Bernardo González Solano

¿Ahora qué sucederá? es la pregunta que todo mundo se hace después de que, pese a la oposición de la Unión Europea, de Estados Unidos de América y de Ucrania, el gobierno de la República Autónoma de Crimea llevó a cabo el domingo 16 de marzo el referéndum (prácticamente un plebiscito), en el que los ciudadanos crimeos se pronunciaron a favor de pasar a formar parte de la Federación de Rusia. Según los últimos resultados el 96.77% de los votantes de la península (es decir 1,233,002 sufragistas) apoya la adhesión  a Rusia. En la ciudad de Sebastopol, donde se encuentra la base de la flota rusa del Mar Negro, y con un estatuto especial, la participación alcanzó el 89.5%, en la capital, Simferópol, fue de 88.5% y del 82.7% en el resto de la península. No obstante las declaraciones en contra de la votación —en Ucrania, en la UE, en Estados Unidos y en el seno de la OTAN y la ONU—, Crimea siguió adelante con el referéndum aunque el sábado 15 la Rada Suprema de Kiev disolvió al Parlamento separatista que había convocado la consulta y que, además, aprobó el fin de semana una Declaración de Independencia. Pese a los reparos que denuncian la ilegalidad del proceso —que nadie sabe a donde desembocará—, por el momento, la conclusión es lapidaria: consumatum est…

Ni duda que esta es una decisión de dudosa validez jurídica e incierto desenlace. En  tales circunstancias, decir que el enfrentamiento ruso-ucraniano demuestra que la relación mundial de fuerzas es totalmente diferente a la que existía antes de la Segunda Guerra Mundial es una obviedad. No obstante, aunque el derecho internacional se escribe con frecuencia a fuerza de hechos consumados —como es el caso,— un proceso secesionista que nace viciado de antemano por las circunstancias que lo alumbran tendrá que superar muchos obstáculos. Pero Vladimir Putin —que emerge de este conflicto como el “dueño y árbitro” del juego—, parece más preocupado por asegurarse el control político efectivo de la estratégica región crimea que por el hecho de que ese control cuente con claro amparo legal.

Una vez más, los intereses sobre la mesa son los que mandan. Y los que se manejan en esta ocasión (petróleo y gas) son casi infinitos, en su mayoría valen miles de millones de dólares, euros, rublos, ni qué decir en las devaluadas monedas locales. El lector debe recordar que el más reciente ejemplo de choque entre el derecho y la realpolitik fue el de Kosovo, que terminó escindiéndose de Serbia, pese a que una gran parte de la medrosa “comunidad internacional” no lo reconoce como Estado. Podría repetirse ahora en este referéndum que todas las “potencias” occidentales niegan validez y cuyos resultados tachan de inconstitucionales. No son pocos los internacionalistas que afirman que, de facto, Kosovo es un “Estado independiente” reconocido por casi cien países, pero “tiene que superar disfuncionalidades importantes en su funcionamiento” derivadas de la cuestionable legitimidad jurídica de su nacimiento.

Kosovo es el antecedente que demuestra que tratándose de relaciones internacionales el pragmatismo suele imponerse sobre los principios jurídicos. La paradoja  del caso resulta de que Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia y un largo rosario de capitales del bloque occidental dieron el plácet a la república kosovar en 2008 a segregarse de Serbia, el mismo que ahora niegan a Crimea respecto de Ucrania. En el caso presente, Rusia actúa a la inversa, pues admite el derecho de Crimea pero no el de Kosovo. Ni duda: los intereses mandan. Con dinero baila el perro.

Claro, el que acusó el golpe con mayor dramatismo fue el primer ministro de Ucrania, Arseni Yatseniuk. No podía hacer menos. En un discurso casi copiado a Shakespeare, aseguró a sus compatriotas que el Estado capturará a “todos los cabecillas separatistas que se protegen tras los militares rusos…los encontraremos, sea en un año o dos, y los llevaremos ante la justicia en tribunales ucranios o internacionales. La tierra arderá bajo sus pies”. Ojalá esto alguien lo vea. Al tiempo que advirtió del peligro de una posible invasión rusa. Y animó a sus paisanos a enrolarse como voluntarios en la recién creada Guardia Nacional, que tendría hasta 60 mil efectivos. La Patria es primero. Tambores de guerra.

La celebración del referéndum implica que por primera vez los ministros de Relaciones Exteriores de la UE adoptaran sanciones contra Rusia. Antes de que terminara la consulta, el domingo pasado por la tarde el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, y el del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, en un comunicado advirtieron: (el referéndum) “es ilegal, ilegítimo y su resultado no será reconocido”. Más que a las autoridades de Crimea, el documento se dirigía a Moscú, a Vladimir Putin, a quien culpan de la escalada de la tensión en el territorio.  La inquietud se advierte en todas las declaraciones. Frank-Walter Steinmeier, el secretario de RE de Alemania, considera que Ucrania está “en peligro de incendio” por el riesgo de que el conflicto se extienda a la zona este del país, también bajo la influencia rusa. Otros diplomáticos del Viejo Continente han hecho lo propio, solo que las “sanciones” anunciadas no son muy temibles que digamos: prohibición de tránsito por la UE, congelación de activos en bancos europeos, y otras por el estilo. Medidas destinadas a un puñado de funcionarios menores de Rusia, Crimea y Ucrania.

Por su parte, el presidente estadounidense Barack Hussein Obama, se comunicó, una vez más, telefónicamente con Vladimir Putin. La Casa Blanca informó que Obama “insistió en el hecho que los actos de Rusia constituyen una violación de la soberanía y de la integridad territorial de Ucrania y que, en coordinación con nuestros socios europeos, estamos listos para imponer costos adicionales a Rusia por sus actos”…”El presidente Obama subrayó que el referéndum en Crimea violó la Constitución ucrania y tuvo lugar bajo la presión de la intervención militar rusa, por lo que jamás sería reconocido por EU y la comunidad internacional”.

El lunes 17 de marzo la República Autónoma de Crimea declaró formalmente su independencia de Ucrania y envió a Rusia una petición de adhesión. La “nueva” república se arroga casi todos los atributos de una nación soberana y pidió a la Organización de Naciones Unidas que la reconozcan como Estado libre y soberano, algo muy improbable porque Occidente condena de manera unánime la consulta separatista. La Declaración de Independencia subraya que a partir del 17 de marzo ya no tiene vigencia la legislación ucraniana ni las decisiones del gobierno de Kiev en Crimea.

Vladimir Putin, el martes 18 ante el pleno del Parlamento reunido en la Sala San Jorge en el Kremlin, tras un largo discurso en el que afirmó que “Crimea siempre ha sido y seguirá siendo parte de Rusia”, suscribió el acuerdo para la incorporación de Crimea y Sebastopol a la Federación Rusa. “No se podía abandonar a Crimea en su desgracia, porque no habría sido digno”; “Moscú no podía dejar sin respuesta la petición de Crimea y de su pueblo porque habría sido una traición”, agregó el presidente ruso.

Para que nada faltara, al término de esa ceremonia, uno de sus principales ayudantes, Yuri Ushakov, en tono burlón dijo que las sanciones de Occidente contra los funcionarios rusos “aburren, suscitan ironía y sarcasmo”.

De un plumazo Putin termina con la situación política de la península de Crimea, que fue cedida  a la república soviética de Ucrania en 1954 cuando Nikita Jruschov era el principal dirigente de la URSS.  No podía ser de otra manera. Putin no daría marcha atrás en la adhesión de Crimea, pues esta anexión –o como se le llame– forma parte del gran proyecto euroasiático del ex agente del KGB. Hace catorce años, en el 2000, cuando fue elegido por primera vez presidente de Rusia, se formó la Comunidad Económica Eurasiática (CEE).

De acuerdo con la investigadora de la Universidad de Columbia, María Snegovaya, Putin es un admirador del filósofo ruso Ian Ilyn que, a semejanza de Alexander Soljenitsin, está convencido de que “Occidente no entiende ni tolera la identidad rusa” y de que, como fin último, no pretende sino “romper el árbol ruso en ramas e ir destruyendo esas ramas una a una”. Además, Putin, dice la investigadora, está obsesionado con el libro El Tercer Imperio: la Rusia que debería ser, una visión utópica de 2054 con una nueva Unión Rusa dirigida por un tal “Vladimir II” de la que Ucrania oriental es parte esencial.

Esta crisis todavía contará con muchas jugadas de ajedrez. Ni Putin puede cantar victoria absoluta, ni los dirigentes europeos, ni Obama pueden darse por derrotados. En tanto, China permanece agazapada y su mano negra puede contar mucho todavía. El hecho es que Crimea ya está dentro de Rusia. Ucrania no podrá hacer mucho más. Ninguna potencia extranjera le declarará la guerra a Rusia por la anexión de Crimea. Putin ya habló ante “su” Parlamento. Solo falta que Moscú mande grabar en sus cañones la histórica frase que utilizaron Luis XIV de Francia y Federico el Grande de Prusia: “ultima ratio regum” (“última razón de los reyes”). Todos temen a las tropas y a los cañones.