La unificación a Rusia de Crimea y la ciudad heroica de Sebastopol exasperó la atmósfera de tirantez con Occidente, originada tras el golpe de Estado en Ucrania, al punto de un clímax de guerra fría.

A la retórica de acusaciones contra Moscú, los gobiernos de Estados Unidos y de la Unión Europea (UE) pasaron a incorporar otros ingredientes de tensión como la confección de las listas de funcionarios, legisladores y empresarios rusos y hasta compañías de este país que serán objetos de sanciones.

Y todo, según sus autores, porque Rusia reconoció la independencia de Crimea y Sebastopol y legitimó los resultados del referendo del 16 de marzo, en el cual, un 96.77 por ciento de electores apoyaron la salida de la península de Ucrania y su unificación como sujetos territoriales a la Federación.

La culminación fue la rúbrica en el Kremlin del tratado de adhesión por el presidente Vladimir Putin y los líderes crimeos, un acto que recibió el respaldo casi unánime de la población rusa y las simpatías de millones de crimeos, pero que provocó airadas reacciones de Occidente, del régimen golpista en Ucrania y de los fascistas ucranianos, con provocaciones de todo tipo, incluida la violencia.

En su alocución ante la Asamblea Federal (Parlamento unicameral ruso), el presidente Putin recriminó a Occidente por actuar en Ucrania como “un oso en una cristalería”, lo cual dejó en evidencia la continuación a lo largo de décadas de la política de contención a Rusia, tras la desintegración de la Unión Soviética.

Constantemente están tratando de arrinconarnos por el hecho de que tenemos nuestra propia posición y no somos hipócritas. Pero todo tiene sus límites. Nuestros socios occidentales cruzaron la línea roja en el caso de Ucrania, aseveró el gobernante ruso.

Instó a Estados Unidos a abandonar la retórica de la Guerra fría y aceptar lo obvio: “Rusia es un participante independiente y activo de la arena internacional y como otros países, tiene sus propios intereses nacionales que deben ser considerados y respetados”.

Enfatizó a renglón seguido que la OTAN es bienvenida como huésped pero no puede acampar en el patio trasero de Rusia, en alusión directa a los planes de ampliación de la alianza a cuenta de nuevos miembros en el espacio postsoviético, como Georgia y Ucrania.

Unido a la guerra de las listas (individuos y corporaciones sancionadas), la Casa Blanca y aliados europeos acordaron un boicot a la presidencia rusa en el Grupo de los Ocho (G-8) y algunos de sus miembros apostaron por la exclusión de Rusia de ese foro.

La Unión Europea también canceló la cumbre bilateral con Rusia programada para junio y el resto de los encuentros en ese formato proyectados para este año.

Colateralmente, el Pentágono decidió mantener en las aguas del mar Negro (donde se basa la flota rusa) al destructor Truxtun, luego de faenas realizadas en ejercicios con Bulgaria y Rumania, y completó el envío a Polonia de seis aviones caza F-16.

Tales maniobras y la velada intención de la OTAN de abrir esta vez definitivamente las puertas a Georgia y Ucrania hacen pensar en una nueva escalada de una Guerra Fría hacia Rusia.