Entrevista a Jaime Labastida/Director de la Academia Mexicana de la Lengua

Jacquelín Ramos

La filosofía mexicana siempre se ha caracterizado por ser prolífica. Una cantidad enorme de pensadores e intelectuales han reflexionado en torno de diversos temas, tanto nacionales como universales, siendo la filosofía siempre un punto de encuentro. Luis Villoro Toranzo —filósofo español de nacimiento y mexicano por elección— no ha sido la excepción de la concepción filosófica. En el ilustre grupo que engrosa las filas de los filósofos nacionales, Villoro ocupa indudablemente un espacio imprescindible para la cultura de nuestro país.

El pasado 5 de marzo, México y el mundo perdió a esta gran personalidad de la filosofía; un hombre preocupado por la situación nacional, con una gran sensibilidad, ubicado en las mejores posiciones desde siempre.

La importancia de su obra lo llevó a ser considerado uno de los grandes intelectuales y pensadores de Latinoamérica en el siglo XX. Desde el indigenismo hasta la teoría del conocimiento, Villoro nos ha legado una obra vital para comprender no sólo a la filosofía, sino el mundo entero.

Para Villoro, la tarea de la filosofía era considerarse a sí misma como algo determinado históricamente y a la vez conducir la crítica de la razón sobre nuestra pretensión de saber, es decir, cumplir una función de ruptura de las creencias usuales y usadas, además, comunicar la necesidad de esta exigencia.

Por ello, en el prólogo de su obra Creer, saber, conocer —Siglo XXI, 1982— Villoro expresa abiertamente sus preocupaciones filosóficas: estudiar las relaciones entre el pensamiento y las formas de dominación, así del cómo debe operar la razón humana a través de la historia para reiterar situaciones de dominio o, por el contrario, para liberarnos de nuestras sujeciones.

Estas son algunas de las preocupaciones que recorren la vasta y diversa obra de Villoro, cuyo rasgo característico es justamente la originalidad, así lo asegura en entrevista a Siempre! el doctor Jaime Labastida, poeta y director de la Academia Mexicana de la Lengua, al considerar que lo más importante que dejó Villoro para la posteridad es la enseñanza del rigor y la exigencia, para lograr la excelencia con uno mismo, basada en una originalidad en el sentido de la capacidad para enfrentarse a su propia realidad, para tomar conciencia de sus problemas y buscar las soluciones adecuadas.

Para el doctor Labastida, Villoro Toranzo es importante en muchos sentidos, especialmente por su aporte a la creación de una nueva etapa dentro de la filosofía en este país.

 

Mi profesor en Filosofía y Letras

 ¿Quién era Luis Villoro escritor, filósofo ser humano? ¿Qué influencias le atraían?

Recordar a Luis Villoro es importante en muchos sentidos, porque fue mi maestro en la Facultad de Filosofía y Letras, lo fue cuando él era un joven profesor —habrá tenido por entonces 35-36 años—, había vuelto de Europa después de hacer estudios de grado, era uno de los filósofos jóvenes más importantes de la facultad, ya anunciaba lo que iba a ser. Acababa de publicar un libro y luego en el curso de los años, cuando fue mi maestro publicó otros dos libros: Los grandes momentos del indigenismo en México y El proceso ideológico de la revolución de independencia.

Lo importante de estos dos textos es que daba un tratamiento filosófico a temas que serían tratados solamente desde un ángulo histórico, y era una completa novedad, por el rigor, por el tipo de conceptos que utilizaba y por la interpretación de los hechos,  porque no se dejaba llevar simplemente por lo que dice la historia oficial, sino que entraba en el examen de aspectos mucho más profundos.

¿Qué trascenderá de la obra de Luis Villoro?

El tipo de análisis que realizó en su obra ya indicaba a un pensador de extremo rigor. Le puedo decir que fue mi profesor en materias que ahora, en aquella época, en aquel momento mismo eran un poco insólitas. Le debo muchas cosas a Luis, le debo el rigor, porque era un filósofo muy riguroso, con un método sólido de análisis.

Me dio una clase que me permitió abrirme a la poesía, porque, por ejemplo, me dio Filosofía de la Religión, pero ésta —entre otras materias que cursé con él— vimos fundamentalmente el pensamiento místico y dos pensadores místicos, Plotino y San Juan de la Cruz.

Fue así como leí a San Juan de la Cruz no solo como poeta, sino como pensador místico; vi en el análisis al que nos obligó, al que nos condujo Villoro, los poemas de San Juan de la Cruz, que están directamente vinculados a sus experiencias místicas. No solamente las analiza sino que además era vehemente, se frotaba las manos y nos hacia partícipes de lo que pensaba, desde luego era preocupaciones propias pero las transmitía muy bien.

Otro aspecto importante fue la publicación de un libro magnífico, un texto fuera de la tradición de lo mexicano, de la búsqueda de la identidad y de todas esas cosas que estaban de moda por los años 50 y 60 en nuestro país, es el libro sobre la filosofía de René Descartes, una verdadera contribución La idea y el ente en la filosofía de Descartes, una obra extraordinariamente bien hecha con aportaciones que deberían presentarse igual que Alemania, Francia, Inglaterra, Estados Unidos o en México. Luego en Siglo XXI Editores,  publicó un libro quizás el más personal, el más propio que es Creer, saber, conocer, otro texto lleno de rigor, con un análisis de los conceptos de creencia, certeza, saber y conocimiento, estableciendo una relación entre estos y, con las razones que justifican la verdad de nuestras creencias, y los motivos que pueden distorsionarlas.

Lo que va a permanecer a mi juicio de la obra de Villoro, aparte de lo que nos dejó como sedimento a los que fuimos sus alumnos, son estos cuatro libros de una verdadera solidez, como pocas veces se había dado en nuestro país con anterioridad. A mi parecer, insisto, Villoro dejó para la posteridad la enseñanza del rigor y la exigencia para lograr la excelencia con uno mismo.

 

Sus diversas etapas

Algunos consideran que el maestro Villoro más que caminar por una filosofía analítica, caminó por una filosofía de reflexión con tendencia social. ¿Usted qué opina?

Hizo las dos cosas; Villoro tuvo diversas etapas. En un primer periodo en donde le interesó el análisis de problemas de carácter histórico, político y social, la concepción del mundo en el México, digamos que se construía la época colonial hasta nuestros días, hasta una filosofía rigurosa que le dio el conocimiento de Descartes.

Bajo su conducción cursé la época cartesiana, la etapa de la historia de la filosofía, y luego lo deslumbró la filosofía analítica, lo deslumbró Edmund Husserl, por supuesto, entró en ese rigor de la filosofía fenomenológica con Husserl; en sus últimos años volvió a tener esas preocupaciones de orden social, se acercó nuevamente a asuntos políticos.

Sinceramente digo que lo más importante de la obra de Villoro no está ni en la fenomenología, ni el filosofía analítica, donde no hay me parece contribuciones mayores, salvo ese libro muy sólido, muy bien construido, que es Creer, saber, conocer que es una obra sobre teoría del conocimiento, no es sobre la expresión del conocimiento, que es un poco a lo que se dedica la filosofía analítica, pero el tránsito también sobre la filosofía analítica, y en los últimos años le publicamos recientemente un libro sobre asuntos de carácter político, le interesaba la democracia, en fin, pero su contribución fundamental va estar ahí, en el rigor de su enseñanza filosófica y en esos libros de primer nivel.

 

Marcos, el amigo de su vejez

Se sabe que a través del movimiento zapatista y el diálogo con el Subcomandante Marcos, Villoro pasó de la reflexión al terreno de la experiencia. ¿Qué aportaciones dio el filósofo a este movimiento?

Eso es verdad, se acercó en los últimos años al movimiento político que se conoce como neozapatismo, esto también tiene su importancia como presencia personal, como decisión personal, incluso de vida. Le preocupaba mucho la división en México entre los indígenas y la modernidad occidental.

Fue Villoro un filósofo que en su vejez encontró el mejor amigo, para pensar, en un guerrillero, en el Subcomandante Marcos, con el que mantuvo un constante intercambio epistolar. Sin embargo, insisto que su aportación teórica está en otro lado, en otro rumbo. Ahí no hay una aportación teórica deslumbrante, en cambio en lo otro sí; está bien que lo haya hecho, todos lo tenemos, eso es solamente histórico, eso tiene actualidad, yo pongo el acento a lo que es permanente.

 ¿Como fue el paso de Villoro por la Academia Mexicana de la Lengua?

Yo fui  quien lo propuso en la Academia Mexicana de la Lengua para que fuera miembro honorario, como un reconocimiento a su enorme talento. Los miembros honorarios de la Academia no tienen prácticamente obligaciones, es más bien un reconocimiento que la lengua hace a su trabajo. Quiero comentar que los últimos cinco miembros que hemos tenido, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Pablo González Casanova, José Emilio Pacheco y Villoro, se nos han muerto tres en poco más de un año, es algo muy triste para la Academia y para mí.

¿Cuál es la gran legado de Villoro a México y  a los jóvenes?

Se habla mucho de los derechos del niño, del joven, pero creo que a todo derecho corresponde una obligación, si no hay reciprocidad no funciona la vida social, y creo que el legado fundamental de Villoro consiste en habernos dado el ejemplo de la exigencia para consigo mismo, no se satisfizo con haber hecho un buen libro sino que se exigió para sí lo mejor.

Esta obligación es un compromiso de carácter social y cultural que todo mundo debiera tomar en cuenta, es lo que me parece fundamental del ejemplo de Villoro.

Podríamos hablar desde luego de dos grandes etapas en la filosofía reciente de México, una antes y otra después de la llegada de los filósofos del exilio español que produjeron filósofos muy sólidos como Villoro y Emilio Uranga, de los cuales somos nosotros los que hemos heredado esa posibilidad de rigor.