Gonzalo Valdés Medellín
El tres de agosto de 1997 Ira Silverberg, editor neoyokino de Grove Press dio a conocer mundialmente la muerte del último sobreviviente y máximo representante del movimiento beat: William S. Burroughs, inmortalizado sin duda por su ácida, contrariante, explosiva, procaz, desbordada y humana novela Nacked Lunch (Almuerzo desnudo) y quien junto a Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Gregory Corso y Lawrence Ferlinghetti dio la ardua batalla de la ruptura en el arte literario de su tiempo (años cincuenta y sesenta, básicamente), bajo la marca de la perdición. Perdición (de los rumbos preestablecidos de la moralina y la hipocresía castrantes), a través de la rebeldía, el inconformismo, el rechazo absoluto al autoritarismo (en todos sus órdenes) y por ende del poder. La beat generation, generación perdida, cerraba por entero el ciclo que la historia del siglo XX le había marcado, con el fallecimiento de William Seward Burroughs, quien había nacido el 5 de febrero de 1914 en San Luis, Missouri y era poseedor de un carácter contestatario, francamente subversivo.
Burroughs había hecho estudios de antropología en Harvard y erigió el desarraigo como respuesta a la opresiva sociedad estadunidense que le había tocado vivir. Desarraigo que compartió, aunque desde polos completamente opuestos, con Jack Keroauc, pues mientras en Kerouac, el desarraigo desemboca en una búsqueda espiritual, en Burroughs se desfoga en la manifestación suscinta de la destrucción, de pronto narrada de manera descarnada, lindando entre el autoflagelo y el delirio.
Considerado “norteamericano de la diáspora”, vivió la mayor parte de su vida fuera de su país, en Europa, África del Norte, España, México y Sudamérica, persiguiendo puntos clave para el abastecimiento de estupefacientes. Abiertamente homosexual —Nacked lunch abunda en descripciones de homoerotismo incluso descaradamente pornográfico, rasgo retador para el puritanismo de los años cincuenta y sesenta—, asumido como junkie, Burroughs fue mundialmente conocido primero como asesino imprudencial de su esposa Joan, a quien mata de un tiro en la cabeza, cuando “jugaban a Guillermo Tell” y en la época en que, acompañado por su amigo Keroauc vivió en San Miguel de Allende, México, lugar que años más tarde rememorará en su novela Marica (Queer, 1985); después, la fama lo encumbraría tras la aparición de Almuerzo desnudo.
En su comunicado, el editor Silverberg informó que el deceso de Burroughs se debió a un paro cardiaco, pues gozaba de muy buena salud. Había librado la pandemia del siglo, el sida, había combatido los estragos orgánicos de la drogadicción y continuaba activo como escritor y actor cinematográfico, oficio que ocasional, pero fervientemente, gustaba de asumir cuando se presentaba la oportunidad.
Norman Mailer declaró en relación al último sobreviviente de la generación beat: “Burroughs es el único escritor estadunidense del que se puede decir que aún vive y es un genio”. ¿“El único escritor estadunidense”? Lo superlativo de la valoración de Mailer provenía de la admiración, pero sobre todo de la influencia literaria que aún a la fecha continúa espoleando las manifestaciones artísticas underground de nuestros días. Ejemplo de constancia, de fiereza discursiva, de congruencia ética, de pasión literaria sin freno, Burroughs afirmaba: “Mi vida ha sido una lucha constante para resistir la fuerza de la oscuridad”. Resistencia que quizá lo hizo sobrevivir a todos sus compañeros de generación y seguir siendo fiel a sí mismo y concretando su obra en base al oído y la percepción. Al respecto, a finales de los sesenta escribió: “Soy un magnetófono… trato de no imponer una ‘historia’, trama o continuidad…”, para años después rectificar: “…cuando dije eso iba quizás un poco lejos. Uno trata de no imponer una historia, trama o continuidad artificial, pero hay que componer los materiales; no se puede dejar caer un embrollamiento de notas y pensamientos y consideraciones y esperar que la gente lo lea. Así que me retractaré de lo que dije entonces, no es verdad, sencillamente”. Este tipo de ironías sellan la tónica de la obra de Burroughs, pues era prácticamente obvio que el escritor reproducía conversaciones previamente grabadas (durante muchos años lo acompañó su grabadora) o memorizadas o escuchadas al azar y con ello componía sus libros. Su rigor era, precisamente, el de un magnetófono que le permitía reproducir con fidelidad la exacerbante violencia, el desmedido hastío de la vida. Y por lo mismo se confesará “más que un creador, soy un recopilador, un constructor literario, lo que queda demostrado ampliamente en Nacked lunch”. Y mientras Truman Capote se autocelebraba con su famosa frase: “Soy drogadicto, soy alcohólico, soy homosexual, soy un genio”, Burroughs habría de retratarse a sí mismo de una manera sórdida y categóricamente retadora: “Soy brutal, obsceno y repugnante”, autodefinición que no le impediría el ser considerado por la crítica literaria de su tiempo como un innovador de la literatura en lengua inglesa, con una importancia radical que no había surgido desde la aparición de James Joyce en el panorama de la literatura del siglo XX.
La escritura de Burroughs ostenta el filo de la transgresión y la poética de su prosa sólo encuentra parangón en el francés Jean Genet (ese “santo, comediante y mártir”, según Jean Paul Sartre). La obra capital de Burroughs es la novela Nacked lunch, escrita en Tánger (Marruecos), publicada en París en 1959; traducida al castellano por primera vez en 1971, en Buenos Aires, Argentina (Editorial Siglo XX), y llevada al celuloide en 1991 por David Cronenberg. Junkie: confesiones de un drogadicto sin remedio (1953), es el manifiesto autobiográfico de su experiencia con la heroína, tema recurrente en el contexto total de su obra. Pero Burroughs gustaba de las coautorías, así firma (con Sinclair Beiles, Gregory Corso y Brion Gysin) Minutes to go (1960), ese mismo año, con Gysin coescribe El exterminador; y en 1978 nuevamente con Gysin, publica The third mind. Con Daniel Odier, en 1969 firma: Entreteins avec: William Burroughs. Otras obras suyas son Las últimas palabras de Dutch Schultz (1970), guión cinematográfico que nunca llegó a filmarse; The wild boys (1971), Exterminador (1973), Port of saints y The book of breetins (1975), Cobfestone gardens (1976); Roosevelt after inauguration y Blade Runner (1979), Early routine y Cities of the red night (1981), Letters of Allen Ginsberg. 1953-1957 y Here to go: Planets R-101 (1982), The Burroughs file; Job: tropical writings and Interviews y The place of dead roads (1984), Queer (1985) y The adding machine. Selected Essays (1986). Escribió algunos textos al alimón con Kerouac.
Al final de sus días, rodeado de la compañía de numerosos gatos concibió un libro de homenaje a los felinos. Hijo del inventor de la sumadora y fundador del imperio de computadoras y equipos de oficina “Burroughs”, el escritor sirvió en el ejército de Estados Unidos durante la II Guerra Mundial, fue barman y detective privado, y se inició en el consumo de heroína en 1944 en Nueva York, época en la que conoce a Ginsberg y Kerouac. En los años ochenta llegó a reconocer que los tres lustros que vivió dominado por la droga lo único positivo que obtuvo fue “admitir que el drogadicto es víctima de su propia opresión”, algo que ya había apuntado en Las últimas palabras de Dutch Schultz, cuando escribe: “ADICTO (hirviendo la aguja en una cuchara que calienta con un cerillo): ¿Sabes lo que es esto? Esto es el tiempo. Trescientos pinchazos más y saldré de aquí. Abre tu camino hacia la libertad, muchacho”.
Para el mundo del rock Burroughs, obra y figura, es influencia esencial y así lo han hecho evidente músicos como David Bowie, Curt Cobian, Michael Stipe (del grupo musical REM) y Déborah Harry, vocalista del popular grupo Blondie.
En mayo de 1997, el grupo irlandés U2 realizó un video titulado Last night on eart, como un tributo a William S. Burroughs, reafirmando la influencia y vigencia de su pensamiento que hoy, a cien años de su nacimiento, siguen intactas. Su camino hacia la libertad parece no tener fin.