Ricardo Venegas

Una de las generaciones mexicanas que con una carga considerable de lecturas ha heredado lo que sus antecesores le han legado en el haber poético es la de los setenta. Muchos han sido los elegidos, y muy pocos los que han caminado convencidos de ello. Desde sus primeros libros, entre ellos A la luz de la sangre (1999), publicado por el Fondo editorial Tierra Adentro, esa gran colección de conaculta que reunió a gran parte de los poetas que hoy conforman el mapa de la poesía mexicana actual, Jair Cortés (Calpulalpan, Tlaxcala, 1977) había encontrado su voz y un destino en la poesía que recibía con el dictado imprevisto de su obra. Con la publicación de Ahora que digo ahora, una reconciliación poética (Ediciones Eternos Malabares/conaculta/inba, 2013), el poeta deja un registro de los caminos que ha recorrido. Uno de los poemas, incluido en el libro que menciono, dice certeramente contra el reloj: “Ahí, en la célula de tiempo,/ en esa marea lenta/ (por momentos abrupta),/ en ese piélago desconocido,/ lenguaje líquido,/ palabra,/ carnal desaparición de los miedos/ en donde se funden esencias más probables/ de un polvo más pesado que el oro,/ en donde la arena es manecilla/ pendiente siempre de la llegada de la lluvia./ En ese río que no es un río/ y en esa lágrima no lágrima,/ según dicen/ comienza la vida”.
Alguna vez, durante la presentación de su libro Tormental (2001), en Cuernavaca, tuve oportunidad de conocerlo personalmente y de escucharlo leer su obra. Su poesía era la de un gaviero que había ya caminado distintas sendas y se preparaba para cruzar otras. Hoy, con la publicación de esta antología poética, Jair reivindica que el oficio de su poesía sigue vigente, que el presente es el poema perpetuo al que aspiran todos los poetas.
Más que los juegos pirotécnicos y la verborrea que priva en el medio literario, que han calificado con el mote de poesía, Jair Cortés se asume como un buscador que involucra al lector con la espiritualidad inherente a la naturaleza humana: “El despojado de sus bienes no quiere saber de abundancia/ porque su pie está en el suelo/ y porque sabe/ que nada que posea el hombre/ podrá llamarse riqueza”.
Ahora que digo ahora es un libro de conciencia, una apuesta contra el tiempo, que ya ha ganado y ha vencido. ¿Qué es el poema sino el presente constante que nos conduce, en palabras de Paz, al instante primigenio de la poesía, pero también la revancha del que escribe?, asunto que rememora un verso de Wislawa Simborska: “escribir es la venganza de una mano mortal”.
En el prólogo de la edición, el poeta y crítico Juan Domingo Argüelles acierta cuando dice, a propósito del autor: “Cuando la poesía no es un destino, podemos abandonarla en el momento que se nos dé la gana. En el caso contrario, no podemos dejarla nunca”.
En el caso de Jair es la promesa de que tendremos entre nosotros, por mucho tiempo, a un poeta de hallazgos y de momentos memorables que recomienza siempre al llegar a la meta.