Carmen Galindo
En su antología de la poesía de Octavio Paz, Antonio Deltoro se las arregla para no dejar de lado ninguna de las obras fundamentales del autor. Ahí están “Piedra de sol”, “Entre la piedra y la flor”, “Viento entero”, “Nocturno de San Ildefonso” y, en fin, “Blanco”. Pero la antología, no sólo busca lo fundamental de esta obra, está dirigida por la sensibilidad de Deltoro que va rescatando, uno a uno los poemas más hermosos de Paz.
La selección, con una portada de Gabriel Orozco y que se titula Un sol más vivo, revela un poeta observador, que fija la mirada en el mundo para captar, al modo de los pintores impresionistas, el instante. Escuche usted esta especie de hai-ku: Quieto/ no en la rama/ en el aire/ No en el aire/ en el instante/ el colibrí.” Lo titula Paz, “La exclamación”.
Todo fluye, el agua, las nubes, el hombre, la vida del que escribe. Eso dice, no un poema, sino el conjunto de su poesía. Como vimos en su imagen del colibrí, a Octavio Paz le interesa el movimiento, pero, sobre todo, ese instante en que el movimiento se queda quieto y continúa su incesante fluir. Un ejemplo, canónico:
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre
Otro caso, en un poema que no puede prescindir de su título: “Niño y trompo”: “Cada vez que lo lanza/ cae, justo,/ en el centro del mundo”.
Cuando Pablo Neruda escribe sobre la naturaleza, la tierra adquiere, no sé cómo expresarlo, su carácter planetario, geológico. (Tal vez evoca su infancia en Temuco o su madurez ante el mar abierto de Isla Negra). Paz ve la naturaleza en forma de bosque, de río e incluso de jardín. No ajena, no majestuosa, sino a la altura del hombre. Este se llama, precisamente, “Jardín”, pero no es el único en que se detiene, capta, este tipo de paisaje: “Cuatro muros de adobe. Buganvilias:/ en sus llamas pacíficas mis ojos/ se bañan. Pasa el viento entre alabanzas/ de follajes y yerbas de rodillas”.
Que todo se agita, se desvanece, aparece en la estrofa que inicia el poema:
Nubes a la deriva, continentes
sonámbulos, países sin substancia
ni peso, geografías dibujadas
por el sol y borradas por el viento.
Ciertamente todo va a la deriva, pero como dije antes, le gusta captar ese momento en que la ola se queda quieta para continuar su caída, ese momento de sopor del mediodía en que el mundo se ensimisma, se cuece en su propio jugo. Fotógrafo sui géneris, preso de su mirada, habla de modo constante, del sol, de la luz. Y, por supuesto, de cómo avanza el anochecer o cómo se anuncia el alba.
Junto a la naturaleza, su otro tema es la mujer. No, más bien, la pareja. Él y ella.
Con los ojos cerrados
te iluminas por dentro
eres la piedra ciega
Noche a noche te labro
con los ojos cerrados
eres la piedra franca
Nos volvemos inmensos
sólo por conocernos
con los ojos cerrados.
O este final de otro poema:
En una hoja de higuera tú navegas
en mi frente
La lluvia no te moja
eres la llama de agua
la gota diáfana de fuego
derramada sobre mis párpados
Yo veo a través de mis actos irreales
el mismo día que comienza
Gira el espacio
arranca sus raíces el mundo
No pesan más que el alba nuestros cuerpos
tendidos
En su origen, la poesía era hablada, existía apenas el soporte de la escritura. con los años, mejor será decir con los siglos, se vale de la escritura, a tal grado que parte del poema es cómo se distribuye en la página, ese aspecto, que es visual es importante en Paz (y en Tablada, uno de sus maestros).
No quiero hablar de “Nocturno de San Ildefonso”, uno de los poemas ideológicos de Paz, donde aparece todo su anticomunismo, porque eso me trae a la mente otros aspectos negativos, su papel en los 50 años del Congreso de Valencia que presidió con anticomunistas connotados y donde pidió la fuerza pública para que retiraran a los comunistas que intentaban entrar, sus frases desde Televisa contra los republicanos españoles, su congreso por la libertad de la cultura sin acceso a la prensa y que fue una diatriba contra el comunismo en que sólo se escuchó en defensa (por diez minutos) la voz de Adolfo Sánchez Vázquez, en fin, su filiación al neoliberalismo, su propuesta de Conaculta, su pleito contra Flores Olea que acabó en el despido del funcionario y todo lo demás, incluidos sus artículos políticos, todos beligerantemente anticomunistas y su desprecio por Neruda por idénticas razones.
De su prosa quisiera destacar El laberinto de la soledad, de ninguna manera como aportación a la filosofía de lo mexicano, que es otro cantar, sino porque, originado en el periodismo, como recordó con precisión Rafael Vargas, vuelve los ojos de los intelectuales de los temas librescos al habla común, a loa fenómenos de la vida diaria como los pachucos, vetas que desarrollarán otros dos grandes: Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska.
Un último detalle, algunos de sus poemas se acercan, ciertamente a Tamayo, por el color, por lo mexicano, pero, creo, más a los impresionistas, quienes siempre se ocuparon de perseguir la luz y atrapar, al vuelo, el instante.