómo va a ser su granja: “¿Y voy a tener muchos conejos?”, y “¿voy a poder cuidarlos?”, y “¿cómo va a ser la cocina?”, y “cuéntame de la casa”, y “cultivaremos alfalfa para alimentar a los conejos”, y “yo voy a poder cuidarlos”. Y George le cuenta, una y otra vez cómo será todo en su granja.

Pero la vida no está hecha de sueños. Y la realidad en esa vida de duros trabajos, de hombres duros y de mujeres cuya dureza radica en sus encantos ha venido a matar todos los sueños.

Candy se quedó sin otra opción que ver morir a su compañía de tanto tiempo.

Ahora George ya no tiene a Lenny ni motivos para ahorrar, su vida es triste y sin sentido.

El sueño ha muerto con Lenny.

 

*“Conoce el lenguaje de las barracas —el habla real de los hombres que ganan sus cincuenta al mes y lo gastan en el lugar más cercano donde haya chicas y mal whiskey.”

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