El michoacano Calderón y sus secuaces

Yazmín Alessandrini

Como indignante y vergonzante, así podemos calificar la segunda parte de la llamada docena trágica panista encabezada por el ahora expresidente Felipe Calderón Hinojosa. Seis años, de 2006 a 2012, durante los que el michoacano y sus secuaces (no se les puede decir colaboradores o funcionarios) arrasaron a base de corrupción y malicia todo cuanto tuvieron a su alcance, enlodando y engangrenando a cuanta institución mexicana tuvieron al alcance de sus perversas manos.

A donde quiera que uno pone los ojos o los oídos nos enteramos de las porquerías que el michoacano y su pandilla ejecutaron para beneficio de unos cuantos y perjuicio de millones. Para contarlos, ya ni los dedos de las manos nos alcanzan, ni siquiera los de los pies: Estela de Luz, Oceanografía, Conaculta, Capufe, cursos antiestrés, el cadáver robado de El Lazca, la Guardería ABC, la doble muerte de El Chayo (la que Calderón y su secretario de Gobernación, Alejandro Poiré, cacarearon, y la verdadera, ocurrida apenas la semana pasada), César Nava y su depa de interés social en Polanco, Florence Cassez y los circos mediáticos de Genaro García Luna, militares encarcelados injustamente… robos, fraudes y mentiras; más robos, más fraudes y más mentiras. El etcétera es interminable.

Nunca como antes en nuestra historia tuvo México a personajes tan deleznables. Nunca nuestra gran nación fue tan ofendida y agraviada por individuos que supuestamente tenían el compromiso de protegerla de todo y de todos. Y el responsable de todo ello es usted, don Felipe. Sí, es usted, quien desde su cómoda posición como becario en Harvard (¡vaya ironía, que alguien lo haya considerado un líder global!) quiere seguir influyendo y contaminando en nuestro país a punta de tuitazos.

Afortunada y desgraciadamente, todo depende del cristal y la nitidez con la que se esté observando la situación; todas y cada una de las atrocidades cometidas por los panistas-calderonistas de 2006 a 2012 están saliendo a la luz. Sin embargo, y éste es el clamor generalizado de la opinión pública, es el deseo colectivo que nuestras autoridades lleven frente a la justicia y tras las rejas a todos y cada uno de los personajes que hoy son protagonistas de estas aberrantes historias de indecencia y corrupción.

Aplaudo que el gobierno federal, el presidente Enrique Peña y su equipo de colaboradores estén aplicando la máxima de “el buen juez por su casa empieza”. Los casos de Elba Esther Gordillo y Andrés Granier así lo demuestran, y una vez que le echen el guante a Tomás Yarrington lo ratificarán. Ya es tiempo de que caigan también los de enfrente, sean quienes sean; los panistas Jorge Luis Preciado (en el Senado) y José González Morfín (en San Lázaro) están de acuerdo en esto.

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