No resolvería nuestros problemas

 Alejandro Zapata Perogordo

En las últimas semanas ha vuelto a plantearse el tema sobre realizar una nueva Constitución en el país. Esta inquietud ya lleva tiempo, en diversas ocasiones la idea ha estado presente en forma intermitente, incluso en el año 2000, al arribo de Vicente Fox a la Presidencia, fue abordado con insistencia por quienes consideran un absurdo continuar con reformas y bajo la argumentación de ser simples parches, proponen la necesidad de una revisión integral a través de un Congreso Constituyente, sin embargo, la moción no ha tenido el eco deseado por sus impulsores.

Quienes pretenden tan elevado ejercicio, toman como motivación y sustento para desarrollar esa tarea tres principales premisas: revertir las reformas estructurales, particular y principalmente lo concerniente a la energética; subsanar las contradicciones de las que adolece la Constitución, sin señalar específicamente alguna, y retomar los principios que dieron origen y causa en la Constitución de 1917. Así mismo, advierten que se ha desvirtuado la Carta fundamental y extraviado su esencia, por las más de 570 reformas que a lo largo de su existencia ha padecido.

¿Realmente nuestra Constitución es tan mala, como para volverla a hacer? En alguna ocasión le cuestioné a un buen amigo y gran constitucionalista (qepd), el compañero legislador don Salvador Rocha Díaz, precisamente sobre lo mismo, y su respuesta me sorprendió, avezado además en el conocimiento de la política mexicana, me dijo: nuestra Constitución está dotada de gran especificidad y dinamismo.

Uno de los elementos de la convivencia política mexicana consiste en la permanente desconfianza; históricamente todos han desconfiado unos de otros, y el resultado ha sido la incorporación de un cúmulo de temas, incluso hasta de carácter reglamentario en la Carta Magna.

La Constitución de 1917 significó un texto de avanzada en relación con los derechos sociales, no así al adoptar la doctrina rousseana a partir de la positivización de los derechos individuales, cuestión superada cuando en la reforma de 2011 se retoma la filosofía humanista y el espíritu liberal.

En realidad hemos ido ajustando el sistema político y el andamiaje institucional, ahora existen órganos de transparencia, institutos y reglas para la equidad y género, en ciernes la mejora educativa, reglas más claras para la competencia económica y en materia de telecomunicaciones se establece la posibilidad de gobiernos semipresidenciales o semiparlamentarios, los elementos para mejorar.

Prácticamente el tema de división es el energético, donde hay una evidente posición en contra, liderada por grupos de izquierda, postura respetable, como también la es de quienes han sostenido su simpatía por la reforma en sus términos.

El problema real no se va a resolver haciendo una nueva Constitución, por el contrario, aflorarían múltiples dificultades y desencuentros.