El poeta, traductor y periodista cultural José Emilio Pacheco falleció a la edad de 74 años, en la ciudad de México —su ciudad, donde naciera en 1939— el domingo 26 de enero. Hombre dedicado de tiempo completo a la literatura, con su partida el mundo cultural mexicano y universal queda huérfano de una luminaria intelectual.
Raíz y razón del movimiento estudiantil
José Emilio Pacheco
STUDENTS IN REVOLT llamó The Times a la serie de artículos (mayo 27-primero de junio) redactados por Richard Davy con base en informaciones de sus corresponsales y una investigación dirigida por Victoria Brittain. Traducimos aquí algunos de sus puntos principales.
La población estudiantil casi se ha triplicado en los últimos 10 años. En la mayoría de los países industriales, revolucionarios y reformistas han transformado la escena universitaria y encontrado apoyo en un malestar y una insatisfacción generales.
Autoridades políticas y académicas al fin han comprendido las transformaciones que durante mucho tiempo pidieron en vano (y respetuosamente) los estudiantes. La lección de la violencia o la amenza de violencia en el campus es que da resultado.
De Berkeley a Berlín
El movimiento estudiantil norteamericano se forjó principalmente durante la campaña pro derechos civiles en los primeros años de nuestra década. En el verano de 1964 miles de estudiantes blancos fueron a trabajar como voluntarios en la zona del Misisipi y descubrieron las brutalidades y el fracaso del sueño norteamericano.
Cuando la campaña pro derechos civiles paso a manos de los militantes negros, los estudiantes blancos comenzaron a luchar contra la guerra de Vietnam y la conscripción. Aunque muchas protestas nacieron de conflictos específicos de la universidad —reglamentos en los dormitorios, etcétera— el gran viraje fue la revuelta de Berkeley (septiembre 1964-enero 1965) en que por primera vez se discutieron la autoridad de la administración y la naturaleza de la “multiuniversidad”.
En el enfrentamiento adquirió confianza un grupo de estudiantes y organizadores que iban a tener una poderosa influencia. En octubre 1965 el “Vietnam Committee”, de Berkeley, y otro grupo de Madison (Wisconsin) organizaron una manifestación de ochenta mil personas que en cincuenta ciudades marcharon en protesta contra la guerra de Vietnam.
A partir de ese momento los activistas no han conocido reposo. En los tres años siguientes ha habido manifestaciones en cerca de mil de las dos mil doscientas cincuenta instituciones de enseñanza superior. Sólo en los dos primeros meses del presente año escolar hubo setenta y una protestas, veintisiete de las cuales fueron contra los representantes universitarios de la “Dow Chemical Company” —fabricante, entre otras cosas, del napalm.
En Inglaterra el activismo estudiantil comenzó a tomar forma en la “Compaign For Nuclear Disarmament”. Lo han hecho crecer la guerra de Vietnam, el desengaño respecto al Partido Laborista y las actividades de la “Radical Students Alliance”.
Del enfrentamiento en la “London School of Economics” (marzo 1967) se pasó al choque con la policía frente a la embajada norteamericana en Grosvenor Square (marzo 1968) y a la manifestación en la Universidad de Essex contra el doctor Inch —investigador del “Chemical Defence Experimental Establishmen”, en Porton Down, institución que proporciona fórmulas para “armas” empleadas en Vietnam—, acto que fue el punto de partida para una campaña en gran escala contra la guerra químico-bacteriológica.
Con variaciones nacionales, el molde se repite en todo el mundo. Casi invariablemente la mecha de la explosión fue encendida por las autoridades universitarias en su intento de reprimir la actividad política en el campus. En Berlín todo comenzóo cuando Erich Kuby por haber criticado la ideología anticomunista de la Universidad Libre. En junio de 1967 un estudiante fue muerto y varios resultaron heridos en una protesta contra el Shah de Persia. Los estudiantes se agruparon en torno a los líderes más radicales. Fundaron el “Club Republicano”, centro de la oposición extraparlamentaria, y establecieron la “Universidad Crítica”. Rudy Dutschke se convirtió en una figura internacional. El atentado que estuvo a punto de costarle la vida provocó manifestaciones en toda Alemania Occidental y en otras ciudades europeas. En muchas partes la policía reprimió brutalmente protestas pacíficas. Como se ha visto en Francia, la política es el mejor combustible para inflamar la situación y unir a los estudiantes. Lo mismo puede desirse de Italia y también de Checoslovaqia y Polonia.
¿Hay un hilo que une el movimiento estudiantil así en Europa como en América y en Asia? Depende como se mire. Subráyense los problemas locales, el contexto político, histórico y cultural, y cada ejemplo de activismo estudiantil es único. Subráyense la actitud mental de los jóvenes, las autoridades, la frecuencia de las protestas sobre Vietnam, la representación estudiantil en las posiciones de poder, la discriminación racial; reconózcase la importancia de las comunicaciones modernas, la discriminación de la uniformidad cultural, el deseo universal de libertad, la tendencia de los jóvenes a atacar lo establecido, y entonces puede alinearse a Dutshke con los guardias rojos, David Adelstein, los brasileños, los indostanos, los partidarios del Poder Negro, etcétera.
A grandes rasgos puede afirmarse que hay una división posible entre países industriales y subdesarrollados. En estos últimos los estudiantes tienden a estar más ligados con las aspiraciones y problemas de su nación debido a la urgencia de modernizarla. A veces el movimiento estudiantil se forjó en la lucha anticolonialista. A menudo la élite gobernante salió de allí, o bien los adolecentes se identifican con el movimiento político de los adultos.
En cambio los estudiantes de los países ricos tienden a rechazar los partidos políticos tradicionales y, de manera creciente, la base misma y la estructura de la sociedad. Este rechazo los une con los movimientos revolucionarios del Tercer Mundo. Latinoamérica es el mayor ejemplo y una de las principales inspiraciones de los estudiantes.
¿Quiénes son los nuevos radicales?
Contra la demonología que pinta el estudiante rebelde como “fósil”, “destripado” o ausentista, y fiera ávida de sangre, la mayor parte de ellos son brillantes intelecualmente y amables en el trato principal. Podrían hacer carreras bien remuneradas en el mundo que aspiran a destruir. Naturalmente, muchos estudiantes fracasados se agarran del movimiento, pero la politización corre parejas con la capacidad de estudio y crítica reflexiva.
Un fenómeno tan amplio se presta a pocas generalizaciones. Entre ellas la más próxima a la realidad es que en Europa y los Estados Unidos los militantes de izquierda provienen sobre todo de la clase media y estudian sociología, psicología, artes liberales. Carreras muy concurridas y que no cuentan con muchos profesores; ofrecen pocas perspectivas de trabajo y un mal definido papel en la sociedad —al contrario de lo que ocurre con técnicos y científicos.
Las escuelas de, por ejemplo, sociología entrenan críticos, analistas y reformadores sociales: atraen jóvenes cuyas inclinaciones van por este camino. Si encuentran la enseñanza estimulante, tratan de ponerla en práctica. Si la hayan conformista se inquietan y decepcionan. En todo caso, ven formarse una nueva élite de científicos y tecnologos, élite más y más dominante en la universidad y fuera de ella.
Los radicales norteamericanos son los niños que fueron bien tratados y se acostumbraron a que sus peticiones sean de inmediato acatadas. Para varios psicólogos el surgimiento de una generación espontánea, dedicada, preocupada por los valores humanos y la autenticidad personal es un triunfo de los principios del doctor Benjamin Spock. Para otros menos benignos, el activismo es el fruto del consentimiento paterno y del no haber sido enseñados a respetar la autoridad.
La rebelión no es contra los padres. Los estudiantes censuran en sus padres no la falta de valores sino el no practicar los ideales que profesan. Y en esto hay un estrecho paralelo con las creencias y exigencias de los jóvenes en los países socialistas.
En casi todos los países avanzados se repite el modelo norteamericano: los estudiantes rebeldes son inteligentes, de clase media alta, alumnos de ciencias sociales o artes liberales. No disfrutan de la aprobación paternal tanto como en los Estados Unidos, y sin embargo siguen de uno u otro modo las huellas de sus padres: Peter Brandt protesta contra el “establecimiento” alemán del cual su padre, como ministro de Relaciones, es un pilar; ese pilar en su juventud luchó contra los nazis.
Es casi imposible definir la línea “ortodoxa” de los radicales. En general coinciden en abogar por la libertad de palabra para la izquierda, mas no para las opiniones fascistas o pronorteamericanas; la condena absoluta de liberalismo; el dejar que el pueblo decida, descentralizando las resoluciones del poder, rehusando alianzas con los líderes poderosos a fin de crear una identidad personal y de grupo que pueda resistir a las tentaciones y a los efectos paralizantes del sistema. Dentro del sistema nada puede lograrse y aunque muchos deploren la violencia, sienten que todos los demás caminos están bloqueados. La vanguardia revolucionaria debe descansar en una incontrolable espontaneidad y estar constituida por agitadores, no organizadores. La acción precede a la ideología y ésta se forja en el proceso. La presión por cambios auténticos, no simples reformss y ajustes, sólo pueden ser permanente mediante la oposición extraparlamentaria que evite el proceso institucionalizador y anquilosador de los partidos políticos tradicionales.
El movimiento se enfrenta a la dificultad de reconciliar su repudio por la organización y el liderazgo con la necesidad de una existencia corporada. Debe definir sus límites doctrinales y al mismo tiempo impedir que su acción sea obstaculizada por las disputas teóricas. Debe encontrar un compromiso entre el total aislamiento y el arriesgar su pureza cooperando con otros grupos. Por más que inevitablemente tengan que aparecer ciertas jerarquías y organizaciones (aunque de gran fluidez), la experiencia de modo alguno ha disminuido su fe en la democracia de participación.
Parte de la gran fuerza de las organizaciones mayores proviene de que no son demasiado exclusivas. La SDS norteamericana (“Students for a Democratic Society”) contiene un basto espectro de opiniones que encuentran unidad en sus sentimientos y actitudes hacia la guerra de Vietnam, la discriminación y la injusticia social.
La SDS alemana (“Liga de estudiantes socialistas”) nació hace 20 años como ala estudiantil del partido social demócrata. Al comenzar la protesta estudiantil la SDS se transformó enteramente y se convirtió en la más importante fuerza directiva del movimiento con Rudi Dutschke como su principal ideólogo. El nuevo poder e impulso de esta organización debe mucho a la brutalidad policiaca, la campaña de odio lanzada por los periódicos de Springer y la gran coalición formada por Bonn.
En Italia las organizaciones estudiantiles tradicionales han sido desplazadas por el crecimiento espontaneo del nuevo “Movimiento Studentesco” cuyo radicalismo no tiene mucho que ver con la actual política moderna del PC.
El “Zengakuren” (“Federación Nacional de Asociaciones Estudiantiles de Autogobierno”) comenzó a actuar en Japón en los primeros años de posguerra y desde un principio combinó actividad universitaria y protesta política. Durante varios años el “Zengakuren” estuvo guiado por el PC pero cuando éste adoptó posiciones menos militantes, el “Zengakuren” desarrolló su propia táctica violenta contra el pacto de seguridad firmado entre Japón y los Estados Unidos. Para ellos la coexistencia pacífica es absurda y el capital monopolista debe ser combatido a muerte. La facción más radical es el “Sampa Zengakuren” que combinan tres grupos de estudiantes socialistas y es el que con más frecuencia libra combates callejeros con la policía. Al “Sampa Zengakuren” se debe la creación del uniforme de campaña urbana: casco blanco, guantes de algodón y garrotes.
Inspiración mutua pero no conspiración internacional
No hay evidencia de una conspiración organizada pero no es casual que estudiantes de distintos países protesten por las mismas cosas y de la misma manera. Muchos estudiantes están afectados por idénticos problemas: guerra en Vietnam, discriminación racial, política de consenso, fatigados sistemas educativos. Las ideas de Marcuse y Guevara pueden ser atractivas en muchas partes. Las fronteras nacionales importan menos hoy que las fronteras generacionales. Los líderes se visitan, sostienen correspondencia, intercambian libros y ensayos y organizan manifestaciones de apoyo mutuo. No hay que descontar el influjo poderosísimo de las comunicaciones masivas. Basta leer el periódico o encender la TV para que un estudiante sepa todo lo necesario acerca de la última explosión en otro país y experimente el ansia de emular a sus compañeros. El poder del ejemplo es muy grande y muchos estudiantes se sienten culpables porque no se han echado a la calle.
Junto a la información y la mutua influencia puede trazarse un modelo coherente que lleva de la campaña pro derechos civiles a Berkeley, y de Berckley a la Sorbona y Berlín, con ramas apuntadas hacia Italia e Inglaterra. En cada uno de estos lugares los motivos de queja eran específicos pero la confianza y las técnicas para expresarlos llegaron de fuera.
Tácticas como el teach-in, sit-in y la creación del free universitys llegaron de los Estados Unidos junto con textos como A Manual For Direct Action. Estudiantes becados en Norteamérica, regresaron a sus países con la experiencia directa de la lucha. La indignación contra la guerra de Vietnam unió definitivamente a América y Europa.
Lo más parecido a una organización internacional de protesta es el movimiento sindicalista, iniciado en Europa antes que la nueva izquierda de Norteamérica y ahora ligado con ella. En un mitin de la “Unión Nacional de Estudiantes Franceses” en Grenoble se definió al estudiante como “un joven trabajador intelectual que estudia para el bien de la sociedad y es digno de ser pagado por su trabajo”. Por tanto, tiene derecho a la huelga y debe apoyar a los demás trabajadores. Los sindicalista reunieron una amplia variedad de miembros, incluso comunistas, que han influido en el movimiento pero nunca han tratado de controlarlo ni dirigirlo; más bien han facilitado el intercambio de información y contactos. El movimiento sindicalista está representado en o por organizaciones estudiantiles en Bélgica, Canadá, Francia, Alemania Occidental, Gran Bretaña, Holanda, Irlanda, Luxemburgo, Portugal, España, Suiza y Estados Unidos.
Los líderes estudiantiles están cada vez más convencidos de la importancia de la cooperación internacional y gracias a estos contactos que nunca antes existieron (aparte, por supuesto, de los otros factores) han podido difundirse las doctrinas de poder estudiantil, acción coordinada y solidaridad en las manifestaciones. Esta solidaridad ha permitido la asombrosa eficacia de la acción militante contra la guerra de Vietnam en particular y en contra del sistema en general que fue acordada en las reuniones de Berlín y Bruselas en 1967.
El próximo blanco es la Nato a que se atribuye el impedir el progreso político en las dos Europas y permitir en cambio las actividades imperialistas en el Tercer Mundo. Ante esta campaña la actitud de la URSS es ambivalente. Por una parte quisiera apoyarla evidentemente; por otra teme que la infección contagie al estudiantado soviético. Sobre todo en momentos en que el ejemplo de Checoslovaquia ha demostrado su capacidad fermental en los países socialistas vecinos.
Estudiantes y no estudiantes
Casi todas las autoridades amagadas por la protesta estudiantil han exacerbado el conflicto al reaccionar torpe o brutalmente. Comienzan por aparentar firmeza de roca, luego llaman a la policía y cuando la situación está más allá de su control hacen concesiones. Esta respuesta continuamente repetida ha revelado la falta de comunicación intergeneracional. Nada ha unido a los estudiantes ni confirmado sus diagnósticos de la sociedad como la fiereza con que la policía los ha atacado en la culta y civilizada Europa.
Lo único que puede decirse para mitigar un poco la culpa de las autoridades, es la dificultad que han encontrado para negociar con los estudiantes que no han dicho muy claramente lo que quieren o quieren muchas cosas distintas. Naturalmente la vanguardia de los revolucionarios no quiere negociaciones ni concesiones sino la completa abdicación de la autoridad. El empleo de la policía ha sido contraproducente en todos los casos. En Francia los policias practicaron el salvajismo sistemático y la brutalidad punitiva. Las actividades de sus colegas en Alemania e Italia no son mucho mejores. Los polizontes norteamericanos fueron particularmente bestiales en universidades negras.
La opinión pública —especialmente la de los obreros— obviamente contribuye a determinar las reacciones de la autoridad y el grado en que los estudiantes pueden ver satisfechas sus exigencias. La simpatía pública por los estudiantes ha hecho que en varias partes los jefes piensen dos veces antes de echarles a la policía. En Alemania Occidental, por lo contrario, los estudiantes han encontrado gran hostilidad pública debida en parte a la ignorancia de las condiciones reales de la vida universitaria y al prejuicio instintivo contra una sección de la comunidad que el ciudadano medio considera superprivilegiada.
Los líderes de la SDS están tratando de remontar esa hostilidad para lograr el apoyo de los obreros, pero entre otras dificultades encuentran que los trabajadores juzgan incomprensible la jerga sociológica que hablan los intelectuales. Por el momento los militantes han de conformarse con ganancias relativamente modestas si se comparan con las obtenidas en Francia. En los Estados Unidos se está dando a los estudiantes responsabilidades dentro de la administración universitaria. En Madrid la lucha sigue creciendo y el movimiento estudiantil se ha convertido en el más fuerte instrumento de oposición antifranquista.
Rechazo de la sociedad moderna
Si usted quiere sintetizar en el laboratorio una revuelta estudiantil siga las instrucciones proporcionadas por Richar Davy en el último artículo de la serie: tome algunos miles de estudiantes de sociología y hágalos asistir a clases en los salones concurridos por centenares. Dígales que aunque pasen bien sus exámenes y se reciban, probablemente no habrá trabajos para ellos. Rodéelos de una sociedad que no practica lo que predica y está regida por partidos que no representan las ideas de los estudiantes. Recomiéndeles que piensen acerca de lo que está mal en la sociedad y en qué forma se pueden enderezar lo torcido. Tan pronto como muestren un interés activo en el tema, llame a la policía para que los macanee. Finalmente adopte ante los resultados una actitud de confusa sorpresa.
Esta cruda simplificación sugiere no obstante el molde del conflicto: una mezcla de quejas sobre la instrucción, desilusiones políticas, preocupaciones morales, frustración, tedio, entusiasmo, facultad imitativa.
Nada se resuelve con decir que los militantes son una minoría, que muchos de ellos se adaptarán al sistema, que la mayor parte de sus compañeros son plácidos conformistas ansiosos por titularse, casarse y encontrar buenos puestos.
¿Cuánto poder pueden conquistar los radicales? ¿Hay que verlos como delincuentes o como críticos sociales con juicios que merecen profunda atención? Si es así, poco importa que sus puntos de vista sean o no sean ampliamente compartidos: los profetas siempre han sido una minoría.
Los acontecimientos han respondido a la primera pregunta. El poder estudiantil se ha hecho sentir en todas partes: ni siquiera las autoridades más totalitarias pueden a estas alturas ignorarlo. Parcialmente también a la segunda: los militantes han podido unir a sus manifestaciones a un gran número de seguidores y en muchos países han logrado apoyo público —lo cual no necesariamente significa que todos estén de acuerdo con sus ideas revolucionarias específicas.
Sus argumentos pueden ser discutibles, su experiencia muy corta, sus métodos desagradables, pero lo que hacen es dar un grito de alarma contra muchos aspectos de la sociedad moderna. Pertenecen a la vasta tradición de protesta contra la injustica, la hipocresía, la opresión y el materialismo. Se preocupan por el poder y la dignidad del hombre en nuestro mundo, la desilusión respecto a los partidos y gobiernos. Estas preocupaciones morales las comparten muchísimos estudiantes aunque no sean revolucionarios ni participen en manifestaciones.
Por lo demás, el movimiento de protesta, señala una profunda desconfianza hacia la revolución tecnológica —disgusto que proviene de aquellos que reciben sus beneficios—. Los estudiantes ya no miran la ciencia como la luz del porvenir que nos libra de la superstición y la miseria para darnos riqueza y sabiduría. Ven que la ciencia ha conquistado un poder propio, un poder que lleva a los gobiernos a construir naves espaciales y aviones supersónicos (para no hablar de bombas de hidrógeno, armas químico-bacteriológicas) en vez de casas y escuelas. Buscan la respuesta no a través del mayor conocimiento científico sino mediante el mejor entendimientos de las relaciones humanas y sociales y del individuo mismo.
Probablemente la inquietud estudiantil no esté por completo desconectada del vandalismo con que otros jóvenes menos instruidos y organizados expresan su frustración, alienación y hostilidad general en las ciudades. De manera inarticulada, ellos también están haciendo algunas de las mismas preguntas sobre el sentido de la vida. Ya no hay guerras que librar ni continentes por descubrir. El clímax de nuestros logros y ambiciones es la casita suburbana, la familia y el auto.
Sólo una cosa es ya indudable: los estudiantes han tomado conciencia de su poder.
(La Cultura en México, núm. 333, 3 de julio de 1968, pp. X-XII)