Bernardo González Solano

El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Por la celeridad de los acontecimientos políticos en las últimas semanas en Ucrania y en su república autónoma de Crimea y la aprobación contrarreloj por el Parlamento ruso para que Vladimir Putin despliegue sus tropas en territorio ucraniano —de hecho ya están ahí, pues en la histórica península permanentemente Moscú cuenta con importantes bases navales como la de Sebastopol—, el pesimismo hace prever que, una vez más, pudiera desencadenarse una guerra en aquella zona del planeta que parece olvidar que dentro de  cinco meses —el 28 de julio—, se cumplen cien años del comienzo de la Primera Guerra Mundial (iniciada, en parte, por el asesinato del archiduque Francisco de Austria, heredero del trono del imperio austrohúngaro, el 28 de junio de 1914), que dio pie a una de las  peores carnicerías que ha sufrido la Humanidad: ocho millones de muertos y seis millones de discapacitados en cuatro años. ¡Ojalá que todo quede en el redoble de los tambores de guerra y nada más!, pero…la imperiosa destitución del presidente Viktor Yanukóvich por el Parlamento de Ucrania (contra el que se emitió una orden de busca y captura internacional acusado de “asesinato en masa de manifestantes pacíficos”) y la elección de nuevas autoridades en Kiev podría tener consecuencias insospechadas. Los implicados juegan con fuego que siempre quema, al que lo inicia y a los demás.

“Esto es la alerta roja, esto no es una amenaza, esto es en realidad una declaración de guerra a mi país”, afirmó el jefe de gobierno de Ucrania, Arseny Yatsenyuk, sobre la presencia militar del ejército ruso en Crimea, que llevó a las autoridades de Kiev a desplegar sus tropas adicionales. Y advirtió que su país no aceptará una invasión militar rusa: “Una intervención será el comienzo de una guerra y el fin de todas las relaciones”, enfatizó.

El fin de semana, en una larga conversación telefónica de 90 minutos, por iniciativa del presidente de Estados Unidos, Barack Hussein Obama, con el presidente del país más extenso del mundo, la Federación de Rusia, Vladimir Putin, éste justificó su decisión argumentando que Moscú tiene derecho a “proteger sus intereses y a la población rusoparlante” en Ucrania, pues, agregó: “la verdadera amenaza que pesa sobre la vida y la salud de los ciudadanos rusos en territorio ucraniano (se deben) a las acciones criminales de los ultranacionalistas apoyados por las actuales autoridades en Kiev”.

A su vez, Obama manifestó que Moscú violó la ley internacional con su incursión en Ucrania, y le advirtió de posibles represalias por parte de Washington y sus aliados. La Casa Blanca informó que Barack Obama pidió al reelegido mandatario ruso replegara sus tropas a sus bases en la península de Crimea, con la advertencia de que si el Kremlin continúa violando el derecho internacional se expondría a un mayor “aislamiento político y económico” a nivel mundial.

Al escribir este reportaje, se supo que el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, viajaría el martes 4 a Ucrania para reunirse con los implicados en el conflicto, aunque antes el sucesor de Hillary Clinton en el importante cargo del régimen del Tío Sam, advirtió a los dirigentes rusos que estaban poniendo en riesgo la paz y la seguridad regional al movilizar sus tropas en Ucrania. Agregó que esta acción podría tener “profundo” efecto en las relaciones Moscú-Washington.

A su vez, el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU), el sábado 1 de marzo, realizó una tensa reunión —sin acuerdos, para no variar—, sobre el problema de la tensión bélica en   Ucrania, en la que el delegado ruso cruzó reproches y acusaciones con el embajador estadounidense secundado por el británico. Los diplomáticos occidentales criticaron al ruso por la intervención militar en Ucrania, a la vez que este la defendió responsabilizando a Kiev por la actual inestabilidad en ese país. Lo único que se puso en claro en esa reunión fue el abismo entre las posiciones de ambos bandos en el diferendo sobre Ucrania.

En buena medida, no es difícil entender los motivos políticos y económicos por los que Rusia se siente impelida por “controlar” a Ucrania. Sin ella, afirma el analista Andre Wilson: “…el grandioso plan de Putin, la misma razón de existir de su tercer mandato en el poder, la Unión Euroasiática, tendría demasiado componente euroasiático. Putin, desilusionado ante las críticas que le llegan de Europa, es aficionado a hablar de un giro hacia China y Asia oriental, pero, a pesar de los rumores que llegan de que hay interés en Turquía y, curiosamente, Siria, el proyecto euroasiático consistiría sobre todo en una alianza entre Rusia y esos países de Asia central a cuyos trabajadores inmigrantes detestan los nuevos nacionalistas rusos. En cambio, los ucranianos son eslavos, como ellos. Además, la unión con Ucrania sirve como distracción de los problemas en el Cáucaso norte”.

“Las relaciones comerciales con Ucrania —agrega Wilson—,  son especialmente importantes para los nuevos oligarcas rusos, los llamados “amigos de Putin”…”Sin embargo, el principal motivo es psicológico. En la cumbre de la OTAN celebrada en 2008 en Bucarest, Putin le dijo a Bush que Ucrania era un estado artificial, que “sólo se hizo realidad en la era soviética…Un tercio de la población es de etnia rusa”. En realidad, la población de etnia rusa no constituye más que el 17 por ciento aunque un tercio si tiene el ruso como lengua materna; pero, Bush no tenía suficientes conocimientos históricos para corregir a Putin. Más significativo aun es que, en el discurso pronunciado el año pasado para conmemorar el 1025 aniversario de la llegada del cristianismo a Kiev, en 988, Putin afirmó que “somos un mismo pueblo…con la pila de bautismo común”.

El hecho es que Ucrania está en bancarrota, saqueada por el régimen  de Yanukóvich y eso lo sabe muy bien Moscú.  No obstante, lo protege recibiéndolo en su territorio y le permite decir que él continúa siendo el presidente legal ucraniano y que regresará a su país con la ayuda de los rusos. Así las cosas, por más dinero que pudiera prestar Occidente al régimen de Kiev, encabezado por el Fondo Monetario Internacional, pues directamente ningún país europeo —dentro de la UE—, pudiera hacerlo, incluyendo a Alemania, pese a que la canciller Angela Merkel directamente haya hablado con Vladimir Putin (ambos hablan tanto alemán como ruso) para recomendarle que no se precipitara en las decisiones militares, Rusia tiene capacidad de hacer todavía más daño a Ucrania elevando el precio del gas, imponiendo embargos comerciales e impidiendo los préstamos de bancos rusos. Rusia debe convivir con Ucrania. Ambos se necesitan; en todo caso podrían hacer un “matrimonio de conveniencia”.

Pero, lo cierto es que la diversidad racial, lingüística, religiosa y cultural de Crimea, así como su larga y complicada historia de conflictos convierten potencialmente esta región en una zona propensa a los conflictos interétnicos. Además, se aprecia una gran desconfianza entre los tártaros de Crimea, que fueron deportados de la península hasta el último hombre por José Stalin en 1944, y los rusos. Todo un conflicto de resentimientos.

A su vez, Anne Applebaum, la historiadora y periodista estadounidense-polaca, casada con el ministro de Relaciones Exteriores de Polonia, Radoslaw Sikorski, autora de dos libros fundamentales sobre Europa del Este y sobre el pasado y presente de Rusia, Gulag (que en 2004 le ganó el premio Pulitzer) y El telón de acero (traducido ya al castellano), considera que la tensa situación en Ucrania, Crimea y Moscú, “es la última ofensiva de Rusia por preservar su imperio”.

Applebaum ante la pregunta de si Ucrania es el último episodio de la guerra fría, contesta: “La guerra fría como una contienda de poder a nivel global terminó hace tiempo. Esta es, en cualquier caso la última batalla de Rusia por preservar su imperio y salir al encuentro con su destino. Desde 1991, Rusia no puede imaginar, ni ha sido capaz de reconocer que Ucrania  pueda tomar un camino distinto”.

Putin siempre ha visto al país vecino como un “subestado”, de ahí su empeño en evitar a toda costa que se una a la Unión Europea “…(Pero)…existen sin duda tensiones entre dos modelos distintos, y eso es lo que está sucediendo en Ucrania…incluso como un choque de “civilizaciones”. Pero no en el sentido de conflicto étnico de rusos contra ucranianos. Hablo más bien de una batalla de trasfondo político, sobre qué tipo de Estado quiere Ucrania. ¿Puede Ucrania ser una democracia a la europea, con instituciones que funcionan y con respeto al estado de derecho? ¿O no tiene que ser una sociedad autoritaria y oligárquica, totalmente dependiente de Rusia y regida por la corrupción?”.

Putin tiene miedo —agrega la ex corresponsal de The Economist—, a una democracia a la europea y no está dispuesto a que Ucrania siga el camino de Polonia y que tenga detrás el respaldo de la Unión Europea…La situación cambia por horas y es muy difícil aventurar lo que pasará…En teoría, no deberían existir los elementos para un conflicto étnico o una guerra civil. Pero la situación es muy volátil.

Las tropas pueden avanzar. Cuando empiecen los disparos y caigan los primeros muertos, entonces nadie podrá predecir hasta dónde llegará el conflicto.