La conferencia de Ginebra 2
Bernardo González Solano
Después de 32 meses de un conflicto (“guerra civil” en Siria) que deja ya casi 140 mil muertos —500 mil heridos, 9 millones han quedado sin hogar, 2.4 millones de refugiados en países vecinos y muchos miles de desaparecidos—, los representantes del régimen encabezado por Bachar El Asad y algunos de la dividida oposición el miércoles 22 de enero acudieron a una doble reunión iniciada en la ciudad suiza de Montreux y posteriormente en Ginebra —en la sede de la Organización de Naciones Unidas (ONU)—, calificada por el secretario general del organismo mundial, Ban Ki Moon, como una “misión de esperanza para Siria”, aunque muchos analistas la consideren como “una misión (casi) imposible”. En sus orígenes, esta revuelta democrática fue legítima. Y el clan Asad, en el poder desde 1971, hace 43 años, es el principal culpable de este crimen de masas, aunque los yihadistas, los islamistas y otras pandillas fanatizadas tienen mucha responsabilidad.
Dado la turbulencia de las primeras jornadas de “diálogo” (sin hablarse frente a frente, sino por intermedio del diplomático argelino Lajdar Brahimi, mediador de la Liga Arabe y de la ONU), ambos bandos —compuestos de nueve personas cada uno respectivamente—, corren el riesgo de que su único logro sea haberse “reunido” en territorio suizo, por primera vez tras tres años en los que buena parte de Siria ha quedado en ruinas. Aún sin ánimo catastrofista, la encontrada postura de unos y otros hace prever que Ginebra 2, no logre suficientes acuerdos como para que el conflicto llegue a su fin rápidamente. Difícil imaginar que las “pláticas” en Ginebra arriben a la salida de Asad del poder: aunque dada la impotencia internacional para intervenir militarmente en el conflicto (aun con el acuerdo entre Washington y Moscú para detener la lucha armada), todo esfuerzo vale la pena.
De tal forma, al menos por algunas horas, la guerra civil que ensangrienta Siria desde 2011, cambió los proyectiles por las palabras, aunque en su territorio continuaron los combates a muerte. EL hotel Palace de Montreux se convirtió en un lujoso campo de batalla en el que los enviados del gobierno de Damasco chocaron contra la oposición política en una jornada “histórica” y de “esperanza”, según afirmó el titubeante y “confucionista” octavo secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, el diplomático surcoreano, que marcó el inicio de las “conversaciones” de paz.
Bien explica Sami Naïr en su artículo Ginebra II: “…Ninguno de los participantes en este encuentro es neutral. Ambos extremos, EU y Rusia poseen la clave del conflicto. También están Europa, impotente; Arabia Saudí y Qatar, actores de la guerra; Irán y Turquía, que apoyan o a El Asad o a los rebeldes. El poder sirio considera este conflicto como una “agresión terrorista venida del extranjero”. Por su parte, la oposición no quiere una solución que mantendría a El Asad en el poder, ni siquiera de manera transitoria. Estas dos actitudes no pueden servir de base para la negociación, tanto más cuanto que la oposición ha perdido mucho terreno y que rusos y americanos están ya confabulados, pues lo que les interesa es la integración de Irán en el sistema de seguridad regional…Será, por tanto, difícil hacer admitir a los protagonistas sirios que no puede haber vencedores ni vencidos. La solución es política, no militar…”
Desde el arranque de la conferencia en Montreux, el ambiente se polarizó, en torno a la figura del presidente Bachar El Asad. John Kerry, jefe de la diplomacia estadounidense, dejó en claro que la Casa Blanca no contempla a El Asad al frente del poder en “la nueva Siria”, en un futuro gobierno transitorio en aquel país. El sustituto de Hillary Clinton en el Departamento de Estado que en los últimos días no ha tenido un buen recibimiento en el Oriente Medio —ni en el propio Israel, aunque parezca mentira, afirmó que “no es posible imaginar” que El Asad —al que hizo responsable de los peores crímenes contra su propio pueblo—, pueda participar en ese nuevo órgano de gobierno, que se pretende tenga todos los poderes ejecutivos. De hecho, este es el punto de fricción principal entre los opositores y el régimen. Además, el único punto en común entre rusos, estadounidenses y europeos presentes en la histórica ciudad suiza, es que “el proceso no será sencillo”.
La primera vencida de la “misión casi imposible” del encuentro la ganó el experimentado y veterano jefe de la diplomacia siria, Wallid Muallem, que se presentó con toda su artillería dialéctica en Ginebra. Un discurso de más de media hora —el tiempo señalado para cada intervención era de diez minutos—, que Ban Ki Moon intentó cortar sin éxito (no podía ser de otra manera pues el surcoreano es incapaz de espantar ni una mosca) en dos ocasiones. “He viajado doce horas en avión para mostrar la realidad de Siria y voy a continuar”, fue el desplante de Muallem al funcionario internacional, en una intervención cuyo principal argumento fue la “guerra contra el terrorismo”. A los representantes de la oposición el avezado diplomático les llamó “traidores a sueldo y enemigos del pueblo”, un ataque dirigido a Occidente y a los países del Golfo Pérsico por “suministrar armas” a “lo que llaman una oposición moderada que en realidad no existe”. Se dio el lujo, incluso, de ofrecer a la oposición enemiga “un diálogo entre sirios” y pidió que la próxima cumbre tenga lugar en su territorio.
Por su parte, Amed Jarba, líder de la debilitada Coalición Nacional Siria (CNFROS), contraatacó calificando los crímenes ordenados por El Asad como “propios de la época nazi”. Jarba se ciñó al tiempo reglamentario previsto, y procuró desmontar el argumento de la “guerra contra el terror” empleado por el sibilino Muallem y, de acuerdo al camino abierto por Kerry, exigió una hoja de ruta con plazos concretos para la salida de Bachar El Asad como condición previa al inicio de la negociación. “Cada minuto que pasa aumenta la sangre derramada en Siria”, precisó un Jarba para quien “es la revolución la que tiene que hacer frente cada día al terrorismo de Asad.
Las negociaciones directas entre los representantes de Damasco y la oposición se iniciaron el viernes 24 de enero y durarían entre siete y diez días si no surge un enfrentamiento insalvable entre las partes, asesorados por expertos rusos y estadounidenses.
Cuando se escribía este reportaje, los negociadores tocaron la posibilidad de enviar ayuda humanitaria a Homs, que ha permanecido en estado de sitio por más de 18 meses, y el gobierno garantizó la evacuación inmediata de mujeres y niños del centro viejo de lo que queda de esa ciudad. Otros civiles podrían salir posteriormente, pero Damasco pidió una lista con sus nombres. La oposición pidió una “prueba de confianza” para que se puedan enviar convoyes con alimentos y medicinas para la población atrapada en la localidad. En la ronda del sábado 25 se acordó abordar la liberación de miles de prisioneros y civiles secuestrados en Siria.
A partir del lunes 27 de enero —cuando se entrega este reportaje—, indicó Lajdar Brahimi, se abordaría el punto crucial de las negociaciones: la creación de un gobierno de transición dispuesto por el comunicado de Ginebra 1, firmado el 30 de junio de 2012. En él se determina que “cualquier acuerdo político debe incluir una transición que ofrezca la posibilidad de que el futuro pueda ser compartido por todos en Siria, pueda ser implementado en un ambiente de seguridad y sea fiable”. En el documento se dice que para garantizar dicha transición se debe establecer “un organismo de gobierno con amplios poderes ejecutivos que incluya a miembros del gobierno y de la oposición”. Asimismo, se cita literalmente la necesidad de establecer un “diálogo nacional significativo”, con la revisión del sistema constitucional y legal y se celebren elecciones elecciones “libres y justas”.
A la cumbre de Ginebra 2, la ONU invitó a 39 países, como Australia, Bahrein, Bélgica, España, Grecia, Luxemburgo, México, Países Bajos, Corea del Sur y hasta el Vaticano. Hubo una invitación que levantó ámpula. Irán fue convocado inicialmente a la reunión, pero debido a su postura —de apoyo al régimen de Bachar el Asad—, que le valió la censura de las potencias occidentales y a la presión de Washington y a la amenaza de los opositores sirios de boicotear la conferencia si finalmente acudía a Ginebra la república islámica, Ban Kim Moon tuvo que retirar la invitación.
Para complicar las cosas, el martes 21 de enero, un día antes de que se iniciara la reunión de Montreux, se publicó un estudio (31 páginas) de cinco expertos encabezados por Desmond de Silva, el fiscal que presentó al expresidente de Liberia, Charles Taylor ante la justicia internacional, en el que se concluye que al menos 11,000 personas murieron en tres cárceles sirias, de hambre, apaleados o estrangulados. Las víctimas fueron fotografiadas, clasificadas y almacenadas “con un celo y una frialdad de espanto”. César, el informante, es un ex policía militar que trabajó 13 años en un hospital al que eran enviados los cadáveres. En pocas palabras, el régimen sirio cometió crímenes contra la humanidad. De Silva concluyó: “Damasco asesina a escala industrial”.
Sin hacerle al pitoniso, no son buenos los pronósticos para los diálogos de Ginebra 2.
