Derrotas y fracasos
José Elías Romero Apis
La política actual de casi todos los países de encuentra ante el desafío de fortalecer su autoridad, al mismo tiempo de ampliar su libertad. A cada momento los humanos deseamos una mayor potestad de nuestros gobiernos y de nuestros Estados pero, curiosamente, a la par deseamos gozar de mayor libertad y de mayor respeto a ella.
Y, sin embargo, muchos países desandan este camino. Cada vez sus gobiernos de debilitan pero no para bien de las libertades individuales sino para su propio mal. La delincuencia es un ejemplo de ello. Su entronización es un síndrome infalible del debilitamiento del Estado pero, a su vez, implica un aprisionamiento de los espacios de libertad del individuo. Es decir, al mismo tiempo que decae el gobierno declina del individuo.
Las dos peores derrotas a las que puede enfrentarse un sistema político contemporáneo son el fracaso de su autoridad y el fracaso de su libertad. El triunfo de ambas no es sencillo sino complejo. Sobre todo porque, además de la dificultad para consolidarlas por sí mismas, resulta que tienden a excluirse y a deteriorarse con inversa reciprocidad. En muchas ocasiones, el triunfo de la autoridad se paga con cargo a la libertad así como, en muchos eventos, la victoria de la libertad se paga con cargo a la autoridad.
Luis Muñoz Marín decía que, a diferencia de los sajones, los pueblos latinos tenemos dificultades temperamentales para ensamblar equilibradamente autoridad y libertad. Por eso, hemos vivido largas épocas de mucha autoridad y poca libertad así como otras de mucha libertad y poca autoridad. Por el contrario, cuando mis alumnos me piden ejemplos de buen maridaje entre autoridad y libertad, por facilidad de explicación señalo el país vecino, donde ha logrado tener gobiernos con mucha autoridad y ciudadanos con mucha libertad.
Pero la gran catástrofe consiste en la debacle de ambas. Por eso tengo miedo de que mi generación de mexicanos seamos los testigos o, peor aún, los artífices de una vergonzosa derrota histórica a partir de no haber consolidado la plena potestad de nuestra autoridad, al mismo tiempo de no haber entronizado el adecuado uso de nuestra libertad.
A los obsesivos del concepto y del ejercicio del poder nos atormenta, desde hace décadas, una incógnita que llega al grado de enigma: ¿la autoridad proviene del orden o el orden proviene de la autoridad?
Creo que lo primero es el pensamiento de casi todos los pueblos occidentales modernos. Estados Unidos, Canadá y casi toda Europa han instalado su autoridad a partir de la previa presencia del orden, así como en Italia y en América Latina hay poca autoridad porque hay poco orden.
Por el contrario, lo segundo es el pensamiento de casi todos los pueblos orientales contemporáneos. Desde Rusia hasta Japón, pasando por China, India y los países árabes, piensan que sólo con una recia autoridad se puede instalar un orden confiable y duradero.
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