Patricia Gutiérrez-Otero
Me siento culpable de que yo le haya permitido
estar cerca de otras niñas pequeñas.
Dylan Farrow
En nuestro tiempo los cambios de todo tipo han afectado la valoración de ciertos actos. Lo que antes se juzgaba como malo ahora se considera bueno o indiferente. Sin embargo, dentro de estas adaptaciones axiológicas hay algo que en Occidente está firme: una persona no puede obligar a otra a mantener relaciones sexuales de ningún tipo contra su libre voluntad. En este caso, todos están de acuerdo en que los infantes no tienen aún un uso adecuado de su libre albedrío y no pueden optar entre tener relaciones sexuales o no. Por ello, el escándalo se armó cuando en la Iglesia Católica algunos adultos se atrevieron a hablar públicamente, asumiendo la vergüenza, sobre los abusos sexuales que sufrieron en su niñez y adolescencia en manos de sacerdotes. Estos primeros denunciantes hicieron que otros hablarán. Eso produjo la cólera contra los sacerdotes pederastas y la institución que los encubría. Sin embargo, el problema de la pedofilia es más vasto y abarca más sectores, es una perversión del ser humano.
La nueva denuncia de abusos sexuales que Dylan Farrow, hija adoptiva de Mia Farrow y Woody Allen, acaba de hacer contra el hombre que la adoptó como hija, muestra que la pedofilia ocurre en el interior de la familia (uno de los lugares más comunes en el que sucede: no falta un primo, un tío, un padre, hasta un abuelo o un allegado); que muchas veces sucede con el silencio cómplice de los parientes, hasta de la madre, quienes no quieren romper el “orden” establecido porque les haría perder beneficios ganados y prefieren ofrecer un chivo expiatorio y tragarse su dolor, su ira y sus valores. Es preciso añadir que en el momento en que Allen presuntamente abusaba de su hija adoptiva de siete años, también tenía relaciones con la hija adoptiva de su esposa con otra pareja, Soon-yi Prévin, con quien posteriormente se casó.
Por otra parte, esta denuncia, también muestra el silencio perturbador que, igual que el del clero y el de la familia, rodea los hechos que todos ven y nadie acusa. La entonces niña de siete años, ahora mujer de veintiocho, devela el silencio del entorno cinematográfico que rodeaba a su padre: Hollywood adora al director exitoso, extravagante, con aires de cine de autor que él y muchos le prestan y con quien quieren trabajar. Hubo un grupo de gente que calló y no dijo nada: “¿Qué pasaría si hubiera sido tu hija, Cate Blanchett? ¿Louis C. K.? ¿Alec Baldwin? ¿Y si hubieses sido tú, Emma Stone? ¿O tú, Scarlett Johansson?”, prorrumpe Dylan.
Cuando las quejas surgen es mucho más fácil irse contra una institución organizada jerárquicamente, como es la Iglesia, para denunciarla, enjuiciar a quien se debe, reparar daños hasta donde es posible y reformarla. En la familia es mucho más difícil de evitar, salvo una buena educación en prevención y un apoyo de las autoridades para ocuparse de estos casos, lo que facilitaría denunciarlos. En el medio artístico los casos abundan… En el caso de Allen, la justicia en 1993 consideró que no había pruebas suficientes y que proseguir conllevaría mayor sufrimiento a la niña. Ahora el proceso está fuera de tiempo, pero si Woody Allen es culpable y ha reincidido, otros casos podrían salir a la luz si la doble moral con la que se juega en todas partes decide romper su silencio. Esto no restaría mérito a sus películas ni le quitaría el galardón en los Globos de Oro por su recorrido —un buen director no es necesariamente un buen hombre—; lo haría enfrentar, en caso de ser culpable, el peso de una ley que debe defender a los menos fuertes e impedir que se les haga daño. En todos los casos, la decisión es romper la ley del silencio que oprime a las víctimas, se trate de un religioso, de un familiar, de un maestro o de un prestigioso director de cine, o entrar en el mundo de los cómplices.
Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se detengan las mineras, que se revisen a fondo y dialógicamente todas las reformas impuestas por el gobierno, que no se entreguen los hidrocarburos en manos privadas.
pgutierrez_otero@hotmail.com
