Bernardo González Solano

Hay sucesos coincidentes inexplicables. Así por ejemplo, el domingo 23 de marzo mientras moría en una clínica madrileña —después de padecer el mal de Alzheimer durante once años— el ex presidente del gobierno —1976-1981— del Reino de España, Adolfo Suárez González (Cebreros, Avila, 25 de septiembre de 1932-Madrid, 23 de marzo de 2014), en el centro de la capital española se desarrollaban ocho marchas multitudinarias que sumaron, según fuentes policiacas, más de 50 mil personas que salieron a la calle con enojo y desesperación, por cifras escalofriantes: casi seis millones de desempleados, decenas de miles de desahucios —como sufrió el ex mandatario que perdió su casa hipotecada porque no pudo pagarle a un banco el préstamo que pidió para atender médicamente a su esposa y a una hija que murieron de cáncer—, y miles de millones de euros de recortes dispuestos por el gobierno al gasto social.

Ese mismo día, el todavía principal periódico de España, El País, publicó en su revista semanal una extensa entrevista al presidente más pobre de Hispanoamérica, el ex militante tupamaro que estuvo en prisión más de quince años, José Alberto Mujica Cordano, descendiente de vascos, mandatario uruguayo, en su humilde casa de Montevideo donde vive con su esposa, la también ex guerrillera Lucía Topolansky y con un viejo automóvil Volkswagen. Pepe Mujica ha escandalizado a las “propias” clases políticas iberoamericanas por sus declaraciones, la legalización de la mariguana y por sus atuendos y falta de corbata; en la citada entrevista declaró: “La distancia de los políticos con la gente está creando mucho descrédito y la peor enfermedad es la de los ciudadanos que no creen en su Gobierno…”.

Por mera casualidad —aunque en la política ni los difuntos son casuales—, un año antes de que Suarez renunciara a la presidencia de su país, en una entrevista que le hizo Josefina Martínez del Alamo, de ABC, en 1980 (entrevista que se publicó hasta 2007), manifestó:”…los políticos no transmitimos esa imagen de esfuerzo común…la clase política le estamos dando un espectáculo terrible al pueblo español…la imagen que ofrecemos es terrible…le hemos hecho creer (al pueblo) que la democracia  iba a resolver todos los grandes males que pueden existir en España…Y no era cierto. La democracia es solo un sistema de convivencia. El menos malo de los que existen…yo no tengo vocación de estar en la Historia…La transición española dará un ejemplo al mundo”. Dos presidentes pobres y de hablar franco. Tan franco que el español se negó a recibir una pensión oficial por su calidad de ex presidente, y el uruguayo que no piensa cambiar de coche, ni usar corbata, ni mudar de residencia. Por eso sus pueblos los admiran porque se equiparan con los que poco tienen. Ese fue el contexto en que falleció Adolfo Suárez rodeado por los hijos que le sobreviven.

En su enfermedad, Suárez González olvidó que había sido presidente y que era amigo del rey que lo abrazaba cariñosamente cuando ambos caminaban  en su jardín familiar. Adolfo Suárez vivió una cruda, pero real, tragedia griega. Tres días de luto vivió España.

Los restos mortales del ex presidente recibieron— lunes 24 y martes 25—,  el homenaje parlamentario en el Congreso de los Diputados, a unos pasos de la embajada de México en Madrid, en la Carrera de San Jerónimo. El pueblo también tendría acceso.

Como suele suceder, al morir Suárez todo mundo se desvive por cantarle loas y otros reconocimientos que en vida le fueron negados. La memoria humana es muy corta. Se olvida que dentro de su partido le crecieron los traidores. La prensa, o mejor dicho, “la mayoría de la prensa española de los principios de la década de 1980, estrenó ¡por fin! su libertad de expresión haciendo verdadera leña de un presidente a punto de caer”, como advirtió Josefina Martínez.

Quizás las pocas palabras sentidas por la muerte del político abulense fueron las del ahora impopular rey Juan Carlos -que fue el que propuso al entonces “desconocido” Suárez a las altas esferas de gobierno-: “Fue un amigo leal…y un hombre de Estado”. Y es que el padre del príncipe de Asturias, Felipe, no olvida que el 18 de noviembre de 1976 cuando se votó la Ley para la Reforma Política, Adolfo Suárez logró que se aprobara con 435 votos a favor y 59 en contra —casi misión imposible—, hacer que las Cortes Españolas firmaran su propia sentencia de muerte en favor de la democracia.

El Alzheimer poco a poco le apagó la luz hasta que ya no se pudo hacer nada. Bien cita Juan Cruz en su nota periodística: “Lewis Carroll lo dijo: Y trató de imaginar cómo era la luz de una vela cuando está apagada”. Suárez se percató de ello. Una noche, tras entregar unos premios, soltó una frase sin sentido. Miradas de estupor. Se rió. Y adelante, “Suárez era Suárez”. El abismo estaba enfrente.

Aunque fue el primero de la España democrática, no recordaba haber sido presidente de gobierno. Al final, Alzheimer le ganó la partida después de una década que fue cuesta  abajo. Se consumió como una pavesa, pero fue el hombre clave de la transición española, de la dictadura franquista a la democracia (“la menos mala”). La tragedia no sólo fueron las muertes por cáncer de su esposa, Amparo Iliana, en 2001, ni la de su hija, Marian, en marzo de 2004, sino que poco a poco fue ignorando su pasado, quiénes eran los que le rodeaban, sus nombres, por qué le querían. Del rey para abajo y para arriba. Cuando su hijo Adolfo le informó que había muerto Marian, inmerso en la neblina de la desmemoria preguntó a su vástago: ¿quién es Marian?. Imposible describir la escena. ¡Qué desesperación, qué angustia.

ASG gobernó cuatro años y siete meses, con cinco gabinetes distintos, varias remodelaciones y un total de 58 ministros diferentes. Afrontó dos intentos de golpes de   Estado –en noviembre de 1978, llamada la “Operación Galaxia, y el 23 de febrero de 1981, con el asalto al recinto del Congreso dirigido por el coronel Antonio Tejero de la Guardia Civil (y no la “caminera” que dijera García Lorca), cuando apenas aprendía a caminar la débil democracia española.

El 2 de mayo de 2003 fue su última aparición pública en un acto en el que quiso respaldar la candidatura de su hijo Adolfo a la presidencia de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Ese día perdió el hilo del discurso. Todavía se percató de ello y la salvó diciendo: “Lo único que quiero decirles es que mi hijo es un hombre bueno y que lo hará bien”. Con esa fecha se bajó el telón de una fructífera vida política. Viviría once años más, si eso se llama vivir.

Aunque no fue un alumno de primera línea, tampoco de los últimos, resultó excelente político diestro en las relaciones públicas. El padrino de Adolfo fue Fernando Herrero Tejedor, uno de los “reformistas” del régimen franquista. Entró por la Televisión Española en 1964 donde llegó a la dirección general cinco años después. Fue gobernador civil de Segovia y procurador de representación familiar por Avila en las Cortes Orgánicas. Sucedió a su mentor como ministro Secretario General del Movimiento tras la muerte de Herrero en 1975, en el primer gobierno de la Monarquía, presidido por Carlos Arias Navarro. Cuando éste dimite, Suárez pasaría a ser presidente del Gobierno, el 3 de julio de 1976 a instancias del rey Juan Carlos. Desde entonces fue hombre de confianza del rey y fue Suárez el que impulsó la reforma política que terminaría con la dictadura del generalísimo y que pasaría a los libros de Historia como Transición Española.

ASG emprendió la reforma del sistema político con la aprobación de la amnistía en marzo de 1977, la legalización de todos los partidos políticos (incluyendo el comunista) y los sindicatos y la convocatoria de elecciones libres el 15 de junio del mismo año. Suárez fue cabeza de lista en Madrid por la coalición Unión de Centro Democrático (UCD). Triunfó y formó el tercer gobierno de la monarquía y el primero de la democracia, constituido el 5 de julio de l977. En ese mandato se firmaron los famosos Pactos de la Moncloa, se aprobó el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas y los Estatutos de preautonomía de Cataluña, País Vasco y Galicia, entre otras reformas. Asimismo, las Cortes de esta Legislatura aprobaron la Constitución, ratificada después por referéndum el 6 de diciembre de 1978. Todo este proceso se vio amenazado por el terrorismo etarra, especialmente activo en diciembre de 1976 y enero de l977. Después de las elecciones del 1 de marzo de 1979, cuando la UCD revalidó su mayoría, el 2 de abril de 1979 juró su cargo ante Juan Carlos, con lo que se convirtió en el primer presidente de Gobierno constitucional.

Después de superar una moción de censura de la oposición socialista en el Congreso de los Diputados, presentada por Felipe González Márquez, el 28 de mayo de 1980, las críticas a su gestión y la crisis permanente en su partido, lo hicieron decidir, motu proprio, su dimisión como presidente del gobierno el 29 de enero de 1981. Ni lo echaron ni le pidieron la renuncia.

Después, todo fue “cuesta abajo en mi rodada”, como dice el tango. La tragedia griega de Suárez y de su familia rivalizó con la historia. Al final, dijo su hijo, “nunca perdió su mirada pícara” que tanto agradaba a las mujeres. RIP.