La nacionalización del petróleo es un símbolo nacional

Raúl Jiménez Vázquez

Los símbolos son los pilares de la vida comunitaria y dan razón de ella a las subsecuentes generaciones. Su fin es conjuntar, ordenar y transmitir la memoria histórica, conjurando el riesgo del olvido y asegurando la cohesión y continuidad de las culturas. Como sugiere Enrique Florescano, en su versión oral o escrita adquieren la forma de una enciclopedia ideada por los pueblos para preservar su identidad y garantizar su sobrevivencia, de ahí que los símbolos están fuertemente arraigados en el inconsciente colectivo.

La nacionalización del petróleo es un genuino símbolo nacional. Se encuentra íntimamente relacionada con los significados fundamentales, las coordenadas existenciales, la memoria y la conciencia de los mexicanos. En vísperas de la fiesta cívica del 18 de marzo, este histórico suceso merece ser celebrado como lo que es y seguirá siendo: la colosal hazaña de una nación que reivindicó para sí misma los derechos soberanos sobre los recursos naturales, en particular los hidrocarburos, que le habían sido arrebatados por las leyes porfiristas y los inauditos Convenios de Bucareli.

Aquella gesta fue un acto de profunda emancipación económica que por vez primera permitió visualizar un futuro promisorio cimentado en el usufructo de la renta petrolera y el control de todos los eslabones de la cadena industrial de los hidrocarburos. Su innegable trascendencia quedó registrada en la anotación hecha el 19 de marzo de 1938 por el presidente Lázaro Cárdenas en sus famosos Apuntes: “A las 22 horas de ayer, 18 de marzo, dirigí en Palacio Nacional un mensaje a la nación, participándole el paso trascendental que da el gobierno de México reivindicando la riqueza petrolera que explotaban empresas extranjeras. He hablado al pueblo pidiendo su respaldo, no sólo por la reivindicación de la riqueza petrolera, sino por la dignidad de México que pretenden burlar extranjeros que han obtenido grandes beneficios de nuestros recursos naturales y que abusan considerándose ajenos a los problemas del país”.

Tal es la fuente ideológica de la severa admonición consignada en la nota fechada el 10 de abril del mismo año: “Los recursos naturales del país deben servir para su propia prosperidad. Entregarlos a intereses extranjeros es traicionar a la patria”.

Sin duda ésta fue una experiencia cumbre dentro de nuestra historia de vida ya que afianzó la dignidad nacional, fortaleció la fe en las potencialidades del pueblo, hizo emerger un poderoso sentimiento de identidad nacional y envolvió el país en una ola de optimismo y esperanza proyectada en la efigie del mítico Charrito Pemex.

Nada de eso se ha desvanecido con el paso del tiempo, la gran epopeya del 18 de marzo sigue presente en la memoria y el corazón agradecido de millones de mexicanos. Lo saben los opositores a la consulta popular sobre la reforma energética, y ésta, y no otra, es la razón de fondo de su negativa a un ejercicio elementalmente democrático.